Palabras en la Ciudad

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A primera hora de lo que prometía ser un horrible y sofocante día de verano, Alejandro se preparaba para salir de casa. Y como siempre con el tiempo justo para llegar sin retraso a su trabajo. Tomó su mochila y solo pudo llenar su termo de café; al dar el primer sorbo, recordó que no le había puesto azúcar.

Ahora Alejandro se encontraba esperando el autobús, sus audífonos a todo volumen le hacían imposible escuchar lo que pasaba a su alrededor. Desesperado por la tardanza del transporte hizo lo solía hacer para calmarse, comenzó a leer todo lo que sus ojos encontraran. La parada de autobús es una estructura de metal con una especie de banca para sentarse, en el respaldo una placa de metal donde las personas suelen colocar diferentes carteles, volantes con diferente tipo de información; ofrecen su trabajo, buscan trabajo. Pero entre tantos papeles había unos que llamaron su atención, tal vez era un tipo de experimento social, eran diferentes carteles con el título: Descubre la Magia de las Palabras, haz sonreír a un extraño. En uno de los carteles, alguien había escrito con letras grandes y descuidadas:

—¿Alguien más piensa que los lunes deberían ser ilegales? 😩.

Alejandro no pudo evitar reír ante la simpleza del mensaje. Tomó un bolígrafo de su mochila y debajo del mensaje escribió:

—¡Definitivamente! Los lunes son el enemigo de la humanidad. ¡Ánimo! —. Luego, como alguien estuviese interesado en lo que tenía que decir, continuó con sus propios pensamientos sobre el día de la semana que todos parecían odiar.

Para Alejandro fue extraño descubrir que las palabras si pueden tener magia, no es que pensara en el mensaje todo el día, pero el simple hecho de haberlo leído le cambio en humor.

Al día siguiente, al llegar a la parada del autobús, Alejandro se sorprendió al ver una respuesta escrita debajo de su mensaje.

—¡Jajaja, tienes toda la razón! Pero al menos el café está de nuestro lado ☕. ¡Buena semana!".

Sonrió y aunque al principio pensó que tal vez no era la misma persona, tomó su bolígrafo después de ver que era el mismo tipo de letra grande y descuidada respondió:

—¡Absolutamente! El café es mi superhéroe personal los lunes, martes y de todos los días de la semana. ¡Que tengas un gran día!

Esta simple interacción desencadenó una rutina que se repetiría a lo largo de las semanas. Cada día, Alejandro y su misterioso interlocutor intercambiaban pequeñas bromas, reflexiones y chistes. Alejandro y esa misteriosa persona, utilizaron todos los carteles que alguien más había dejado y cuando se terminaron hicieron sus carteles improvisados. Los mensajes evolucionaron desde los lamentos sobre los lunes hasta discusiones sobre música, comida y sueños.

Algunos días otras personas escribían en sus conversaciones, pero ellos los ignoraban incluso rayaban lo escrito por otros. A medida que pasaba el tiempo, sus conversaciones de cartel se volvieron una parte esencial de sus rutinas diarias.

A pesar de no haberse conocido cara a cara, Alejandro sentía una conexión especial con esta persona, que, aunque era anónima, parecía conocerla bastante. Apreciaba la forma en que sus mensajes le sacaban una sonrisa en medio de su ajetreada vida. Esa conexión en papel se convirtió en una especie de refugio en el caos de la ciudad. Y mientras tanto, su interlocutor también experimentaba la misma sensación de cercanía a través de estas pequeñas notas.

Un día, después de meses de intercambios de carteles, Alejandro llegó a la parada del autobús y notó que el cartel no había sido cambiado, pero no estaba el anterior. En esta ocasión no le correspondía hacer el cambio de hoja. Sintió una mezcla de incertidumbre y preocupación. ¿Qué había sucedido? ¿Había perdido a su compañero anónimo?

Pero entonces, antes de que pudiera dejarse llevar por la decepción, notó un pequeño sobre con un mensaje escrito con esa horrible letra que ya conocía a la perfección.

—Hola, soy Ludwig. Me mudaré a otra parte de la ciudad, pero quiero agradecerte por todos los momentos divertidos. Dejo mi número para que podamos seguir en contacto—.

Alejandro sonrió ampliamente. Finalmente tenía un nombre y una forma de comunicarse más directa. No tardo ni cinco minutos en enviar el primer mensaje de texto. Ahora esa era su nueva dinámica, mensajes y llamadas telefónicas, unos días después se reunieron en persona. Ambos descubrieron que su conexión a través de los carteles era solo el comienzo de una hermosa amistad.

Alejandro se encontró sonriendo ampliamente. Finalmente tenía un nombre y un medio más directo de comunicación. No pasaron ni cinco minutos antes de que enviase el primer mensaje de texto. Este se convirtió en su nueva modalidad: mensajes y llamadas telefónicas que prepararon el terreno para un encuentro en persona pocos días después. Allí descubrieron que la conexión establecida a través de los carteles apenas constituía el inicio de una hermosa amistad.

Si bien los carteles en la parada del autobús dejaron de ser necesarios, estos permanecieron como un recordatorio de cómo dos desconocidos podían forjar un vínculo único y significativo en el lugar menos previsible. La comunicación podía ser tan sencilla como un trozo de papel y una pluma, pero su impacto tenía el potencial de perdurar toda una vida.


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