Canto número 18. ¿Los cuervos cantan furia?

476 143 70
                                    

Los cuervos no cantan furia

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Los cuervos no cantan furia.

Pero la persona más cercana a mí sí lo hacía.

Nunca he creído en ese dicho que dice que la sangre es más fuerte que cualquier otro lazo, que la familia debería ser tu conexión más resistente y segura. Ese jamás fue mi caso, por el contrario, yo moría por cortar eso que nos unía a mi padre y a mí, por pretender que no había nada que nos mantuviera juntos, por simplemente negar su existencia y nuestro pasado compartido.

Es por eso que quería escapar de Kaux en cuanto pudiera, porque no veía nada que me mantuviera aquí más allá del cariño o nostalgia que pudiese tenerle al sitio por ser donde crecí. Al final, creo que la única razón era por alejarme de Joel Rangel, de ese horrible hombre que se hacía llamar mi progenitor.

Y esa, a mis ojos, era razón más que suficiente.

Era sábado por la mañana. Me había levantado alrededor de las nueve para salir de mi casa y no regresar hasta muy tarde como era la costumbre. Entre menos tiempo pasara cerca de ese hombre, mejor.

Sin embargo, me encontré con la desagradable sorpresa de que no estaba tirado en el sofá con resaca como todos los fines de semana, sino que estaba de pie junto al teléfono pegado en la pared, gritándole a quien sea que estaba al otro lado de la línea.

—¡¿Y qué carajo esperas que haga?! —bramó. Se veía tan desagradable; sin afeitar, con aspecto de no haberse dado un baño en días, con el mismo uniforme de trabajo del día de ayer.

Me detuve al pie de la escalera, oculto y escuchando por morbosidad y también por precaución. Sabía que cualquier problema que él tuviese, me acabaría pasando factura a mí también de alguna manera.

—¡Qué no tengo el dinero, hijo de puta! —continuó gritando y golpeando la pared con su puño cerrado.

Claro, era una llamada de cobranza. Mi padre le debía dinero a muchas personas, pero mientras que con unas se podía salir con la suya, había alguien con quien ni de broma tendría esa oportunidad. Ese alguien era el banco, una deuda postergada durante meses, casi un año, y ya le estaba pesando cada vez más.

—¡¿Y crees que te voy a abrir la puerta si presentas tu maldita jeta en mi casa?! —Estaba furioso—. ¡Inténtalo, hijo de perra, preséntate aquí y atrévete a quitarme la puta casa!

Me espanté con sus palabras. Este era el momento que más temía desde que comenzaron a llegar esas llamadas del banco. Nos embargarían la casa, la única posesión valiosa a nombre de mi padre.

Supe entonces que ese era el momento de irme. Me escabullí, habiendo perfeccionado el arte de caminar sin hacer ruido alguno para marcharme sin que lo notara. Me dirigí hacia la cocina y salí por la puerta trasera, abriéndola y cerrándola con cuidado. Supe que escogí el momento adecuado para irme cuando escuché un golpe seco en el interior de la casa, probablemente había azotado el teléfono contra la pared para colgar la llamada.

Los Cuervos Cantan PresagiosWhere stories live. Discover now