Canto número 30. ¿Los cuervos cantan problemas?

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Los cuervos no cantan problemas

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Los cuervos no cantan problemas.

Pero estos siempre llegaban a arruinar mi vida cuando todo me parecía más precioso que nunca.

Hace una semana que Kalen y yo nos besamos, hace siete maravilloso días que por fin adquirí el coraje para confesarle lo que sentía y él correspondió mis sentimientos. No estaba habituado a ello y al inicio no sabía cómo actuar. ¿Debía besarlo? ¿Abrazarlo? ¿Tomarlo de la mano?

Estaba asustado y tan malditamente nervioso como entusiasmado, pero como siempre, Kalen estaba ahí para salvarme. Me tomaba de la mano, acariciaba mi rostro y con una voz suave me aseguraba que no había nada que temer, que estaba bien si no sabía qué hacer, si dudaba, si quería mantener esto en secreto hasta que me sintiera listo. Me reiteraba que sentir ansiedad por el cambio no era un reflejo de cobardía, sino un efecto secundario de mi valentía.

Lo adoraba, adoraba tenerlo a mi lado y que, aunque nadie lo supiera, fuera mío.

—Lamento que tengamos que hacer esto en secreto —me disculpé por quinta vez en la hora.

Era nuestra primera cita oficial, una que nos costó decidir porque yo quería mantener nuestra relación en secreto.

—No tienes que disculparte, Félix —aseguró Kalen—. Estamos en un pequeño pueblo de México, un país demasiado conservador. Es prudente no andar anunciando nuestra relación a todos. ¿Dos hombres juntos? Lo verían como un pecado capital. Pendejos.

Me reí por lo bajo, una risa algo incómoda, pero también con un rastro de gracia por las cosas que Kalen decía.

Íbamos caminando a través del bosque de almas, aquel en donde, si escuchabas con cuidado, podías escuchar el susurro de las personas cuyas almas fueron convertidas en árboles. El negocio era relativamente reciente, por lo que ningún árbol era demasiado grande todavía.

—¿Cuánto tiempo más crees que les lleve crecer a una altura razonable? —cuestioné.

Kalen miró hacia arriba, pensativo, y luego hacia los árboles en nuestro camino.

—¿Unos diez años?

—¿Tanto?

—No se dan de la noche a la mañana. —Sonrió y tomó mi mano, entrelazando nuestros dedos—. Y eso convierte al resultado en algo incluso más especial.

Le sonreí de regreso, sintiendo su cálida palma contra la mía, la forma en que su agarre era tan delicado, muy diferente a cualquier otro tipo de contacto físico que haya experimentado antes.

—¡Ajá! —exclamó de repente—. Es aquí. Ven.

Me jaló hacia donde se encontraba el árbol más grande del bosque de almas. Debía medir unos dos metros, no era enorme, pero su tronco era un poco más grueso y estaba más poblado de ramas que los demás.

Los Cuervos Cantan PresagiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora