Animal herido

34 8 16
                                    


Sus ojos se empiezan a cerrar lentamente. La vida intenta alejarse de su cuerpo con gentileza pero ella se resiste; todavía no está lista para dejarlo todo, la lluvia para ella aún no cesa, pero se fuerza a creer que esa lluvia no es eterna.

"Así no es como todo se acaba, ¿cierto? Aunque, bueno, así fue como se acabó para ti, todo gracias a mi."

A pesar de la cercanía, los sonidos de preocupación provenientes de la boca del oficial que la lleva a rastras por el suelo son casi inescuchables para la Sheriff, la cual deja un rastro de ese líquido rojo que desgraciadamente ha visto tantas veces en sus múltiples vidas; rastro que se hace cada vez más débil.

Temeroso por lo que ha hecho y por si tiene las suficientes pruebas para respaldar sus acciones, el oficial lleva con esfuerzo el cuerpo de la joven rubia hasta el centro hospitalario más cercano, pero la herida se agrava y el tiempo se agota.

Viendo que no tiene otra opción, el oficial se adentra en una de las calles cercanas y busca a un médico que ya se había hecho cierto renombre. Uno que, a pesar de ejercer su carrera activamente, es conocido por no ser tan hábil; "matasanos" le dicen algunos. No es ideal, pero no tiene más opción, ya que no puede dejarla morir así como así. Le pesaría demasiado en la consciencia.

Al ya estar saliendo el sol, algunos señores de avanzada edad salen a ver si ya llego su periódico matutino, pero terminan encontrándose con una situación mucho más interesante. Primero, intentan preguntar al oficial que sucedió, pero por lo apremiante de la situación, él evita cualquier tipo de pregunta mientras busca al salvador que lo libre de esta carga.

Los señores, que conocen estas calles al milímetro, ya que viven allí, dirigen al oficial a la casa de aquel médico no muy experimentado, guardando sus preguntas para después.

Y casi como si se tratara de un déjà vu, allí está nuevamente la chica de pelo dorado, con su vida colgando de un hilo mientras alguien más intenta salvarla de sus propios pecados.

El médico, un hombre de treinta y tantos años, aún reposando, es despertado por el incesante golpeteo en su puerta. Aun en el limbo, el médico se mueve por un camino obstaculizado por prendas usadas, algunas con manchas de sangre incluso, dulces y demás basura. En cuanto llega a la fuente del molesto ruido y abre su puerta, el despreocupado médico despoja el anterior adjetivo de sus tres primeras letras.

Después de pedirle ayuda por unos breves segundos, el médico se percata de quién es la persona en peligro y considerando el problema en el que se podría meter si no la ayuda, acepta inmediatamente. Con rapidez acomoda a la chica ya inconsciente, con ayuda del oficial angustiado, en una camilla sucia cubierta de manchas de diversos colores.

En cuanto la chica es liberada de sus ropajes con el objetivo de ver la herida más a detalle, el oficial consumido por el asco y quizá algo de culpa, de su boca eyecta un vómito verdoso que se camufla sin problemas con los demás fluidos que están alojados en este piso.

Al revisar la herida con un par de pinzas no muy limpias, el médico ve la bala que ha causado tanto estrago.

-Coño... es suertuda esta muchacha- expresa el médico aún algo embobado por su despertar tan repentino.

-¿Cómo dice?- pregunta el oficial en mal estado, mientras busca con que limpiarse los restos del vómito que emana un olor a arrepentimiento que llegaría a asquear a cualquier olfato no acostumbrado.

Los señores fisgones, que desde afuera del domicilio seguirián teorizando sobre el suceso, posiblemente llegando a entorpecer aún más la cirugía, son espantados por el olor que incrementa en potencia a cada segundo que pasa, forzandolos a llevar su farfulló a otro lado.

Falacias, Pólvora Y Una Pizca De Verdad: Historias Del Viejo Y Sucio OesteOnde histórias criam vida. Descubra agora