OPERACIÓN A VIDA O MUERTE

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CAPÍTULO 16

En la madrugada del 6 de diciembre, mientras la oscuridad envolvía todo, recibí una llamada que hizo que la adrenalina recorriera mis venas.
Era mi padre, informándome sobre la situación.
En ese momento, el mundo parecía detenerse mientras escuchaba sus palabras.

Él estaba en su casa, los médicos le habían informado que la operación tardaría unas cuantas horas, así que tomó la decisión de irse a casa.

Sin embargo, el reloj seguía avanzando y la incertidumbre me impulsó a la acción.

Con la primera luz de la mañana asomándose en el horizonte, no había tiempo que perder.
Mi determinación se apoderó de mí y me lancé a una carrera vertiginosa hacia el hospital.

Cada paso era una muestra de la ansiedad y la esperanza que se mezclaban en mi interior.

El viento frío de la madrugada azotaba mi rostro mientras mis pies martillaban el pavimento. Cada latido de mi corazón resonaba con la idea de que el tiempo corría en contra de nosotros.
La ciudad aún estaba sumida en la quietud, pero mi mente estaba en plena efervescencia, pensando en lo que me esperaba al llegar.

Las calles se deslizaban a mi alrededor mientras avanzaba con una velocidad impulsada por el amor y la preocupación.
En cada esquina, cada intersección, solo veía el camino que me llevaba más cerca de mi destino.
El murmullo de la ciudad comenzaba a despertar, pero todo lo que importaba en ese momento era llegar al hospital.
Cuando llegue al hospital, me costó entrar, puesto que había seguridad por el tema del COVID, pero conseguí entrar.
Cuando llegue a la habitación, todavía no habían terminado de operar a mi madre, así que esperé.

Las agujas del reloj parecían moverse con una lentitud insoportable.
Finalmente, las puertas se abrieron y el médico se acercó, trayendo consigo respuestas y esperanza.

Por otro lado, mi hermano había alquilado una casa rural con su novia, un retiro temporal de la agitada vida en la ciudad.
Pero mi atención estaba en el hospital, donde mi madre había salido de una operación gravísima.
Cuando la vi, su rostro reflejaba el impacto de la cirugía; una bolsa se encontraba en su abdomen y, siendo la mujer coqueta que era, no estaba precisamente contenta con eso.

Le di un enorme beso y un abrazo lleno de cariño, y le pregunté cómo se sentía.
Lógicamente, aunque había pasado por una operación bastante grave, se sentía muy aliviada, puesto que el tumor se lo habían quitado.
La noticia alentadora llegó pronto cuando los médicos nos informaron que la operación había sido un éxito.
Por supuesto, cuando un cirujano y un médico vienen a explicarte que la operación ha sido todo un éxito, tú te lo crees.

Pasaron un par de días y el tercero intentaron darle ya una manzanilla, Pero no la admitía.

Y a medida que los días transcurrían, no había manera de que mi madre pudiera tomar algo sólido o líquido.

Comencé a preocuparme, no era normal.

Casi a diario, iba a su habitación para peinarla y aplicarle cremas por todo el cuerpo.
Era un pequeño ritual que compartíamos, y a ella le encantaba.

Los médicos sugirieron que hiciera pequeños paseos, así que la ayudaba a levantarse de la silla y juntas dábamos paseos por los alrededores.

El primer día exclamó con miedo; "¡No me dejes caer!" Y le recordé que cuando yo era niña, ella me sostenía para que no cayera, pues yo haría lo mismo, jamás la dejaría caer, como ella nunca me había dejado caer.

CAMINA PARA VIVIRWhere stories live. Discover now