16. gay panic

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20 de enero, 2021

«Tírate a la piscina».

«Arriésgate. ¿Qué es lo peor que puede pasar?».

Todo. Nada. Carlos miró su libreta, se había tirado toda la tarde con el mismo puñetero dibujo (incluso en clase) y estaba a esto de mandarlo a la mierda. Era por Iván, sin ser Iván el verdadero problema. Por supuesto que todo se reducía a un tío. Carlos podía ser tan básico como el resto de los simples mortales. Cogió el carboncillo con demasiada fuerza, le cedió entre los dedos. Maldijo entre dientes. Ese día nada le salía bien. Tiró los restos en el estuche. El ojo izquierdo le había quedado mejor que el derecho. Más realista, más creíble. Como mirar una fotografía. Tal vez ese sí que era el problema. No necesitaba una foto de Iván, sino que lo necesitaba a él y todo lo que eso conllevaba y se tenía que conformar con mensajes y selfis a deshoras. Si bien se habían visto un par de veces, no había sido suficiente para acallar esa vocecita en su cabeza que le decía que él no importaba, nunca le importaría a nadie.

«Tírate a la piscina».

A Julia le había ido bien su consejo. Más o menos. Ahora se la veía animada, más segura de sí misma, siempre acompañada de Guerrero, casi agarradas de las manos. Pero cuando no estaban juntas, Julia lucía como alma en pena, mirando con anhelo a su hermana desde lejos y cruzando los dedos para que la rubia diera el primer paso, se disculpara y todo volviera a la normalidad. Carlos no conocía muy bien a las hermanas, pero sí lo suficiente para saber que Elena era demasiado cabezota para ceder tan pronto. Pero él, a diferencia de Julia, no tenía nada que perder, ¿o sí?

Miró el dibujo, trazó con la yema de los dedos el contorno de la mandíbula, el grosor de los labios y el borrón del ojo derecho.

«Deja de hacerte daño».

Con manos temblorosas, recuperó el teléfono del bolsillo, lo desbloqueó y le escribió un mensaje a Iván. No estaba en línea. El corazón se le iba a salir por la boca. Escribió, borró y volvió a escribir. Envió el mensaje (uno, dos y tres) y guardó el teléfono, para no verlo, para pretender que no existía y con unas ganas de potar increíbles.

Menos de un minuto después, sonó en el bolsillo.

No lo cogió en el acto.

IVÁN

en línea

Podemos vernos??

Estoy en el patio de la fuente

Si estás en clase no pasa nada


voy enseguida :)

.

Iba a darle algo.

¿Por qué estaba tan nervioso? Le sudaban hasta las manos. Guardó la libreta y el estuche a trompicones. Sin pensar. Tenía las manos manchadas de carboncillo, se las limpió sobre la camiseta. ¡Era clara! Maldijo en voz alta. Empezó a frotar la camiseta para quitarle las manchas, no funcionó una mierda, recuperó la cazadora de la mochila. Estaba hecha un asco. ¿Por qué no se había arreglado un mijilla esa mañana? ¿Le daría tiempo ir a su cuarto? Tenía calor, hacía fresco. ¿Por qué estaba tan nervioso? Le había escrito a Iván para verse y este le había dicho que sí. ¿Por qué no iban a poder verse? Eran amigos.

No, no eran amigos. Él no quería que fueran amigos. ¿Qué quería? ¿Qué significaba «tirarse a la piscina»? Eran amigos que hacían sexting. Vale. ¿Quería llevar su no-amistad a un nuevo nivel? ¿Y qué nivel era ese? Por teléfono todo era más simple. Hablaban, hacían el tonto y se picaban sin pensar en las consecuencias. Si se pasaban de la raya, era tan fácil como cambiar de tema o bloquear el teléfono unas horas. Punto final. Y si uno acababa cachondo perdido, ¡pues era su problema y ninguno exigía nada al otro! Ahora ya no. Ahora se verían en persona y Carlos no sabía qué mierda le iba a decir. ¡Qué narices! No sabía ni cómo tenía que saludarlo.

Somos efímeros (YA A LA VENTA EN AMAZON)Where stories live. Discover now