Cita con Sonic.

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Hacía un día delicioso, con sol suave, nubes esponjosas y blancas. Ese día sería la primera cita de reina con uno de sus esclavos: Sonic. Ambos estaban sentados a una banca en el patio del palacio desde hace más de una hora en silencio total, la reina suspiraba cada tanto esperando que el azulado dijera algo o hiciera algo, cosa que al final no sucedió.

—¿Esta es tu idea de cita?—preguntó frustrada e irritada, el azulado la había invitado.

—Pensé que venir a sentarnos y tomar aire sería divertido—respiró con calma, con una pequeña sonrisa.

La verdad es que esto más que diversión para el azulado, era tranquilidad, algo que lamentablemente con su hermana no tenía derecho.

—Pues no lo es en absoluto—respondió tajante, cruzando las piernas y volteando la cara.

Tras cruzar esas palabras, todo volvió a ser silencio. El macho estaba algo nervioso con esa última respuesta, ese tono y esa acción le habían esfumado la tranquilidad.

—Mi reina, ¿Qué es lo que más le gusta del cielo?—preguntó desviando el tema, a la fémina, se le hizo extraña la pregunta.

—Me gustan las estrellas y la luna—respondió sin muchos ánimos.

—¿Por qué?—preguntó el erizo con curiosidad.

La rosada se quedó pensando.

—Porque cuando era niña, solía pasármela encerrada en mis aposentos sola con un libro. Era un libro que trataba sobre la luna y una gitana(*)—respondió con un suspiro—mi madre cuando supo el contenido del libro, me lo quitó. Pero desde ese día miro a la luna con cariño y me imagino a las estrellas como sus hijos.

El erizo procesó sus palabras. Ese había sido un libro bastante polémico y a la vez muy sonado porque la historia trataba de una hembra y un macho como matrimonio. Aunque el tema de la difunta reina le llamaba la atención, consideró imprudente preguntar sobre ella.

—Quiero ser como la luna—continuó la reina con una pequeña sonrisa—y amar a mis hijas.

Por un pequeño momento, el rostro de la reina se veía tranquilo y lleno de vida e ilusión, ojos brillantes y una sonrisa boba. Ella no era como él esperaba, ella era buena, tranquila, era compasiva; no era como su madre, ella era… preciosa a su manera. El rostro del macho se ruborizó de tan solo pensar de esa manera de su ama, era agradable de cierta forma aunque él fuera un mero esclavo. No quería pensar más allá o sobre pensar los motivos del actuar de la reina, se conformaba con ser tratado bien.

—¿Y como se imagina a su hija?—preguntó con cierto morbo en la pregunta, indagando más sobre los gustos de su dueña.

—Bueno, no tengo una imagen clara pero será perfecta. La daré a luz y será una belleza—respondió pensativa. Estaba pensando en como quería imaginar a su hija, tenía dos opciones y ambas eran igual de atractivas pero al final ganaría el que mejor la tratara.

—¿A usted… como le gustaría que yo actuara?—preguntó algo inseguro.

La rosada se enderezó y lo miró ahora con curiosidad.

—Preguntas muchas cosas, ¿No?—el erizo agachó la cabeza apenado—tienes cinco puntos más por tu esfuerzo. Ahora mismo no agaches la cabeza, tienes un rostro muy guapo como para desperdiciarlo así.

¿Eso sería un cumplido? El macho se volvió a ruborizar y levantó el rostro, la reina lo miró con una sonrisa coqueta y se levantó.

—Llévame a algún sitio mejor, me duele el trasero—admitió relajadamente.

El macho se rió del comentario tan repentino. La reina deseaba que esa risa tan cautivadora que tenia el erizo, pudiese escucharla a menudo; si tan solo no fuera tan inseguro…

—¿Le gusta la playa?—preguntó, la reina frunció el ceño.

—No se me permite ir a la playa—respondió.

Sorprendido, el macho preguntó por qué.

—Tengo ciertas ocupaciones y no puedo darme el lujo de ir sola a la playa, además de que mi pueblo si me viera en la playa estarían alrededor de mí sin dejarme respirar—explicó tranquilamente.

—¿Podríamos ir a sus aposentos un momento?—la reina asintió intrigada por la iniciativa.

Ambos subieron a la habitación y el macho fue directo al clóset de la fémina para buscar algunas cosas. Una bufanda, una camiseta y un short, aunque estos últimos eran prendas de estar en casa.

—Será una pequeña escapada—dijo haciendo un ademán de silenciar, sonriendo.

Se arrodilló y con delicadeza le sacó las zapatillas a la rosada. Esta estaba procesando las palabras ”pequeña escapada” aún, era difícil de creer que eso fuera posible pero sin remedio aceptó. Luego, había que sacarle el vestido, la verdad era que el chico estaba muy nervioso.

—¿Te están temblando las manos?—preguntó con diversión.

—Eh… puede ser—respondió a duras penas, bajando el cierre de la espalda.

La hembra de levanto y dejó caer su vestido, por cierto respeto el cobalto le dio la espalda. Cuando se había vestido completamente, la camiseta, el short y unos zapatos deportivos (que nunca había usado) llamó.

—¿Qué tal te parece?—preguntó dando una vuelta—No uso esta clase de ropa en general, ni siquiera sabía que la tenía en mi guardarropa.

—Tenga—le ofreció unos lentes de sol, la reina sorprendida los tomó—es para completar su estilo de hoy.

La eriza sonrió complacida. Ambos bajaron al jardín nuevamente, el cobalto tenía en sus manos una bufanda que no era muy abrigadora.

—Venga—pidió tímidamente. La hembra lo miró curiosa y se acercó.

Pasó la bufanda por encima de las orejas de la fémina y procuró tapar sus púas atrás, haciendo un nudo justo debajo de la barbilla. De ese modo, no era muy reconocible.

—¡Sorprendente!—exclamó al verse en un pequeño espejo de mano en su bolsillo—¿Qué motivos tienes para cambiarme de esta forma?—preguntó curiosa y emocionada.

El erizo negó con la cabeza.

—Ya verás por qué—dijo y miró su cintura con dudas—¿Puedo tomar su…?

La reina se quedó esperando que continuara la frase, pero fue innecesario, sonrió con picardía.

—Por supuesto. Sorpréndeme, erizo—pidió con disimulada emoción.

¿Tendría su cita esperada? El macho sin dudar un segundo la levantó y la cargó como una princesa, por la impresión la reina pegó un pequeño chillido, se abrazó a su cuello y cerró los ojos. Lo que sucedió después fue en un segundo, sintió una fuerte brisa chocarle y al abrir los ojos estaba en otro sitio, fue como si se teletransportara.

—¿Cómo…?—fue interrumpida por el cobalto, quien no prestó atención a lo que quería decir la reina.

—Estamos en la playa—dijo extendiendo la mano al mar—huele a mar.

—¿La playa?—preguntó confundida, respiró profundo y sintió como el olor a sal entró a sus pulmones, tosió—… No debería estar aquí.

Dijo algo molesta. Se imaginaba paseando por el pueblo, conociendo mejor a sus súbditos y manera de vivir, no yendo a la playa donde podría quemar su blanca piel, lo consideraba realmente una perdida de tiempo y algo innecesario para ella, además de que no tenía trajes de baño y aunque los tuviera no podría meterse a nadar tranquilamente.

—Tranquila, señorita Mía. Solo daremos un paseo—dijo guiñándole el ojo, la hembra no comprendió con exactitud.

—Mi nombre no es Mía—respondió frunciendo el ceño.

—Por hoy lo serás—respondió señalando su vestimenta.

—Pero…—quiso replicar, pero al mirar a las personas alrededor se dio cuenta que no era sitio para discutir. A regaña dientes aceptó—De acuerdo, haz que me guste el día entonces.

Un comentario amargo y que desanimó al erizo, pero no sería suficiente para rendirse. Ambos caminaban juntos lado a lado, el chico trataba de sacarle conversación a la reina le respondiera con silencio o con monosílabos.

Sonic es un erizo inseguro, no le gustan las cosas nuevas y se siente atrapado adentro de sí mismo. Creía que la reina sería una tirana, una maltratadora, una mujer igual a su hermana o peor, pero, aunque fuera caprichosa y tuviese un interés en medio, lo había tratado mejor que en el resto de su vida lo habían hecho. Se sentía un poco más confiado, sentía que respiraba un poco después de tantos años. Caminar en la playa era un lujo para él. Él había ocultado como podía que tenía un secreto, el cual era ser un erizo igual de rápido que la luz. Su hermana y hermano desconocían dicha habilidad porque siempre regresaba antes de que tan siquiera volvieran a parpadear pero consumía mucha de su energía, necesitando comer en grandes cantidades cada que usará su habilidad. La verdad es que era un erizo un poco más delgado de lo normal y no sabía manejar su habilidad por completo, incluso él desconocía el límite.

Si alguien descubriera su habilidad, sería capturado y asesinado, pero con la eriza no le importaba mucho, en el fondo, se sentía confiado de ella y al menos, deseaba creer que ella era buena y que sería comprensiva. Al parecer había dejado el tema de lado por ahora.

—¿No te gusta el mar?—preguntó el erizo un poco ansioso—La arena, el olor…

—Es preciosa la vista la verdad, nunca lo había visto de tan cerca—admitió cortamente, perdiendo su mirada en el azul mar.

El erizo la observó de reojo, ella no parecía percatarse. Le parecía linda al cobalto, aunque estaba seguro que no conocía en absoluto a la reina, quería hacerlo, quería confiar.

—Yo…—Quiso decir algo, pero no pudo hacerlo.

Una risa coqueta sonó atrás de ellos dos y una provocativa murciélago en bikini llamó su atención, atrás de ella estaba el equidna fornido.

—Su majestad…—canturreó intrigada—¿Dando un paseo por la playa?

—Sí, vengo con mi mascota.

Al erizo, aunque estaba acostumbrado a esos términos, le hirió, son embargo mantuvo una cara apasible.

—Sonic, salúdala—ordenó con tranquilidad.

—Ho… Hola—saludó tímidamente, la albina volvió a reír.

—¿Y Shadow?—preguntó con descaro, la reina frunció el ceño.

—Está castigado—respondió de mala gana.

La albina levantó las cejas divertida.

—¿Qué hizo ese perro tonto?—preguntó con curiosidad.

El erizo tragó pesado, la reina lo miró un instante.


—¡Shadow, no hagas eso!—susurró desesperado el azulado—No husmees en sus cosas, ¡se
enojará!
—Este brasier es demasiado grande para ella, sabes. Yo digo que lo rellena—sigue el tema el azabache sin importarle nada.

La verdad es que estaba buscando algo de utilidad, pero solo había ropa.

—¿Qué cosa relleno?—preguntó detrás de ambos.

Los erizos se fueron la vuelta rápidamente, el azabache aún tenía el brasier en las manos. La reina se sonrojó al ver que era uno viejo blanco con figuras de rosquillas rosadas. Al ver su reacción (el azabache era muy receptivo) sonrió con malicia.

—Este brasier—levanta sin miedo, la reina frunció el ceño y puso sus manos en sus caderas (en jarra).

—¿Por qué lo dices?—preguntó ofendida.

—Porque tu pecho es plano—señaló y la reina miró su busto unos segundos.

—¡Mi pecho no es plano!—chilló irritada.

—N-No mi señora, usted no es plana—dijo el cobalto nervioso.

El contrarió de le ocurrió otra idea.

—Esto le queda a María—dijo entrecerrando los ojos.

—Yo creo que Honey…—susurró muy por debajo, la reina lo miró con sospechas (no había escuchado lo que dijo) y el azabache rió y negó con la cabeza.

—Honey las tiene muy grandes para…—iba a continuar pero la eriza estaba roja de rabia.

—¡Ustedes, sucios, dejen de comparar pechos!—gritó enojada, señalándolos.


—Ese perro dijo cosas imprudentes—respondió enrabiendo nuevamente.

El cobalto pensó por un momento, no quería que siguiera castigado y encerrado su compañero.

—Bueno… Creo que se equivocó, supongo—se rascó el brazo desviando la mirada.

—¿Acaso lo defiendes?—preguntó confundida.

La albina miró la escena con malicia, abrió su boca.

—Mi reina, no será qué… ¿Sus esclavos están enamorados?—preguntó con fingida preocupación.

La rosada ahora miró con confusión y gracia a la murciélago.

—¿Qué? ¿De quién?—preguntó divertida.

—Sonic y Shadow—respondió.

La rosada se rió con jubilo.

—Eso es absurdo—respondió.

—Esos son pensamientos muy…—no terminó la palabra, se sentía incómodo.

La rosada negó con la cabeza, sonriendo.

—Regresemos al castillo, me aburrí—dijo a su esclavo, el cual asintió.

La murciélago se despidió con una reverencia pequeña, cuando ya no se veía la eriza, el equidna habló.

—Esas imaginaciones tuyas—reprochó suavemente. La murciélago rió nuevamente.

—Podría pasar—respondió lavándose las manos.

—Aun así eso fue…—antes de que pudiese hablar nuevamente, la murciélago se acercó a él y se paró de puntas.

Tomó el rostro de rojizo y lo beso en los labios apasionadamente. El macho quedó sorprendido ante el acto, jamás su dueña lo había hecho en público. La hembra de apegó lo más que pudo de él, frotando su entrepierna con la pierna del equidna, lamió el labio inferior incitando a pasarlo a un beso francés, el cual fue iniciado sin rechisto. Cuando se separaron, ambos estaban agotados, la hembra con una mirada de deseo destellante.

—¿Qué pretendes?—preguntó algo nervios, con su corazón retumbando en su pecho.

—Vamos por allá—señaló detrás de una roca, el machó miró a ese sitio y luego regresó la mirada sorprendido.

—Pueden vernos—advirtió con dudas, la hembra chasqueó la lengua.

—¿Vas a desobedecerme?—preguntó concentrando su mirada en los ojos púrpura del macho, quien no pudo resistir y bajó la mirada.

—No, mi señora.

La relación de ambos era de esclavo y dueño, pero sus roles eran de dominante y sumiso. El equidna seguía sus órdenes sin problema alguno, después de todo, era su dueña y al mismo tiempo su amor platónico. ¿Algún día cambiaría? Jamás, en ese país nunca y aunque fuesen libres, ¿La murciélago lo amaría? De todas maneras, no importa.

La eriza llegó al castillo, el erizo estaba un poco desconcertado por la sonrisa que tenía su dueña en los labios.

—Vayamos a ver a Shadow—dijo tranquilamente, tomando de la muñeca al azulado.

Básicamente, la eriza arrastró al macho al calabozo. Estaban frente a una celda muy poco iluminada. De un momento a otro la reina parecía muy consternada.

—Veo que regresaron—habló con fastidio, la verdad es que la celda era más cómoda que estar junto a esa hembra caprichosa.

—¿Tú… t-tú lo amas?—preguntó agarrando los barrotes. La cara del azabache no pudo de arrugarse más.

—¿Qué?—preguntó desconcertado. ¿Otra de las estupideces de la reina?

—¡Estás evitando el tema!—chilló sacudiéndose.

—No lo está haciendo—respondió creyendo que así se calmaría.

La reina abrió la boca y lo miró está vez.

—¿Lo estás defendiendo?—preguntó asustada.

—¿Ahora cual es el circo?—preguntó cansado, estaba acostado contra la pared deseando que ambos se fueran de su vista.

—Le dijeron que estábamos enamorados—respondió incómodo, el contrario levantó una ceja y rió.

—Eso es estúpido, ella es estúpida—dijo divertido.

—Pero no podré hacer mi princesa si ustedes están enamorados. No me quiero meter entre ustedes—dijo desanimada.

—Estás muy confundida—dice cansado.

—No niegues tu amor—responde ligeramente molesta.

—Que no nos amamos.

—¿Tú también? Dejen de negarlo, si se aman… los respeto—dice bajando la cabeza, aún agarrada de los barrotes.

—Ya sácame de aquí—dice el azabache molesto, la reina rápidamente saca de entre su pecho una llave y abre la puerta.

Los tres estaban en un silencio bastante incómodo.

—Si quieren estar juntos como condición les pongo que me regalen su cachorro.

Ambos se miraron y se debatían sobre si reír o explicarle las cosas.

—No podemos tener cachorros entre nosotros—explicó el cobalto desagradado.

—No nos amamos tampoco—repitió el azabache poniendo su mano en su cara.

—Pero Rouge…

Al mencionar su nombre, al azabache hirvió la sangre.

—Ella es una mentirosa asquerosa—respondió con rabia, el otro erizo lo miró sorprendido.

—¿Podré tener a mi princesa entonces?—preguntó con ilusión.

Al cobalto, aunque estuviese incómodo por la situación, le pareció tierna su reacción.

—Claro que sí, no te preocupes—respondió suavemente, la rosada sonrió.
—Ay no, conmigo no cuen—el azulado le dio un puño en el brazo, mirándolo irritado. El azabache giró los ojos—La tendrás.
—Hagan su esfuerzo por mí entonces—respondió contenta.

Uyuyuyuyuyuy... momento Knuxouge 6u9 nah mentira, la historia no trata de ellos dos, pero creí que sería un detalle poner un poco sobre su relación en la historia.

*Es un libro inspirado en "el hijo de la luna" de Mecano, el libro va de un mujer gitana que quiere encontrar esposo y le pide a la luna que le dé su bendición para embarazarse de su marido, pero el niño nació albino y el hombre termina matando a la mujer y dejando al bebé tirado en el bosque. El libro en esta historia es polémico porque una hembra buscaba un esposo (macho) cuando los machos son solo esclavos y peor aún que el macho la matara hizo que el libro fuera prohibido en ciertas partes del país por ser ofensivo para la mayoría de la población.





A la reina, lo que pida. Where stories live. Discover now