10.

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Mingyu sonreía. Pero no era una sonrisa agradable, había algo en la manera en que los labios le temblaban y los ojos decían mucho más de lo que jamás podría leer en una sola mirada.

Se balanceó sobre los talones, sus zapatillas mojadas debido al barro. Algo crujió, él no miró hacia atrás, no se preocupó por lo que venía a por nosotros, y por lo tanto tampoco lo hice. Dolía, no sabía a qué se debía, pero verle me dolía. Sangre, mucha sangre enfriándose en sus manos, manchándome el rostro cuando él me tocó. Llanto, mucho llanto secándose sobre mis mejillas.

Y yo no lloraba hacía mucho, mucho tiempo.

Desperté exaltado.

El cuerpo que habitaba apenas me pertenecía. Cada movimiento era rústico y aletargado. Caí desde el revoltijo de sabanas y di con el suelo. Un golpe duro que me sacudió el cerebro. La puerta se abrió para enseñarme el rostro compungido de mi hermana. Debía parecerle una pobre larva aplastada en el suelo, con baba seca en la mejilla y seguramente una marca roja en el mismo sitio donde mi rostro impactó.

—¿Caíste de la cama?

Asentí, llevando la mano a mi corazón. Pensé que lo más extraño fue que entre el dolor, el miedo y la desesperación, había un poco de esperanza palpitando allí, por debajo de mis huesos y mi piel. Esperanza por algo que me era incomprensible, tan ligero e invisible que, aunque tuviese el ansia de atraparlo en mis manos, solo conseguía el vacío del aire. Era una más de las cosas en las que no me quería adentrar. Porque reconocí cierta parte de esa sensación en las primeras veces.

La primera vez que me divertí pasadas de las doce de la noche con mis amigos y el alcohol.

La primera vez que alguien me besó.

El primer amor.

Excepto que mi primer amor había sido una niña de eternas coletas y una sonrisa de chocolate, quien se acercó a mí en medio de un mar de otros niños y me extendió su mano. Tenía doce años en aquel entonces y soñarla era como subirse a una montaña rusa.

Seulgi rio. —¿Mal sueño?

Algo así.

Se recostó en el marco de la puerta, pero no era tan grande ni absurdamente incómoda como cuando Mingyu lo hizo en su propia cocina.

—Tienes un examen en una hora, apúrate.

Volví a tropezar. Esta vez fue mi rodilla la que salió perjudicada.

—Mierda.

_______________

Me había ido horrible. Apenas logré responder las primeras tres preguntas antes de sufrir un paro cerebral que me dejó atontado por más de quince minutos. Y en un mar de cabezas que colapsaron sobre la hoja del examen, mantuve la mía en alto viendo fijamente al reloj, cuyo tic-tac resultó en mis oídos igual al conteo de una bomba nuclear acercándose a la ciudad.

Alguien golpeó mi pie al pasar.

Me despabilé en la última media hora.

Las primeras preguntas siguieron en blanco y por mucho que hubiese puesto esmero en el múltiple opción, dudaba que el profesor fuese a ser benevolente con el chico introvertido de la penúltima fila cuya familia era un desastre.

Y vaya que aparentaba ser un desastre.

Dormir estaba fuera de la discusión.

Soñaba con lobos todo el tiempo... y soñaba con Mingyu cada vez que cerraba mis ojos, lo que de por sí era extraño porque durante toda la vida dormir fue un fastidio. Ahora tocar la almohada era sinónimo de caer en lo profundo del inconsciente. Hasta me picaron los pies por el calor de despertar a punto de sufrir un colapso nervioso. En definitiva, estaba hecho un asco durante el examen y lo seguía estando dos días después, detrás del mostrador de la maldita cosa rodante en la que trabajaba.

Where the wolves hide...  -MinWon/MeanieWhere stories live. Discover now