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Durante una hora entera cruzaron por mi delirante cerebro todas las razones que habrían podido impulsar el flemático cazador. Bullían en mi mente las ideas más absurdas. ¡Creí volverme loco!

Por fin, escuché ruido de pasos en las profundidades del abismo. Hans regresaba sin duda. Su luz incierta comenzó a reflejarse sobre las paredes, y brilló luego en la abertura del corredor, tras ella, apareció el guía.

Se acercó a mi tío, le puso la mano en el hombro y le despertó con cuidado. Mi tío se levantó, preguntando:

—¿Qué ocurre? ¿Qué sucede?

Vatten —respondió el cazador.

Sin duda, bajo la impresión de los violentos dolores todos nos hacemos políglotas. Yo ignoraba en absoluto el danés, y, sin embargo, entendí instintivamente la palabra pronunciada por nuestro guía.

—¡Agua! ¡Agua! —exclamé palmoteando, gesticulando como un insensato.

—¡Agua! —repitió mi tío—. Hvar? —preguntó al islandés.

Nedat —respondió éste.

¿Dónde? ¡Allá abajo! Todo lo comprendí. Me había apoderado de las manos del cazador y se las oprimía con cariño, mientras él me miraba con calma.

Breves fueron los preparativos de marcha, internándonos en seguida por un corredor que tenía una pendiente de dos pies por toesa.

Una hora más tarde, habíamos avanzado unas mil toesas, aproximadamente, y descendido dos mil pies.

En aquel preciso momento, oímos distintamente un insólito ruido que se transmitía a lo largo de las paredes de granito de la galería, una especie de mugido sordo, como un trueno lejano.

Durante esta primera media hora de marcha, al ver que no tropezábamos con el manantial anunciado, volvieron a avivarse mis angustias; pero entonces explicó mi tío el origen de los ruidos que escuchábamos.

—Hans no se ha engañado —me dijo—; ese rumor que oyes es el mugido de un torrente.

—¿Un torrente? —exclamé.

—Sin duda de ningún género. Un río subterráneo circula en torno nuestro.

Apresuramos el paso, hostigados por la esperanza. El solo ruido del agua ejerció sobre mi organismo un efecto temperante, y dejé de sentir toda fatiga. El torrente, después de haber corrido mucho tiempo por encima de nuestras cabezas, se cambió a la pared de la derecha, mugiendo y dando saltos. Yo pasaba a cada instante la mano por la roca, esperando hallar en ella señales de filtración o humedad; pero en vano.

Transcurrió todavía media hora, durante la cual avanzamos otra media legua.

Entonces quedó evidenciado que el cazador, durante su ausencia, no había tenido tiempo de llevar más adelante sus investigaciones. Guiado por un instinto peculiar a los montañeses y a los higroscopios, sintió, por decirlo así, este torrente a través de las rocas, pero no vio, en realidad, el líquido precioso; así que no había bebido.

Pronto se echó de ver que, si proseguíamos la marcha, nos alejaríamos del torrente toda vez que su murmullo tendía a disminuir.

Viaje al Centro de la Tierra de Julio VerneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora