Capítulo 9: Mater

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Era Attila.

Integra permaneció inmóvil en su sitio, mirando a su hijo con ojos desbordados de horror.

Pues él no estaba maniatado y tirado en un escondite como ella se imaginaba, dadas las circunstancias. Estaba muy cómodamente sentado ante una improvisada mesa, pero aquello no era lo que su madre veía con espanto y al borde del colapso. Sino lo que había encima de ella.

Era el cuerpo de William totalmente troceado, cuya carne molida y desgarrada era devorada por su sobrino de cabellos negros, quien saboreaba su carne y tomaba su sangre como si fueran su platillo favorito. Se detuvo al ver a su madre, y, algo apenado, procedió a limpiarse la boca.

—¡Mater! No esperaba que vinieras —le dijo con un dejo de cinismo en la voz—. Me siento avergonzado, siempre me dices que debo guardar las formas en la mesa y ser ordenado. Te pido perdón por mis fachas...

Pero su madre estaba al borde de la histeria.

—¡¿Te estás devorando a William y tú te disculpas por no estar presentable?! —gimió alterada, sentía que en cualquier momento perdería la conciencia—. ¡¿Por qué estás haciendo esto?! —le increpó con un hilo de voz y lágrimas en los ojos, señalando el espectáculo que se cernía en esa mesa.

Pero su hijo la contemplaba impasible, como si fuera una idiota que no se daba cuenta de las cosas.

—Porque se supone que para ser más poderoso hay que alimentarse de los enemigos, el poder y las habilidades de ellos se transfieren a uno a través de la carne y la sangre —le explicó con simpleza, trayendo a colación una antigua creencia—. ¿No es lo que Pater hacía en sus tiempos de príncipe?

Pero a Integra ya no le resistieron las piernas y cayó sentada sin poder creerlo.

—Pero William era tu tío... él no tenía que morir... por qué... por qué... —musitaba ella, totalmente desencajada, mirando al suelo mientras se agarraba la cabeza; de repente, fijó la vista en su hijo—. ¿Y esa gente de afuera? ¿Quiénes son? El tipo de la entrada... él seguramente te hizo algo, un hechizo... —gimoteaba en busca de una explicación que la aliviara.

No obstante, Attila la contemplaba divertido recargando su mentón en una mano.

—Francamente —dijo de repente una voz masculina proveniente de la oscuridad, que Integra no reconocía—, no esperaba conocerla en estas condiciones deplorables, Frau Brenner; esperaba ver a una mujer altiva y de porte elegante, con carácter y temple de acero... pero verla derrotada sólo porque vio a su hijo haciendo lo que hacen los de su especie me decepciona— El hombre avanzó hasta la luz para revelarse. Era bajito y rubio, muy gordo y encantador; con un escalofrío, a Integra se le antojó que bajo esa máscara de amabilidad y modales había una persona sumamente cruel.

—¿Quién es usted? —demandó saber, poco a poco el temor se fue convirtiendo en ira.

—Oh, que maleducado de mi parte: Mayor Max Montana a su servicio —respondió con gracia el hombre haciendo una reverencia—. Usted no me conoce, Frau, pero sí su abuelo y su padre; así como también su mayordomo y hasta su marido. Por fin tengo el placer de conocerla.

—¡Pues no puedo decir lo mismo! —vociferó la rubia mientras se levantaba con dificultad—. ¡Exijo una explicación! ¡¿Qué es lo que quieren?! ¡¿Qué es todo eso que está sucediendo afuera?! ¡¿Y QUÉ ESTÁN HACIENDO CON MI HIJO?! —al gritar esto último, dos mujeres aparecieron detrás de ella para reducirla a golpes; se veían molestas por la manera en que había gritado a su líder.

—Rip, Zorin, por favor, no sean violentas —pidió Montana con voz suave y comprensiva, mientras otro hombre, al parecer un médico, aparecía detrás de él. Ambas dejaron de golpear a Integra al instante, burlándose de ella.

La caída de los diosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora