CAPITULO 56.- MELINDA:

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Pude escuchar los pasos de Gabriel. Abrió la puerta, entró, arrastró los pies hasta llegar a la cocina, luego se dio cuenta de que dejó la puerta abierta, volvió sobre sus pasos y la cerró.
Sonaba cansado, su respiración estaba agitada y su cuerpo hacia más ruido del normal al caminar sobre el suelo resbaloso de la casa.
Cuando era más pequeña, solía pensar que el azulejo con el que estaba forrada la casa era tan resbaloso como la sangre, aunque claro, hasta que sucedió lo de la sombra en el sótano, yo jamás tuve un contacto tan natural con la sangre.
Mi hermano abrió el refrigerador, sacó la leche y la empinó toda sobre su boca ¿Por qué buscar leche en vez de agua?
Gabriel era como un gato. El abuelo solía decirlo.
—El muchacho es ágil como un felino, y toma demasiada leche, tal vez sea un gato— bromeaba el viejo.
Mi hermano le respondía con sonrisas y se esforzaba más en ser aquello que estaba destinado a ser, un guardián. Pensar en esa palabra hacía que me recorriera felicidad pura, emoción, adrenalina.
Cuando el abuelo murió, nada volvió a ser lo mismo.
Papá dejó de ser la persona que era, él simplemente parecía roto.
Mamá hacia lo posible porque este hogar siguiera funcionando.
Y Gabriel… él dejó de sonreír sinceramente. Ya no era el mismo chico agradable.
Después de la muerte de Ralph, el padre de Violeta. Lo que Hanna le gritó a papá, que él golpeaba a mi hermano. Ya no pude ver las cosas igual, sabía que algo malo le sucedía a Gabriel, algo más que la responsabilidad de los guardianes, era algo que él no quería compartir conmigo.
Yo lo admiraba, sabia cuan fuerte y valiente era, aunque a veces se comportara como un cretino.
Mi padre lo golpeaba, sacaba toda su mierda e infelicidad con él.
—Te odio— le dije a Evan esa tarde, cuando volvimos a casa.
Él no me respondió, aunque en su rostro tampoco se reflejó el dolor, era como si no hubiera nada dentro de él, como si estuviera completamente vacío.
Mi abuelo solía decir que las personas que decidían hundirse dentro de su propia miseria no salían a flote, a no ser que ellas lo quisieran.
Papá nunca quiso salir de eso, era su culpa.
Nunca sentí amor por él… no sé, desaparecía la mayor parte del tiempo y fue Gabriel quien se encargó de hacer las tareas conmigo, de llevarme a esas tardes de juegos. Fueron él y mamá quienes se preocupaban por mí, de que todo estuviera bien.
Fue mi hermano quien se dio cuenta de que en la escuela me fastidiaban por tener “amigos imaginarios” como solían llamarlos. Así los llamaba el psicólogo y mamá, incluso Gabriel, pero yo sabía que eran algo más.
Me levanté de la cama con un salto veloz. Me gustaba hacerlo cuando nadie me veía.
Sentía libertad al entrenar sola, cuando los demás dormían. Yo podía defenderme, llegar a ser fuerte, no tanto como Gabriel, pero si más rápida que él. Podía ser letal si me lo proponía.
Abrí la puerta y bajé las escaleras de un solo salto.
Me tomé la libertad de hacer un pequeño baile de victoria al final de las esclareas, no todos los días podía disfrutar de hacer algo así por toda la casa, porque según Laia, hoy era el día en que todo saldría a flote.
Me recargué en el marco de la puerta de la cocina después de terminar mi pequeño festejo.
Gabriel seguía hurgando en el refrigerador, sacando las cosas necesarias para preparar un enorme sándwich de tres pisos. Ya se había terminado toda la leche.
Llevaba puesto solo el pantalón, e iba descalzo. A pesar de que afuera hacía frío, su piel estaba cubierta por una ligera capa de sudor, ya no se molestaba en ocultarme todas las cicatrices y moretones.
Me atrapó viendo las pequeñas marcas que se extendían a lo largo de su espalda.
— ¿Disfrutando de la vista?− preguntó.
— ¿Te comportarás como el idiota de siempre o volverás a ser mi hermano?− repliqué.
Gabriel medio sonrió.
— ¡Bingo!— murmuró y siguió en su búsqueda de comida.
Suspiré profundo antes de decirle, necesitaba todo el valor que pudiera reunir.
— ¿Dónde está mamá?− preguntó.
—Fue a visitar a su hermana a la ciudad— respondí.
Se incorporó, cerró la puerta del refrigerador y recargó su espalda en él.
— ¿Significa que tengo que hacerme cargo?− se quejó.
Ignoré su pregunta.
—Está oscureciendo— comenté al momento que miraba por la ventana.
Se encogió de hombros.
—Tal vez lloverá.
—No, es algo más. Laia dijo que todo estaba por terminar.
— ¿Otra vez eso? Ya habíamos dicho que Laia no existía.
—Y habíamos quedado en que por ahora serias mi hermano, no el imbécil de todos los días. Laia dijo…
Gabriel puso los ojos en blanco y torció los labios en un gesto de burla.
—Ella dijo— proseguí—. Que el invierno será reclamada pronto. Las sombras no se quedaran de brazos cruzados al ver que otra generación se está formado.
Los ojos de Gabriel se ampliaron por la sorpresa.
— ¿Q-que acabas de…? — balbuceó.
— ¿Creíste que era el único al que el abuelo preparó para todo esto? No, estás muy equivocado, yo también soy un guardián— dije con toda la determinación que fui capaz de reunir.
Mi hermano se deslizó por toda la puerta, hasta quedar sentado en el suelo, sus ojos no me abandonaron.
— ¿Por qué lo guardaste todo este tiempo?− inquirió, se estaba enfadando.
Me acerqué, sentándome frente a él con las piernas en posición de loto. Buscando su rostro para responderle.
—Porque te hacia feliz pensar que me protegías. Yo te cuidaba a mi manera, porque es lo que los hermanos suelen hacer.
Unos minutos de silencio. Creí que jamás me respondería.
No podía culparlo, era como si le dijera que todo lo que hizo fue en vano, que su vida era una mentira.
— ¿Qué más te dijo Laia?− preguntó al fin. Pero no parecía mi hermano el que hablaba, no, este era el guardián.
Me incorporé de un movimiento rápido, tanto que él se sorprendió.
—Sígueme, tengo algo que mostrarte— pedí.
Gabriel sacudió la cabeza para salir del trance y me siguió. No dijo ni una palabra, solo podía escuchar sus pasos detrás de mí.
— ¿A dónde vamos?− preguntó cuando vio que salimos de la casa.
Me permití una ligera sonrisa y no respondí.
Dejé que mis pies me guiaran hacia aquel sitio al que acudía todas las noches para entrenar, el lugar que el abuelo me mostró cuando era más pequeña, algunos años antes de su muerte. Me gustaría decir que tuve una infancia normal, pero no fue así, ya que entre magia, guardianes, estaciones, padre tiempo, entrenamientos nocturnos, fantasmas del pasado… no, no era nada normal.

El abuelo me mostró como defenderme, como actuar en caso de extremo peligro. Él creía que yo sería capaz de defenderme. Me lo decía siempre:
—Tú llevas algo que tu hermano no conoce. La magia antigua te acompaña, los fantasmas te mostrarán el camino. Es curioso que te eligiera a ti, ya que esta magia normalmente acompaña a la primavera. Supongo que hay o habrá algún tipo de conexión con esta estación.
— ¡La primavera!− había exclamado—. Abuelo, eso suena maravilloso.
—Ten cuidado, a veces son muy problemáticas para tratar.
—No importa. Yo quiero conocer a las estaciones.
—Y lo harás, querida, lo harás.
No me sorprendió que años después, estaba sentada en una banca en un estudio de música charlando con el otoño, para después conocer a la primavera. Aunque claro, Violeta no tenía ni la más mínima idea de que ella podía ver y hablar con personas que los demás no sabían que existían. Fue hasta hace poco que ella comenzó a ver a Laia, mientras que yo podía verla desde que tengo uso de razón.

Gabriel y yo atravesamos el último tramo de la casa, para internarnos en el bosque, donde oculta por los árboles se encontraba la vieja casa de madera.
—Sabes que en esta dirección no hay nada— me dijo con su tono de superioridad.
—Y tú ya deberías saber que yo se cosas que tú no sabes— repliqué.
Levantó las manos en señal de defensa mientras enarcaba una ceja.
—El incendio de hace cinco años destruyó toda la cabaña y lo que había dentro, el abuelo incluido— Gabriel se veía en la necesidad de explicarme lo obvio.
Decidí ya no responderle, ya que evocar el recuerdo de él abuelo nos dolía a ambos, si él no hubiera muerto, las cosas habrían sido de una manera muy diferente, comenzando por papá.
—Sé que tú piensas que las sombras fueron las causantes de lo que le sucedió— dije—. Yo pienso lo mismo, no parecía un accidente en aquel entonces, y no lo parece ahora.
— ¿Qué hiciste con la Melinda dulce y agradable?
—Sigue aquí, en una faceta que no conocías.
Ambos guardamos silencio, llegamos a la vieja cabaña. Las paredes de color negro carbón y algunos tablones desaparecidos, la luz del día no llegaba a este lugar, parecía muy lúgubre, y si alguien descubría lo que se guardaba en su interior, bueno, no tenía que vivir para contarlo.
Entramos al lugar, Gabriel se ponía en guardia ante cualquier ruido, yo me limitaba a poner los ojos en blanco.
Justo en el centro del lugar estaba lo que había ido a buscar.
Me incliné, y busqué con la mano el tablón suelto, cuando lo encontré tiré de él hacia arriba y así hice con los demás, hasta que quedo un agujero de color negro en medio del cuartucho casi muerto.
Adentro, estaba la casi imperceptible puerta de acero, aquella que solo se abría con la sangre de algún guardián, estación o padre tiempo, con la de nadie más. Si alguien que no llevara magia consigo trataba de abrirla, acabaría perdido en medio del bosque sin saber concretamente como llegó ahí.
El abuelo me explicó que una guardiana antigua puso el hechizo sobre la bóveda, ya que las mujeres solían ser más sensibles a la magia que los hombres.
— ¿Vas a ayudarme a abrir la puerta o te vas a quedar ahí parado con la boca abierta?− pregunté.
Gabriel sonrió con petulancia.
—Pensé que eras igual de fuerte que yo— se burló.
Le miré, haciendo como que su comentario no me afectó. Yo podía ser igual de petulante que él si me lo proponía.
—Puede que no sea tan fuerte, pero en velocidad puedo patear tu trasero.
—Eso es algo que me gustaría ver— repuso y dio un salto hacia el centro del hueco en el suelo, donde levantó la puerta de metal con facilidad— ¿Cómo es que yo no sabía nada de este lugar?
—El abuelo tomó una decisión. Él sabía que dentro de papá había oscuridad, así que no podía permitir que él lo supiera.
—Tiene sentido— concedió.
Ambos entramos, los sonidos huecos del interior dándonos la bienvenida, junto con toda la humedad que ese lugar guardaba.
— ¿Hay alguna luz que podamos encender?− preguntó.
—Pronto no harán falta.
— ¿A qué te refieres?− indagó.
No hubo tiempo para una respuesta. Todas las armas que se guardaban en esa bóveda ancestral comenzaron a brillar, solo brillaban de esa forma ante la presencia de un guardián.
Dejé a Gabriel atrás, con la boca abierta y me dirigí hacia el gran arsenal, donde colgaban las dagas de color plateado, seguidas de los sais para pasar a las espadas grandes y las hachas, además de los báculos, todo de un color blanco y brillando con ese ligero resplandor.
Las dagas parecían darme la bienvenida.
—Mis favoritas— susurré.
—Estás comenzando a asustarme.
— ¿Creíste que el resplandor era lo único que existía? Estás equivocado, esa solo es el arma líder, de la cual se derivó todo lo que ves aquí, pero ya no es la única, si la más poderosa, eso no hay quien pueda superarlo, ya que fue creada por los primeros guardianes, pero ahora hay más.
— ¿Por qué?
—Porque el abuelo y otros guardianes comprendieron algo.
— ¿Qué?
Me permití sonreír ante su perplejidad.
—Que no es una guerra que puedas ganar tu solo. Las sombras van en grupo y así es como mantienen su fuerza. Entonces, si esas criaturas tan espeluznantes saben que necesitan ayuda ¿Por qué tu no?  Gabriel, mírame y dime que crees que puedes salir y acabar con todo esto.
—No sé qué decir.
—Eso es nuevo— me jacté.
—Necesito ayuda— dijo al fin—. Y no me refiero a ti, me refiero a algo más…
—Laia dijo que...
— ¡Deja de hablar de ella así! Hasta ahora no sabía que era real— exclamó.
— ¡No es mi culpa que no me sigas el ritmo! Ella dice que las estaciones están en peligro, que este día atacarán, por eso es que te mostré todo esto, por eso es que te dije que ya lo sabía, porque necesitarás ayuda.
— ¿Qué? ¿Y no pudiste decírmelo antes?
—No me hubieras escuchado.
Gabriel tomó una respiración profunda.
—Lo lamento— murmuró.
— ¿Por qué…?
Fue demasiado tarde, mi hermano salió por la escotilla y la cerró por fuera.
— ¡Gabriel!− exclamé furiosa.
Empecé a golpear la puerta de acero, a pesar de saber que no sucedería nada.
—Responde algo, y quiero que seas sincera— gritó desde el otro lado—. Si sabias de todo esto ¿Por qué bajaste al sótano aquel día? De tu respuesta dependerá si te dejo salir o no.
— ¡No puedes hacerlo solo!— chillé.
—Responde— pidió.
Recargué la cabeza contra la puerta.
—Porque creí que podía matarla, creí que podía ser como tú— acepté.
—Y entonces al tenerla frente a ti te dejaste llevar por el pánico— concluyó.
—Déjame salir.
—Debes entender que no podre proteger a las estaciones si también estoy cuidando de ti. Cuando todo acabe, volveré.
— ¡Hijo de…!
— ¡Recuerda que es la misma madre!− gritó.
Escuché como sus pisadas se alejaban. Eso era todo, traicionada por mi propio hermano.
Seguí golpeando la puerta hasta que se formaron marcas rojas en mis manos, hasta que los brazos me temblaban de pura ira.
Me deslicé sobre la puerta, hasta caer en el suelo.
—Que patética— dijo alguien.
—Puedes guardarte tus comentarios— espeté.
Laia estaba sentada junto al tiro al blanco que servía para entrenar con cuchillos, dagas o arco. Sus pies colgaban sobre la mesa y los mecía, parecía una niña pequeña.
Me levanté y tomé las dagas de donde estaban, eran siete, eso significaba que tenía siete oportunidades de acertar.
Poniéndome frente a mi objetivo, tomé una respiración profunda y lancé la primera. Quedó a unos centímetros del blanco.
Las siguientes quedaron en lugares parecidos, ninguna le daba al centro.
—Estás enfadada— dijo Laia—. O no quieres darle al blanco.
—No te importa. Ni si quiera estas viva, no sé porque intentas burlarte, o ayudarme, lo que sea que hagas.
— ¡Vaya!− exclamó—. Desquítate con tu hermano, no conmigo, después de todo, ya no estoy viva, tú lo dijiste.
Con un grito de furia lancé la última daga, y si Laia no se hubiera esparcido en el aire, esta hubiera dado justo en su corazón.
—Buen tiro— me felicitó cuando se materializó del otro lado de la habitación.
— ¿Me dirás quien eras?− pregunté— ¿Antes de que te aparecieras en mi vida?
—Alguien igual que tú. Si logras salir de aquí, prometo contarte toda la historia, antes no.
—Estoy encerrada— dije.
Laia sonrió.
—Sí, pero tienes algo con lo que Gabriel no contaba.
— ¿Qué?
—Un fantasma a tu servicio— dijo e hizo una reverencia.
Reí sin poder evitarlo ¡Que tonta fui! No me había dado cuenta.
— ¿Puedes abrir la puerta?− pregunté.
Ella no respondió, pero atravesó la pared, segundos después, escuché como los engranes de la puerta de acero giraban y esta se abría.
Creí que vería los rayos de luz de día, pero no… afuera reinaba la oscuridad.
Tomé las dagas, las enfundé en el cinturón que había colgado de mi cintura, llevando conmigo también los sais.
Corrí hacia afuera.
—Gracias, te debo una— le grité mientras corría.
—Intentaré no olvidarlo— dijo y se desvaneció.
Iba lo más rápido que podía. Los arboles eran borrones a mi alrededor. Incluso dejé las tablas levantadas en la cabaña, estaba segura de que Laia se encargaría de ocultarlo. La niebla se arremolinaba a mí alrededor, la disipaba con movimientos fáciles, era verdad cuando le dije a Gabriel que era más rápida que él. Podía seguirle el paso.
La velocidad de guardián era maravillosa, lo más parecido a volar que pudiera existir. A pesar de que el ambiente se tornó pesado y abrumador… no dejé que eso interfiriera con mi momento de gloria y adrenalina, dejar que las sombras afectaran, era claramente darles la ventaja.
Pude ver los movimientos antes de llegar, sentir la presencia de Gabriel, además de Summer y Violeta. Los aullidos de Silver llenaban todo el ambiente.
Eso no era bueno.
Al cruzar el puente me detuve. Del otro lado había oscuridad.
Algo me gritaba que me diera la media vuelta y volviera a la seguridad que la bóveda y todos sus hechizos me ofrecían, pero algo más, esa parte que me decía que hiciera lo correcto no me dejaba darme la vuelta.
Tomé una respiración profunda, cerré los ojos y me adentré en aquella infinita oscuridad.
Las sensaciones acudieron antes que todo lo demás. No podía valerme de la vista en un sitio tan abrumador. Agucé el oído, los escalofríos invadiendo cada parte de mi cuerpo, las sombras no me prestaban atención, estaban entretenidas con algo más. Yo esperaba que ese algo no fueran las estaciones, o mi hermano.
Tomé los sais y los giré un par de veces en mis manos, parecían seguros y firmes, igual que el espíritu de lucha. El abuelo me decía que no dependía del arma ganar una batalla, si no del espíritu de lucha del guerrero, que las armas eran solo un instrumento más.
Inhala, exhala, inhala, exhala, relájate, tu puedes hacer esto, Melinda.
El escalofrió subió por mi columna, una de esas cosas notó mi presencia. Giré sobre mi propio eje y me incliné para esquivarla, mientras la punta de uno de los sais le hacía un corte recto.
La criatura bramó y se volvió contra mí.  Salté para evadirla y clavé mi arma por completo, haciendo que la sombra se evaporara en toda aquella oscuridad.
¡La maté! ¡Maté a una! Quería ponerme a bailar de felicidad, pero no era el momento.
Sacudí la cabeza, esas cosas seguían llegando, me encargaba de ellas al igual que como hice con la primera, pero parecían aprender del error de las demás, ya que me esquivaban con suma facilidad.
Me tenían rodeada, jugaban conmigo como si de un ratón se tratara, un ratón pequeño y asustado.
No podía tener miedo, pero se abría paso en mi pecho poco a poco.
Las piernas me fallaron y caí de rodillas sobre el fango. ¡Levántate! Me gritaba una y otra vez, solo que no podía obedecer.
Abrí los ojos, para encontrar a mi hermano en una situación parecida a la mía, esas cosas eran demasiadas. Gabriel ni siquiera se había dado cuenta de que yo estaba aquí, él pensaba que estaba encerrada en la bóveda.
Cerré los ojos de nuevo, algo me obligó a abrirlos. Una sensación de esperanza. Un rayo de luz surgió de la nada y atravesaba a las sombras, una por una.
Me costó unos segundos darme cuenta de que esta luz tenía una forma. Era Laia.
Ella se reía y les gritaba groserías a las sombras.
— ¡Atrápame cosa asquerosa!− las retaba y luego desaparecía para reaparecer.
¿Cuánta energía estaba gastando para hacer eso?
—Levántate— me urgió—. La ayuda ya está en camino.
¿Ayuda? ¿Quién, además de nosotros podía saber sobre esto?
Clavé uno de los sais en el suelo y apoyándome en él fue que pude ponerme de pie, saqué mi arma y apuñalando a más de esas cosas, llegué a donde estaba Gabriel.
Mi hermano me miró como si nunca me hubiera visto.
—Sí, claro— dije—. Tu puedes hacerlo solo.
— ¿Qué estás haciendo aquí?
— ¿Por qué habría de obedecerte si siempre decides mal?
Gabriel iba a replicar, pero un grito lo interrumpió. Yo conocía esa voz. Era Violeta. El grito fue seguido por los lloriqueos y aullidos de un perro.
Mi hermano y yo nos apresuramos a salir de aquella bruma para llegar con ayuda.
¿A qué se refería Laia?

Corazón de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora