12. el tablón de los recuerdos y la foto escondida

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22 de diciembre, 2020

—¿Solo una maleta?

Con la nariz arrugada, los brazos en jarra y la mirada puesta en un gato muy vago, que solo sabía restregarse contra su ropa, Elena le respondió a su hermana con un «no necesito más, muchas gracias». Oficialmente, las vacaciones de invierno comenzaban al día siguiente por la tarde, pero había gente que se había marchado esa mañana o que lo haría a lo largo del día. Julia había aparecido en su cuarto quince minutos antes, informándole de que había terminado su equipaje, una mochila con lo que necesitaba de clase y una maleta grande de ropa, y que no se fiaba de ella ni un pelo. Elena prefería llevarse solo lo imprescindible y, para qué mentir, la ropa que no había podido llevar a la lavandería esa última semana.

Julia carraspeó para llamar su atención.

—En casa de papá hay ropa de sobra —añadió por si acaso, un tanto molesta porque su respuesta anterior no fuera suficiente—. ¿Tú que has hecho? ¿Vaciar el armario entero?

Su padre vendría a recogerlas por la mañana temprano. Era un viaje de menos de una hora a la capital. Ese año su madre pasaría las fiestas con ellos desde el principio. O ese era el plan, todo dependía de las restricciones de última hora y si le permitían o no atravesar la frontera. Por muy «allegada» que fuera, a fin de cuentas, era su madre, las cosas no funcionaban igual dentro que fuera del país. Harta de que Canijo hiciera lo que le viniera en gana, agarró al gato como pudo, llevándose algún que otro zarpazo y recuperó la chaqueta de borreguito.

Canijo bufó molesto antes de desaparecer por la ventana.

Julia negó con la cabeza, aún sentada sobre la colcha y abrazada a un cojín.

—Qué animal eres.

—¿Yo? Casi arranca mis nuevos parches.

Ese finde se había entretenido en coser los últimos parches que le quedaban. Desde flores hasta frases clichés. Había quedado bastante bien.

—En serio, Lena, ¿una maleta?

Quizás debería coger una mochila.

—Tengo cosas en el cesto de la ropa sucia, así que...

—¡Qué guarra eres!

Elena se encogió de hombros, restándole importancia. Puso la chaqueta sobre la cama y comprobó que todo estuviera en orden en la maleta. No quería olvidar nada importante. Podría ser más ordenada, así le entrarían más cosas y sabría si le faltaba algo, pero, como bien le había dicho a su hermana, en Córdoba tendría todo lo necesario para subsistir esas semanas. Además, era su maleta, podía hacer con ella lo que le viniera en gana.

—Todo listo. Cogeré esa mochila de ahí, la vaquera y meteré la bolsa de la ropa como pueda.

—Ni te planteas ir a la lavandería.

—Lo haría si el cesto estuviera a rebosar.

Eran sobre todo bragas, algún que otro sujetador deportivo y varias camisetas. Todas las semanas hacía unas pocas lavadoras. Echó un vistazo al cesto, arrugó la nariz y comprobó que sí, que eran cuatro cosas mal puestas y que no, ni de broma iba a ir la lavandería a perder parte de su tiempo por eso.

—¿Y las sábanas?

Ya las había quitado, el otro día. Había hecho una bola con ellas y, casi en bragas, y en piloto automático, había ido a la lavandería. Por suerte no se cruzó con nadie por el camino, no habría sabido cómo justificarse. Estuvo sesenta minutos sentada en un banquito, con las piernas recogidas y la mirada fija en el tambor, dejando que el tiempo corriera en su contra y que los remordimientos le carcomieran el alma, desde la boca del estómago hasta la garganta.

Somos efímeros (YA A LA VENTA EN AMAZON)Where stories live. Discover now