1. Tiempo de Caza (2/2)

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Abandonamos la espesura cuando la noche empezaba a dar paso al alba. No éramos los primeros en regresar a Ocaso. Nos apoyamos en una de las paredes de la arena, guardando una distancia prudencial de las demás parejas de aprendices. Algunos de ellos eran buenos amigos, lo que no significaba que no fuésemos a intentar robarnos las plumas si teníamos ocasión.

Había también un par de maestros, pero estos se mantenían al margen, conscientes de que la cacería no terminaría hasta el amanecer. Nos miraban desde la grada, con expresión aburrida; no era frecuente que se iniciasen nuevas contiendas una vez abandonado el bosque, y era aún más extraño que no se zanjasen a los pocos segundos. A nadie le quedaban fuerzas para un ataque a la desesperada.

Zac seguía cabizbajo. Todavía se sentía mal por haberse dejado atrapar. Intenté animarlo, aunque mi humor tampoco atravesaba su mejor momento.

—Tal vez Ezra tenga razón ―suspiró―, quizá deberías buscarte una pareja más hábil.

―¿Qué dices? Ezra es un capullo. Nunca tiene razón. Eres la mejor pareja de caza que podría desear. ―Miré hacia los lados, nerviosa―. No le digas a Zoe que he dicho eso.

Zac rio, pero volvió a desviar la mirada hacia sus manos, que jugueteaban con los cordones delanteros de su camisa. Saqué un par de plumas de mi bolsillo y las puse debajo de su nariz. Zac intentó apartarlas, pero se detuvo al ver de qué se trataba.

—¡Plumas! ¡Creía que se las habías entregado todas!

—Así es. —Me encogí de hombros—. Esto es un regalo de Ezra. ¿No creerías que iba a tocarle el culo sin sacar nada a cambio?

Soltó una risotada.

—¿Juego de manos? Parece que la mala influencia de Zoe ha conseguido calar en ti.

Le devolví la sonrisa, aunque sin fuerzas. No estaba verdaderamente feliz. Había conseguido las plumas, cierto, pero ¿a qué precio? Había roto las normas. Por primera vez en mi vida.

Zac captó mi estado de ánimo al instante.

―No pasará nada. ¿Qué importa que hayas usado Trementina para liberarte? Ezra quebrantó las normas primero. No te delatará. No es tan estúpido.

Asentí, desviando la mirada. Zac frunció el ceño.

―¿O es que has hecho algo más?

Me mordí el labio, pero no respondí.

Vera y Ezra aparecieron diez minutos después, cuando el cielo adquiría tintes naranjas y las montañas del este refulgían como si estuvieran ardiendo. Tomaron asiento deliberadamente lejos de nosotros. Ahora, en cualquier momento...

Un grito rompió el silencio. Ezra. Sus plumas habían comenzado a incinerarse como si una Chispa hubiera caído sobre ellas. Vera y él hicieron lo posible por extinguir el fuego, pero en apenas unos segundos quedaron reducidas a cenizas.

Vera no sabía a qué prestar atención. Miraba a su compañero, a las plumas, a los maestros, a nosotros. Ezra se volvió hacia mí. Sus ojos eran dos carbones ardientes. Compuse mi mejor cara de inocencia.

—Tú, sucia traidora —dijo escupiendo cada palabra—, pagarás por esto.

—¡Está claro quién ha sido la responsable! —chilló Vera, mirando con intención a los dos maestros—. Ha quemado nuestras plumas porque no aceptaba su derrota.

Janet Rhete, directora del instituto Ocaso y maestra de técnicas, se limitó a bostezar. Parecía contrariada por haber tenido que salir de la cama tan temprano. Mordeg, el maestro de alquimia, dormitaba sin pudor; excéntrico como de costumbre.

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