Capitulo 2

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Siempre amé las sorpresas, aunque debo decir, que en un principio, la sorpresa de ir a este pueblo costero no era muy bonita y "fácil de amar" que digamos.

Si había algo que amaba yo, era viajar escuchando música. Mucho más con el paisaje que había del otro lado de la ventana.

El sol de las ocho de la mañana pegaba con fuerza sobre los pastizales de, lo que creo yo, era Chascomús. Y, junto con el viento, danzaban fugazmente a la vista de los pasajeros que pasaban por allí junto a estos.

-Como dijiste que se llama el lugar mamá?- Pregunté, sacandome los auriculares por unos segundos.

-Mar celeste... Agradecé que vamos a algún lugar y no te quedás en casa el resto del verano...-Respondió ella.

Dijo algo más, no estoy seguro que fue porque Dan Reynolds la interrumpió, colocandome los auriculares nuevamente.

En parte tiene razón. No debería quejarme por este lugar, apesar de lo que vi en GoogleMaps. Que es nada más que seis cuadras de la ruta once al mar, y de una punta a la otra del pueblo un total de 15 cuadras. Al norte del mismo una gran arboleda se podía ver desde la posición en la cuál me encontraba observando el pueblo.

Pero en parte me daba bronca. Imaginate. Estar en un pueblo rodeado de mar y de la nada misma. Mientras que tus amigos están en Villa Gesell, San Bernardo, Santa Teresita, o tu novia se encontraba en Buzios, disfrutando de las playas de Brasil.

Da bronca.


Pasaron unas trece canciones, cuando el auto finalmente abandonó la ruta dos y se adentró en otra que no recuerdo el número.

Hubo un momento en el cuál, nos volvimos uno y la nada misma.

El paisaje ubicado junto a la ruta era nada completamente. Pasto y yuyos nada más.

Así fue la vista por unos treinta minutos, en los cuáles esos minutos parecieron ser horas. Estaba muy aburrido, pero demasiado. Y el no saber cuanto faltaba para llegar me frustraba y me aburría mas. Me ponía a pensar en que quizás faltarían otras dos horas y me daba fiaca. Muchísima fiaca. Pero no para dormir. Yo jamás duermo en los viajes. Lo siento frustrante, y además cuando me despierto me arden los labios y tengo dolor de cabeza. Como si el sueño hubiese afectado mis neuronas y no me dejara pensar por unos segundos después de haber despertado. Horrible.

Luego de esos, interminables, treinta minutos, comenzaron a apreciarse los primeros rastros de vida humana.

Pequeñas casitas a los costados de la ruta, y alguna que otra estación de servicio. Aunque en su mayoría abandonadas y oxidadas.

Siempre que paso por alguna de ellas no me olvido de pensar en lo que les habrá pasado como para caer tan bajo. Me da pena y en ciertas ocaciones, ganas de llorar, lastima. ¿Que habrá pasado con la familia?, o cómo habrá afectado a los pasajeros que concurrían con frecuencia a ella.


Luego de unas tres o cuatro estaciones de servicio abandonadas, logramos toparnos con una en estado de decadencia pero aún así funcional. La misma se encontraba en una rotonda en la entrada de un pueblo, que si mal no recuerdo (Seguramente vos si, que estás leyendo esto, y quizás pasaste ya tantas veces por ahí que recordás el nombre, pero te soy sincero... No volví a la costa después de lo que me pasó), el pueblo era sobre un general.

Paramos en ella y mientras mi papá y mi mamá cargaban gassoil al auto yo, enviado por ellos, fui a comprar "provisiones" para el resto del viaje. Ya que los chocolates y demás golosinas ya se me habían acabado a la altura de Brandsen. Una vez finalizada la transacción, salgo del local y me quedo parado en la vereda del mismo. Largo unos cuantos suspiros y me quedo mirando hacia la ruta, y del otro lado de esta, el gran campo.

Camino unos cuantos metros hacia mi derecha y doy la vuelta en la entrada de los baños que se encontraban en uno de los costados del local de la vieja estación de servicio.

La vista no me sorprendió demasiado, más bien me esperaba lo que iba a ver. Pero que no me haya sorprendido no quiere decir que no me haya "tocado" la vista. Como cuando te tocan las palabras de una indirecta.

Por primera vez me sentí más sólo y pequeño que nunca. Chiquito. Vulnerable. Débil.

Chiquito por la inmensidad de lo que llegaba a ver, desde el lugar donde me encontraba.

Vulnerable, al saber que hay cosas más grandes que yo. Más grandes y más tenebrosas y, quizás más peligrosas.

Débil por ser tan cobarde a las grandes cosas.

Extrañaba a mis amigos.

Los necesitaba más que nunca. Aunque, sabía que no entenderían todo lo que me pasaba. Porque ni yo era capaz de entenderlo.

Estaba confuso, perdido y abrumado.

Con miedo a lo que llegaría. Obviamente todavía no sabía lo que llegaría. De haberlo sabido no hubiese estado tan asustado. Sino feliz por lo que iba a llegar.

Por eso amo las sorpresas.

Por que a pesar de ser buenas o malas, son inesperadas. Y lo inesperado es asombroso, lo asombroso, impactante y lo impactante, maravilloso. Si es algo impactante y malo, no es una sopresa, sino un infierno.

Mi mundo era un infierno, hasta que él llego para convertirlo en una sorpresa.

Fue de las mejores sorpresas que recibí en mi vida. En mi tortuosa, inesperada y corta vida que ejerzo hasta el día de hoy.

-Nahueel! Vamos!

El grito de mamá interrumpió mis pensamientos. Odiaba que me haga cosas de este estilo. ¿Porque todos debían escuchar?

Aparte los ojos del campo y volví al auto sin saber lo que venía a continuación en los proximos veinte días.

WeeksWhere stories live. Discover now