CAPITULO 4.- DORIAN:

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No es muy alentador el despertar en una celda en la que no entra nada de luz, no sabes si es de día o de noche y solo hay un baño sucio.

Comenzaron a esperar que durmiera para traerme la comida ya que atacaba a cualquiera que entrara en mi celda.

Aún tenía puesto el estúpido traje de pingüino, solo que el saco se había perdido en la revuelta.

¿Qué había pasado con Violeta? ¡No pensé que saltaría! Solo era para que le dieran su espacio ¡Pero con una mierda! ¡Si saltó! ¿Estaría viva? Las rocas abajo lucían peligrosas.

Cuando la vi entrar por ese pasillo con ese feo vestido de novia, mi cerebro se apagó. En el instante supe que era ella, sus ojos, su piel, su cabello, todo.

Y ahora, solo, en esta celda la gran pregunta me atormentaba ¿Había muerto? Cuando la miré y vi las marcas de golpes en su cara, juré que le haría daño a la persona que hizo eso ¡Dios! ¡Hasta pensé en golpear al mandril ahí mismo! ¡Si ella muere será mi culpa! ¡Toda mi maldita culpa! ¡Yo le dije que saltara!

Pasé mis manos por mi cabello con frustración.

No era momento para pensar en eso; ahora debía idear algo para salir de aquí y poder enterarme de que había sucedido después de la revuelta, cuando los rebeldes atacaron solo que por lo que pude ver fue sometido rápidamente, pero Mikah cree que volverán a atacar.

No había visto a mi amigo desde que uno de esos guardianes me golpeo con su arma en la cabeza y perdí el conocimiento.

La última imagen que quedó en mi mente fue la de Vi saltando al acantilado.

Pasos se escucharon en el pasillo.

Me coloqué a un lado de la puerta para poder golpear a quien entrara.

La puerta se abrió y lo primero que vi fue una de las armas que sostenía uno de los guardianes.

— ¡Apártate! —ordenó el más alto de ellos.

Levanté las manos en señal de paz y me alejé de la puerta.

Detrás de los dos guardianes, el pequeño y el alto, entró una mujer. Era la misma que me había golpeado en el acantilado. Quería retorcer mis manos alrededor de su cuello.

—Siéntate, Dorian— dijo con voz amable y señaló el suelo.

¡Pura mierda que haría lo que ella dice! Me crucé de brazos y la miré fijamente.

—Como quieras— se encogió de hombros.

— ¿Por qué no deja de fingir amabilidad y buenos modales y va al grano? —inquirí.

Ahogó una risa espeluznante.

—Bien— retiró un cabello de su cara— ¿Cuándo y cómo lo planearon? ¿Quién es su contacto? —preguntó.

— ¿Qué? —no pude decir nada más. No sabía de lo que me estaba hablando.

— ¡No juegues conmigo! —gruñó.

Se acercó y tomó mi cabello jalándolo hacia atrás.

— ¡Vi las cosas! ¡Los libros en tu habitación! ¡Responde! —exigió— ¿Quién es tu maldito contacto?

No sabía de lo que hablaba.

— ¡Vaya! Tomarse tantas molestias por mí ¡Me halaga! —toqué mi pecho con aire teatral.

— ¿Quieres jugar? ¡Juguemos! —declaró.

Soltó mi cabello y me lanzó contra la pared. ¿De dónde sacaba tanta fuerza esta vieja gárgola?

Del otro lado del muroWhere stories live. Discover now