Nikki salda su deuda

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Frente al pub McSorley's, Nikki debatía consigo misma el modo de abordar la situación en la que Ellery la había inmiscuido sin miramientos.

—Esta me las vas a pagar —murmuró entre dientes.

Se unió a la retaguardia de un grupo que ingresaba al local. En el interior, localizó un sitio libre en la barra que le otorgaba una panorámica del establecimiento. Disculpándose con aquellos con los que chocaba debido a la escasez de espacio y componiendo una sonrisa de disculpa para quienes pretendían invitarla a una copa, consiguió instalarse en un taburete.

Sin querer parecer descarada, pidió una cerveza y barrió con la mirada los rostros de los hombres que inundaban el antro. Fue en uno de los sondeos cuando sus ojos captaron, en mitad del gentío, unas características físicas que se ajustaban a la descripción de Ellery. El esbelto cuerpo bronceado del hombre que mantenía una acalorada disputa con otro de dimensiones minúsculas concentró sus sentidos. Aquel carácter visceral que derrochaba a raudales era tal y como le había detallado.

Se observó en el espejo que decoraba la pared frente a la barra, se arregló el cabello y desabrochó un par de botones de la camisa de seda negra que vestía. Con un suave contoneo de caderas, se desplazó hacia el italiano. Al franquearle, fingió tropezar con el entarimado, agarrándose al brazo de Alessandro para evitar precipitar al suelo.

La fuerza del impacto derramó un tercio de la cerveza que el italiano se había llevado a los labios.

—¡Se puede saber qué coj...! —Los grandes ojos de la mujer que lo contemplaba angustiada lo callaron.

—¡Lo siento! ¡Qué torpe soy! —se disculpó Nikki—. Permítame que le ayude a limpiar este estropicio.

Cogió una servilleta de la mesa vecina. El italiano obstaculizó su maniobra apresándola de la muñeca.

—No hace falta, preciosa.

—¿Está seguro?

—Completamente. —Adecuó una nívea sonrisa que contrastaba con el dorado de su piel.

—Deje entonces que le invite a una copa. He desperdiciado la que estaba tomando.

—Nunca digo que no a una copa, y si procede de una belleza como usted, sería una locura negarme.

Nikki sonrió al halago y marchó aprisa hacia la barra, seguida de cerca por Alessandro.

—Dos cervezas —pidió al barman.

—¿Y cómo se llama esta preciosidad? —preguntó el italiano, reduciendo el aire circundante entre ambos.

La mente de Nikki sufrió un cortocircuito. ¡No puede ser!, se gritó a sí misma. ¿Cómo había olvidado aquella cuestión técnica de manual? Se había presentado en el local sin ensayar una identidad inventada con la que engatusar a aquel guaperas falto de neuronas.

—Mmm... Bárbara —dijo precipitadamente.

—Alessandro —contestó—, gusto en conocerla. —Se ciñó al cuerpo de Nikki, que se tensó al notar la barra tocando su espalda. Sus flancos derecho e izquierdo se habían convertido en callejones sin salida—. Nunca la he visto por aquí.

—Ya, ya... es la primera vez que vengo.

«¡Piensa una mentira decente, Nikki!», se recriminó.

—Había quedado con unos amigos que sí frecuentan este lugar, pero... ¡Se han retrasado y no quería esperar sola en la calle! —rio como si tal cosa—. Así que me decidí a entrar.

—Veo que es cosa del destino que sus amigos no hayan aparecido —dijo Alessandro desnudándola con la mirada—. Así podremos conocernos en profundidad sin nadie que nos interrumpa.

Ellery Queen: Pronóstico de muerteWhere stories live. Discover now