Algo dulce

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Suguru daba vueltas en su cama, mientras pensaba en distintas formas de arrancarse la cabeza para dejar de sentir ese dolor insoportable de la resaca que le estrujaba el cerebro, pues no solo estaba experimentando un dolor aplastante que llegaba hasta detrás de sus córneas y volvía, sino que las pistas de canciones y diálogos al alzar del día anterior, llegaban como un bombardeo a su mente, como un montón de voces y sonidos sin ningún tipo de sentido.

El pelilargo alcanzó cómo pudo su celular, que estaba a un lado de la cama, y al desbloquearlo la potente luz azul casi le desintegra los ojos. Rápidamente niveló el brillo de la pantalla dejándolo en cero y procedió a ver la hora.

«Las 4:00 p.m»

Había estado durmiendo toda la tarde, lo cual le confirmaba que él y el alcohol no eran una buena combinación. Al parecer, no era una persona hecha para beber después de todo, no como el descuidado de Satoru.

Ah Satoru—recordó.

Incluso había llegado a olvidar que el albino había estado en su cuarto hace unas horas, y entonces comenzó a pensar...

«¿Por qué Satoru estuvo en mi cuarto?; ¿solo estuvo durante unos minutos y se fue?; ¿pero por qué?»

En aquel momento, Geto estaba tan destruido que apenas había notado la presencia de Satoru, ni mucho menos el objetivo de su visita. ¿Acaso le había preguntado algo?; ¿algo sobre openings de anime?

Los recuerdos estaban difusos, incompletos.

—Ya es suficiente— se dijo a sí mismo despegándose por fin de la desordenada cama. Pues se negaba a pasar lo que quedaba de domingo fermentando entre las sábanas.



Gojo caminaba de vuelta hasta su casa, totalmente devastado, pero con su conciencia tranquila, pues sabía que había tomado la decisión correcta esa noche.

Su mente estaba en paz sabiendo que no había abusado de alguien bajo los efectos del alcohol, al menos no otra vez...

Y es que, la verdad era que desde aquella noche en el penthouse, nunca había dejado de sentirse culpable. Para él se trataba de un hecho vergonzoso que le carcomía la conciencia, llegando a sentir que ni siquiera merecía estar cerca de Geto.

«Geto »—pensó.

La vívida imagen de su cara enrojecida y suplicante, llegó como por décima vez en el día a su mente, y entonces se cuestionaba si de verdad todo eso había sido provocado solo por el alcohol.

¿Acaso todas esas palabras que salieron de su boca eran solo una ilusión?; ¿no eran reales?; ¿y sus celos hacia Nanami?; ¿eso tampoco era real?

Seguramente no lo era. Al parecer el alcohol actuaba como un espejismo, que a todos reflejaba algo diferente, seguramente sólo había visto lo que quería ver, eso era todo.

Finalmente, ya harto de sentirse como un estúpido, decidió marcar aleatoriamente a uno de los tantos contactos de chicas que tenía en su celular.

—¿Aló?—contestó una suave voz.

—Hola Mai ¿cómo has estado?


Luego de una larga y refrescante ducha de media hora, Suguru comenzaba a prepararse para salir al mundo a tomar algo de luz solar. 

Desde el momento en que despertó, sentía un gran antojo de comer algo dulce, por lo cual tenía pensado ir hasta el centro, y pasar a alguna de esas pastelerías que tanto le gustaban a Satoru.

Obviamente, ya no podía comprar nada dulce sin pensar en ese fanático del azúcar.

Afortunadamente, las pastillas para el dolor de cabeza habían hecho efecto, y ahora se sentía mejor, por lo que tomó sus llaves y salió por la puerta camino a la pastelería más cercana.

Si bien, el dolor de cabeza había disminuido, tenía que admitir que los rayos del sol se sentían como ondas de microondas que atravesaban todo su cuerpo.

«Efectos secundarios de la resaca»—pensó.

Luego de una larga caminata, llegó por fin hasta la pastelería, cuyas vitrinas estaban repletas de bizcochos y dulces de varios sabores y colores, y no pudo evitar pensar una vez más en Satoru.

De pronto, las dudas llegaron insistentes; ¿por qué había ido Satoru hasta su casa?; ¿un día domingo?; ¿y seguramente cargando una gran resaca encima?

La verdad le intrigaba demasiado, pero, ¿por qué seguir dudando, cuando con facilidad podía llamarlo y pedirle que viniera?, y de paso compartirían un rato juntos, mientras comían algo dulce. Sonaba como una buena idea.

Desbloqueó su celular y marcó al numero del peliblanco.

«Buzón de voz »

Insistió una, luego otra, y otra vez, solo para terminar guardando el celular en su bolsillo.

 «Bueno, últimamente no contesta mucho las llamadas»—pensó sin darle mayor importancia.

Luego de una corta espera, la camarera llegó con unos waffles de chocolate y fresa para el pelinegro, quien estaba sentado en una de esas pequeñas mesas aesthetic que tienen las pastelerías ahora.

 Como era de esperar, apenas logró terminar la mitad del plato antes de comenzar a sentirse hostigado por el azúcar.

 «Si Satoru estuviera aquí me ayudaría a terminarlo»—pensó.—«Bueno, al menos me quité el antojo.»

 Tomó su cosas y se paró de su silla dispuesto a irse, cuando de pronto, divisó entre la gente una familiar e indeseada silueta a lo lejos. Era un tipo rubio, con un abrigo largo y aspecto formal. Y aunque se parecía demasiado a Nanami, prontamente pudo confirmar que no era él.

« Nanami, como lo detesto»

El pensamiento había surgido natural e inevitablemente en su mente.

«—¡Lo odio!»

 «—¡Lo detesto!»

Geto se quedó frío. 

De la nada, algo que no recordaba en lo absoluto había llegado como un balde de agua fría. 

Era él, era su voz gritando lo mucho que odiaba a Nanami, pero ¿por qué?; ¿cuándo?

Sintió cómo un sudor frío recorría su espalda y su respiración comenzaba a cortarse. ¿En qué momento había dicho algo tan íntimo como eso?; ¿¡y a quién!?

Sus piernas empezaron a temblar obligándolo a sentarse. Estaba comenzado a unir los hilos. ¿Acaso la visita de Satoru tenía algo que ver con eso?; ¿¡y las llamadas sin contestar!?

 Su estómago se apretó. 


«¿¡Qué mierda pasó anoche!?»

Simulacro de AmistadWhere stories live. Discover now