Capítulo II

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El horizonte se dibujaba un cielo rojo, con un sol que se escondía en la lejanía del océano tiñendo las aguas del mismo color. La brisa marina soplaba atrayendo el aroma salado y levantaba algunos granos de arena que le golpeaban levemente en el rostro permitiendo sentirse vivo. La humedad de las olas acariciando la punta de sus dedos cuando lograban alcanzarlos y se desbordaba en la orilla de la playa. Su mano sujetando la suya, sus dedos delgados envolviéndose con los de él, mientras lo observaba y con esa mirada lo desarmaba por completo y más cuando Rosalía procedía a sonreírle, ya no había nada que pudiera negarle.

La cabeza de la fémina se posicionó en su hombro, con una curvatura brotando de sus labios. En aquel entonces todo parecía perfecto, era de esas ocasiones en las que se piensa que se tiene el mundo en sus manos y el propio cielo es él limite. Eran una pareja joven, todo en sus planes iba a la perfección, estaban comprometidos, el mundo era suyo.

De una manera abrupta el tiempo cambió; la suave brisa se transformó en un violento vendaval que apenas permitía tener los ojos abiertos por la tormenta de arena que ocasionaba su alrededor. Por instinto, Máximo, intentó protegerla, rodeándola con su brazo atrayéndola hacia él. Nubes negras en un cielo tormentoso, rugiendo con algunos relámpagos ante la inminente tormenta. Incluso en medio de este caos, él fue consciente de cuándo ocurrió, habría sido consciente de esto así el mundo estuviera llegando a su fin. De hecho, lo fue, aquel fatídico día cuando los muertos se alzaron hambrientos. Ella jamás había soltado su mano, siempre habían permanecido juntos y juntos habían sobrevivido. Pero ahora mismo, en ese instante, ella no lo sujetaba, su mano permanecía únicamente cercana a él sin fuerza ni convicción.

Máximo era consciente que algo no iba bien en ese momento, la incertidumbre era palpable en cada una de sus células y le gritaba que debían salir de allí en ese momento. Una voz en su interior le señalaba que no era seguro y debían de huir si quería mantenerla a salvo.

— Debemos de irnos, levántate — le murmuró al oído y ella solo sollozó — Rosalía, ¡Rosalía por favor, levántate! — Exclamó levantándose y sujetándola del brazo para que lo siguiera.

En el aire venían aquellos murmullos hambrientos de aquellos monstruos, resonando en sus oídos cada vez más próximos. Los "sin alma" estarían allí en cualquier momento y no estaba dispuesto a perderla. Rosalía lo mantenía de pie, lo hacía seguir adelante, por su presencia no se desmoronaba cuando el mundo entero se había desquiciado, yéndose al demonio.

— ¡Rosalía por favor! ¡Amor por favor tenemos que irnos! — Le suplicaba mientras empleaba cada gramo de su fuerza para levantarla del piso, pero por alguna razón no le era posible.

Escuchó entonces un gruñido, aquel alarido necrótico que emergía de esos no muertos cuando despertaban, por llamarlo así, por primera vez. Ese instante cuando el espíritu de una persona se destrozaba en pedazos y energía en su lugar una simple carcasa de un humano guiado por los impulsos más bajos de alimentarse de otros. La mano de Rosalía entonces se movió, tambaleante y errática. se alzó mirándolo sin realmente hacerlo, con los ojos desorbitados, la mueca siniestra de una sonrisa en sus labios en lugar de aquella gentil que él amaba. Más cercana a cuando un depredador mostrando sus dientes ante su presa antes de lanzarse sobre ella. Esa era la cara que representaba a los "sin alma" y dejaba en claro que su Rosalía se había ido para siempre.

Máximo retrocedió, con las lágrimas corriendo por sus mejillas haciendo eco a la tristeza que le embriagaba, aunado a la impotencia y miedo que le producía verla así. Entonces ese ser hizo lo único que ahora sabía hacer, con un rugido se lanzó sobre él, para devorarlo.

Despertó en ese momento, las sábanas se le habían pegado al cuerpo por el sudor que transpiraba en una oscuridad absoluta. Se sentía asfixiado y comprimido dentro de la tela, por lo que las arrojó a un lado. Sentía que el aire apenas llegaba a los pulmones y algo bloqueaba su garganta haciéndole imposible tragar la saliva. Estiró su mano hacía el lado vacío de la cama, sitio que Rosalía ocupaba días atrás, ese había sido su sitio. Su corazón se comprimió de manera dolorosa cuando su mano solo sintió la sábana fría, sin rastros de aquel cuerpo cálido con el que había estado tan familiarizado. Su mente masoquista recordó que de cierto modo jamás podría despertar de aquella pesadilla; la había perdido.

"Dead Whispers"Where stories live. Discover now