DESPUÉS DE LA TORMENTA SIEMPRE LLEGA LA CALMA (Olivia)

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Todos sus besos y sus caricias hicieron que me quisiera quedar ahí con él para siempre.

Tenía que decir que al principio estaba un poco indecisa, pero él hacía sentirme tan segura que no tenía que pensar las cosas dos veces.

Ya estaba de vuelta en mi casa. Mientras subía las escaleras para ir a mi cuarto los recuerdos de la noche pasada se me venían a la cabeza. Se me dibujó una sonrisa en la cara sin que pudiera evitarlo.

—¿Y esa sonrisa?

Di un respingo. No me esperaba que mi hermano fuera a aparecer de la nada.

—¿Puedes dejar de dar esos sustos, por favor?—dije exaltada.
—Y ya estamos otra vez. ¿Algún día vas a dejar de evitar mis preguntas? —Estaba sonriendo porque estoy contenta. ¿Tienes algún problema con eso?
—Vale. Tampoco hacía falta ser tan borde.
—Perdón por no decir las cosas como tu quieres que te las digan.
—Vete a la mierda.
—Ya he llegado.

Adrián puso los ojos en blanco y cerró la puerta de su habitación dejándome sola en medio del pasillo.
Sonreí orgullosa. Si mi hermano se pensaba que iba a ganar todas nuestras inútiles discusiones estaba equivocado.

Estuve un buen rato hablando con Helena. Me contó que estos días había estado quedando con Daniel, Víctor y Carlos. Justo en ese momento se me volvió a venir a la cabeza todo lo que pasó. Es verdad que cuando estaba con Leo todos los problemas desaparecían, pero ya era hora de regresar a la realidad.

Le pregunté a Helena que cómo estaba él y su silencio me lo dijo todo. No estaba bien.

Me sentía muy mal por él, pero también tenía que entenderme. No podía obligarme a sentir algo que no sentía. Así no funcionaban las cosas.

Aunque no lo queramos admitir, Leo, él y yo cometimos muchos errores, pero todo se podía solucionar. Después de darle tantas vueltas al tema me di cuenta de que no le podía a pedir a Daniel que todo fuera como antes porque ya nada sería igual, pero sí le podía pedir que habláramos para arreglar las cosas. Eso como mínimo. Y tenía que hacerlo cuanto antes.

La verdad, ya estaba harta de decir que tenía que hablar con él cuanto antes y nunca hacerlo. Por eso, si iba a ser un día, hoy iba a ser ese día.

Digamos que no me pensé ni lo que le iba a decir y simplemente me planté en frente de su casa. Por dentro estaba nerviosa. Muy nerviosa.

Toqué el timbre y, seguidamente, maldije en voz baja por no haber ni pensado en las palabras que le iba a decir.

Un chico con el pelo revuelto abrió la puerta mientas se frotaba un ojo. Debía estar durmiendo. Tal vez ahora estaría de mal humor.

Al parecer se acabó de despertar completamente cuando vio realmente quién era.

—¿Qué haces aquí?—dijo en tono serio.
—Quería verte. ¿Cómo estás?—dije finamente después de rebuscar tanto las palabras.
—Estoy bien, gracias—parecía sarcasmo.
—Me alegro...
—Aunque podría estar mejor—añadió.

Y sabía a lo que se refería. Tanto él como yo podíamos estar mejor.

—¿Te importa que pase?—dije señalando el interior de la casa.

Me miró seriamente. Estaba claro que aún seguía enfadado y no tenía muchas ganas de hablar. Pero después soltar un soplido accedió.

Los dos caminamos hacia el salón y nos sentamos en el sofá. Un frío silencio se apoderó del ambiente.
Quería hablar, pero... ¿por dónde empezar?

—¿Y tus padres? ¿Están trabajando?—fue lo único que se me ocurrió.

Al menos así empezábamos una conversación. Aunque su seca respuesta no ayudó mucho.

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