Capítulo 3

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   Aziraphel quizás parecía un menso allí bien quietecito viendo las flores, pero en realidad estaba viendo a ese bello hombre pelirrojo y esbelto. Aquel por el que su instinto se anteponía a su mente. Se moría de ganas de hablarle y preguntar por su nombre, de sentir sus cálidas manos en su regazo. Afortunadamente no se encontraba el dueño del puesto para correr a ese tonto que solo miraba y no compraba.

    El conductor con feromonas de vino estaba teniendo una conversación casual con alguien, el de chaleco desgastado no podía ver bien con quién, pero pareciera que eran amigos. De pronto, el pelirrojo volteó a ver las flores casualmente y siguió con la conversación. Unos segundos después volvió a dirigir su mirada al puesto y sí, sus ojos no le mentían. Era el dueño de la librería que tanto buscaba. 

   Sus miradas se encontraron y se quedaron viendo fijamente un instante. El alfa tenía una cara de sorpresa y el rostro del omega se enrojeció. El amigo del alfa parecía estar hablando solo porque no se había dado cuenta que el otro ya no estaba mentalmente con él.

   Aziraphel rompió el momento estornudando suavemente cubriéndose con su antebrazo. Fue entonces que el taxista entró en sí, y decidió despedirse de su amigo para correr a ver a ese hombre con cara de ángel.

   El alfa jadeaba por la carrera hecha hace un momento, esto le preocupó a Azira. Él no sabía qué hacer, se puso nervioso y su cuerpo se paralizó al estar tan cerca del otro.

   -Tú… Tú… Hola -saludó el taxista sorprendido, sin saber qué decir. 

   -Hola -correspondió Aziraphel el saludo de forma gentil y apenada, ya que el pelirrojo lo descubrió espiándolo.

   -Eeee… Veo que recibiste el rosario… Lo olvidaste ayer -señaló el otro el rosario que tenía puesto en su pecho.

   -Ah esto, sí, muchas gracias. Mi empleada me lo entregó está mañana. Yo… De verdad te agradezco mucho, es muy especial este rosario para mí -confesó Aziraphel mientras vacilaba su ojos a su pecho, hasta que regresó su vista al hombre de enfrente. 

   -Aziraphel Cisneros H. -sonrió como un solecito, al mismo tiempo que extendió su mano.

   -Crowley, Antonio J. Crowley, mucho gusto -se presentó el otro con una sonrisa sutil y apretó su mano.

   Ese apretón de manos les hizo sentir a ambos un choque eléctrico, uno de alto voltaje.

   -¡Asupinche madr…-exclamó Crowley separando inmediatamente su mano, justo antes de terminar su frase vio la cara juzgadora de Aziraphel, esto hizo que no terminara de maldecir-. Digo, ay que dolor.

   Entonces el caballero miró a Crowley con aceptación, mientras sobaba su manita recién electrocutada. “No tiene sus manos cálidas, las tiene heladas” corrigió.

   -Este… ¿Por qué hueles distinto hoy? -soltó Crowley sin pensar dos veces en lo que sus palabras pudieran provocar.

  -¿Qué? Bueno yo este… -dudó el otro sorprendido y sin saber qué contestar. ¿Cómo le decía que una señora mañosa le dió remedios de dudosa procedencia?

  -Oh, no debí entrometerme en eso, no es de mi incumbencia -comentó Crowley con una ligera expresión de culpa y malestar. En verdad no quería incomodar a Aziraphel.

  -Bueno… Lo que pasa es que fui con Gloria, la curandera que está aquí cerca del mercado, y me dió unos remedios para mis achaques -admitió.

   -Eso explica por qué hueles a pozole -soltó Crowley más relajado.

    El de pelo cano se sonrojó y se tocó la nuca para tratar de oler el aceite que le puso la mujer. Entonces arrugó la nariz e hizo una mueca de disgusto por el olor. Olía a orégano. Quizás sí funcionaba ese aceite.

Yo Lo Conocí En Un TaxiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora