Los Condenaditos

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Existe una razón por la cual le hace falta un nombre a lo que es perder a un hijo. No hay forma de explicar el dolor que siente una familia al tener que enterrar a uno de los más jóvenes.

Y fue más difícil aún, tener que ver el ataúd frente a ellos cerrado, por tan malas condiciones en las que estaba el cadaver.

Las personas llenaban de pésames a la familia, las palabras se sentían vacías para ellos, no ayudaban a seguir con su luto, sino, para seguir recordándoles que aquel chico, ya no podía seguir sus sueños.

Pasaban los meses, y las visitas y llamadas de los supuestos amigos y familiares se fueron haciendo menos, hasta que solo quedaba Andrés y alguno que otro chico de vez en cuando.

Nadie sabía lo que le pasaba a la familia en realidad, nadie sabía que tan rota había quedado, y que tanto buscaban justicia para su hijo.













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La puerta de la casa se cerró, y el hombre entró cansado, dejando su chamarra en el sillón y los zapatos tirados por ahí. Sus ojeras se habían vuelto casi negras y su cuerpo más flaco por el estrés.

-Qué son estas horas de andar llegando Guillermo?- Su mujer se asomaba desde la puerta de su habitación, haciendo al hombre pegar un brinco del susto.

-Estaba trabajando, vuelve a dormir- Con su voz ronca se dirigió a buscar algo que beber y comer mientras le daba la espalda a la mujer.

Los últimos meses fueron un infierno. Eran la familia perfecta... Eso era antes de enterarse de...

Cada uno pasaba aquello a su propio ritmo y manera. La madre comenzó a cocinar mucho mas en el restaurante que tenían, la hermana del muerto pasaba encerrada en su cuarto con la computadora, y su padre trabajaba ahora en dos trabajos.

Ya no se hablaban, al menos eso era lo que veía Natalia, su esposo e hija ya no eran los mismos.

-Guillermo, deja de ignorarme, donde has estado?! Ya no hablas conmigo o tu hija!- El hombre cerró con fuerza el refrigerador mientras tenía a su esposa comenzando a gritarle detrás de él.

Su esposo apenas y alcanzaba a distinguir pocas palabras de la que decía. Con un paso pesado llegó hasta el sillón y cayó dormido mientras la mujer aún le lanzaba preguntas e intentaba que reaccionase, pero nada.

Pero la mujer sabia en el fondo, suponía lo que hacía su marido. No podía contar cuantas veces habían ido con la policía, con el gobierno a buscar alguien que se apiadase de una madre y padre buscando a quienes les habían arrebatado a su niño.

Pero la ley nunca se hacía presente, pues de aquellos que se llamaban los cuidadores de la ciudad, de ellos nacía lo más cruel que se encontraba en el país. Con el pasar de semanas, el desgaste físico y emocional de esperar alguna respuesta fue en vano.

Aquellos monstruos se habían salido con la suya, y de alguna manera, su esposo se mantenía con la fuerza para seguir buscando el descanso pleno para su Memo.













El Día Del MuertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora