1. Casi una provocación

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Era casi mediodía cuando Matías la vio llegar

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Era casi mediodía cuando Matías la vio llegar. Se acercó a él con calma, con los ojos brillantes fijos en su incertidumbre y pasos que avanzaban como un suspiro. Ella era un suspiro.

Llevaba una falda negra que le cubría los tobillos y una blusa oscura que dejaba ver la piel pálida de sus brazos, apenas acariciados por la luz que entraba por las ventanas de la funeraria. Cada punto de su piel tocado por el sol se convertía en resplandor, en el brillo vivo que enmarcaba la quietud de sus movimientos como si ella fuera también un quiebre en el tiempo. Un corte en los segundos y un destello en el espacio.

Se detuvo frente a él con una inclinación ligera, casi imperceptible, de su rostro. Entrecerró sus ojos y Matías pensó que cada uno de sus ademanes concentraba un instante. Ella extendió una mano en su dirección.

—Eres Matías, ¿verdad?

Él tomó su mano. Era suave y diminuta, delicada como nada que él hubiera tocado antes.

Asintió sin respirar.

—Soy Mía. Mía Sandoval. Siento mucho tu pérdida.

Matías contuvo un suspiro. Por cómo su voz se quebró en la última palabra, le creía.

Antes de que pudiera preguntarle quién era o qué hacía ahí, una nueva figura apareció en su campo visual. Sus pies se prepararon para retroceder, como si la mujer fuera dueña del suelo que pisaba y él no hubiera pedido permiso para estar ahí. En cierto modo, se sentía fuera de lugar desde que había llegado.

Mía soltó su mano deslizando los dedos dentro de su palma. Matías tuvo el reflejo de retenerlos, pero se contuvo.

Cuando la joven dio un paso al costado, la mujer se acercó a él.

—Lamento que debamos conocernos en esta situación —se disculpó—, no es nuestra intención hacer tu día más complicado de lo que ya es. Mi nombre es Emilia.

Estaba perdido. Su corazón latía con fuerza como si ya tuviera todas las respuestas, pero su cabeza no era capaz de descubrir qué pasaba. Sus manos sudaban y se obligó a esconderlas en los bolsillos de los jeans oscuros, que su madre le había comprado para usar en ocasiones especiales. Aquella era una ocasión especial.

Emilia llamó su atención.

—Matías, ¿has decidido qué hacer de ahora en más? ¿Dónde vivirás?

—Donde siempre, en mi casa.

—¿Qué adulto se hará responsable por ti? —insistió.

No lo había pensado. Ni siquiera había pasado por su mente que alguien debía responder por él. Sacudió la cabeza, abrumado por la idea de enfrentarse a situaciones que lo sobrepasaban cuando no acababa de despedirse de su madre.

—Alicia, creo. Ella siempre está. Pero no necesito a nadie, casi tengo dieciocho.

Emilia asintió con una sonrisa que él sintió condescendiente. No se atrevió a descubrir con qué expresión lo contemplaba Mía.

Casi una fantasía [EN CURSO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora