2. Casi un pedido

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Los poco más de treinta minutos que separaban la funeraria Los Olivos del conjunto residencial en donde vivía se hicieron eternos

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Los poco más de treinta minutos que separaban la funeraria Los Olivos del conjunto residencial en donde vivía se hicieron eternos. Mía no se atrevía a romper el silencio instaurado en el coche, solo interrumpido por la vibración de su móvil y los mensajes que no paraban de llegar.

—¿Puedo pone' música? —pidió.

—¿Traes audífonos? —quiso saber Jorge y fue lo único que necesitó para comprender que los adultos, por alguna razón, necesitaban la calma.

A pesar de que había insistido en quedarse, Emilia le indicó que no estarían presentes en el entierro y despedirse de Matías fue más duro de lo que había esperado. No había palabras que rompieran la coraza que lo envolvía y nada podía decirle que entibiara su expresión de furia y desconsuelo. Era una nota desafinada, rota en su pesar, pero decidida a no callarse. Era un torbellino de silencios, también.

Era su hermano.

Se hundió en el asiento trasero, a salvo de las miradas esquivas de los adultos. Sus pensamientos corrían más rápido de lo que ella podía seguirlos y las ideas se hilaban en tramos inconexos que no la llevaban a ninguna solución. No tenía cómo hablar con él para disculparse por su ausencia, y, aunque lo hiciera, dudaba que le importara. No estaba segura de dónde sería el entierro y dudaba poder acercarse sin que su madre adivinara su intención. Sin embargo, tampoco podía seguir con su día como si nada.

Tenía un hermano. No importara cuántas veces se lo repitiera, continuaba sin creerlo. Imaginaba que tardaría meses en asimilarlo, que su mente no lo aceptaría tan rápido, así como no aceptó a Jorge como su padre hasta que se casó con Emilia. Aún se descubría llamándolo por su nombre en pensamientos, como si los casi diez años que llevaba con ellas no bastaran para sentirlo de la familia.

Acostumbrarse a la idea de tener un hermano debía llevar menos tiempo.

Cuando llegaron a Barcelona de Indias, Jorge les informó que tenía una reunión y que no almorzaría en la casa. Emilia se disculpó por haber olvidado el compromiso, pero él le restó importancia. Se despidió con prisa y Mía pudo distinguir cómo encendía el estéreo antes de marcharse. No le sorprendió que se aferrara a un motivo para no estar a solas con ellas; su naturaleza esquiva fue lo primero que identificó de él el día que lo conoció.

Emilia se dejó caer sobre el sofá en cuanto entraron a la casa. Se quitó los zapatos y pareció deshacerse en un suspiro. Mía se sentó a su lado.

—¿En qué piensas, ma?

La mirada de su madre se había perdido en el techo, en la lámpara que nadie había limpiado aquella semana y en el fantasma de la mañana que habían vivido y que no se alejaba de ellas.

—En lo difíciles que serán los días a partir de hoy —murmuró.

—¿Sabías de su otra familia? —preguntó en un susurro, casi como si tuviera miedo de que alguien la oyera.

Casi una fantasía [EN CURSO]Where stories live. Discover now