Capítulo 3

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Los corazones de Aveline Montmorency y Aramis Gantrick fueron los primeros en saltarse las reglas establecidas por la corte. Los primeros en perseguirse ciegamente, en buscarse en la oscuridad de las fiestas para besarse bajo el vago resplandor de una vela en el cuarto de escobas. Los primeros valientes en desafiar a sus familias enemigas para bailar en el centro de la pista, con la mirada encendida y repleta de intenciones.

Al inicio lo tomaron como un juego, una rebeldía para burlarse de las reglas estrictas de sus padres, pero entre broma y broma, la verdad se asoma. Sus corazones no estaban fingiendo cuando se aceleraban o cuando se volcaban con tan solo escuchar la voz del otro.

Sus familias, orgullosas e ignorantes, no se dieron cuenta a tiempo de que lo que había entre Aveline y Aramis era amor verdadero y no una osadía altanera como a la que solían enfrentarse. Ambos eran de carácter fuerte y solían desafiar a diario a sus padres, es por eso que no los tomaron en serio. Necios.

El verdadero infierno se desató cuando los herederos decidieron escapar. Como es de suponer, las cortes enemigas no dudaron ni dos segundos en señalarse con el dedo y culparse el uno al otro. Los Montmorency creían que Aramis había secuestrado a Aveline en busca de una recompensa millonaria. Mientras que los Gantrick aseguraban que Lady Montmorency había seducido al joven promesa. A ella la llamaron una bruja promiscua y a él un vividor sinvergüenza, cuando en realidad, llevaban planeando su escape por semanas. No toleraban el veneno que se sembraba entre ambas casas, la ponzoña que solo debilitaba el hilo plateado que los unía, el hilo que les permitía seguir encontrándose.

Los ejércitos no demoraron en salir a recopilar pistas que los guiaran hacia sus jóvenes sucesores. Asimismo, partieron con la idea de cazar a todo aquel que se interpusiera en la búsqueda. Pusieron de cabeza cada rincón del reino. Invadieron sin piedad los talleres de la zona comercial de Echor y no tuvieron delicadeza al explorar los campos de cultivos. Ingresaron con violencia a las minas de Acantho y destruyeron un sinfín de salones de la Escuela Real y de la Academia de Habilidades Especiales de Caligo. Y ni hablar de cómo terminó el valle de entrenamientos... cuentan que la sangre teñía cada hebra de césped.

Cegados por la furia, ambas familias abusaron de su poder e importancia en la corte. Los Gantrick, supuestamente sabios y calculadores, eran dueños de la gran Escuela de Válor, donde viajaban cientos de jóvenes al año para formarse o para aprender a controlar sus dones. En cuanto a los Montmorency, su linaje puro estaba conformado por una familia de guerreros. Bendecidos por la fuerza bruta y la astucia en la batalla, lideraron el ejército y prepararon a cientos de soldados en los campos de entrenamiento. Los demás lores de alta alcurnia y cabezas de los territorios vecinos temblaban con solo pensar en intervenir. Suficiente habían pagado Acantho y Echor por los pecados ajenos...

Era una lucha brutal y sin escrúpulos entre los Gantrick y los Montmorency. Solo entre ellos, y condenaron a un continente entero por los corazones traicioneros de sus herederos. Unos eran pura estrategia y los otros eran brutales, pero solo gracias a la desgracia consecuente de sus actos, se dieron cuenta de que para poder defender a quienes amaban, debía haber un balance correcto entre ambas: Pensar antes de actuar y luchar sin traspasar los límites.

El verdadero infierno se desató después de haber saqueado cada puesto y levantado cada roca. Las tropas fueron rumbo a Pardo: el majestuoso bosque encantado. La verdadera pregunta era, ¿realmente estaban dispuestos a desatar la ira de los dioses con el fin de sustentar su odio contra la otra familia? Pues, si ese no era su plan principal, no fallaron en cortar en definitiva los débiles lazos que unían al reino de Válor con la magia y la chispa fantasiosa que rodeaba el bosque encantado.

Demoraron más de lo previsto. El territorio de Válor era pequeño, pero los soldados estaban tan malheridos que un rastro de sangre seca los perseguía de cerca. Pero llegaron a la espesa masa de árboles gigantes, coronados por largas filas de flores brillantes y coloridas; su belleza exótica pero delicada era la mayor atracción del reino. No solo era refugio de la flora y fauna más exquisita, también era el hogar de los dioses. Los santuarios de cada uno se extendían a lo largo de todo el territorio, algunos más pequeños y otros más grandes y ornamentados. Pero sin duda, lo mejor de viajar a Pardo, era conocer al pueblo de cada dios. Criaturas extrañas, sacadas directamente de los cuentos que le contaban a los niños antes de dormir. Hadas y sirenas; duendecillos y ogros; brujas y troles. Los mortales iban a conocer a estas criaturas, las veneraban y se relacionaban con ellos. Cuentan las historias, que incluso empezaron a reproducirse, mestizos con corazón humano pero con cabellos de plata. Niñas con piel verde y escamas en los hombros. Bebés con orejas puntiagudas y con la habilidad de manejar los elementos.

La Maldición de CáligoWhere stories live. Discover now