Capítulo 6

464 62 62
                                    


IZAN


Elena nos hace una seña asesina pero no me impide responder:

—Sí, Ross. Es él. Su primo.

Mikel cuestiona:

—¿El maromo rollo retro? ¿Tan peculiar es mi estilo?

Elena lo niega:

—No. Qué va.

Y Rosa lo intenta arreglar.

—En realidad, si te he reconocido no ha sido por eso, sino por la actitud de Elena.

En fin, lo ha empeorado.

Nuestra amiga se escandaliza, yo le hago un gesto con el significado de «¿ves cómo babeas?» y ella nos regaña mediante mímica.

Luego se disculpa con Mikel:

—Lo siento.

—No, si me lo he tomado como un cumplido.

—Mis disculpas también son por haber venido así, sin avisar. Y por lo de antes. Por... El accidente.

—¿Qué accidente? —quiero saber.

—Me ha visto en ropa interior —contesta Mikel.

What? —La voz aguda de Rosa resuena entre las paredes y sus aparatosas molduras.

Yo no doy crédito:

—¿En qué momento?

Elena presiona sus labios, aprieta los puños y se excusa:

—Estaba buscando dónde dormir.

El niño rico apunta:

—¿Entonces, os quedáis a dormir?

—No —niega Elena.

—Sí —afirma Rosa

Y yo me lo planteo:

—Igual es mejor no incordiar.

Nuestra amiga pelirroja pone los brazos en jarras y me acusa:

—¿Izan, ya estás celoso?

—¿Qué? ¿Por qué iba a estarlo?

—Un lujoso palacio, tu ex la soñadora, este chico con pinta de ser una auténtica bestia... Súmalo. Esto huele a retelling de Beauty and the Beast.

Mikel alucina, pero no tanto como yo en cuanto observo quién acaba de unirse al grupo.

—¡Piolín y compañía!

Efectivamente, es el malote trajeado.

Aunque voy a tener que cambiarle el mote porque ya no lleva el traje. De hecho, lo único que lleva es una pequeña y fina toalla atada a la cintura. Viene de la ducha. Su pectoral aún está húmedo: en algunos puntos se concentran pequeñas gotas a la espera de caer, recorrerle el tipo y perderse bajo la toalla patinando por su desarrollada «V».

Amiguis —Rosa se interesa—, ¿lo de encontrarse tíos buenorros semidesnudos por la mansión es habitual? —Ahora sí que no se irá.

Yo sigo callado. Mi boca, levemente abierta, se mantiene inmóvil. No como mis pupilas. Estas son dos inquietas pulgas que necesitan cerciorarse de que el chico con el que varias noches me he atrevido a fantasear tiene el mismo cuerpo, o incluso mejor, que en mis sueños húmedos.

Y sí, lo tiene. Vaya cuerpazo.

Y vaya cagada, porque Andoni me acaba de pillar dándole un repaso histórico, uno muy centrado en la dichosa «V» que se asoma por su toalla y, lo que es peor, en la silueta que se dibuja bajo esta.

Hey —se cachondea—, conmigo siempre te vuelve la dermatitis.

Rezo para que mi rubor desaparezca mientras Mikel retoma el tema principal:

—¿De verdad os vais?

Rosa se ancla:

—No, por encima de mi cadáver.

Y Elena amenaza:

—Habrá que matarte.

Mikel suelta una carcajada y le pega un codazo amigable.

—Cada vez más tétrica...

Su acercamiento azora a nuestra amiga morena, pero aún así consigue ser tan tajante como lo es habitualmente:

—Bueno, nos largamos ya.

Luego busca mi complicidad, pero siendo honesto, las ganas de quedarme han aumentado tanto como el calor en mis mejillas. Aunque no la presiono y dejo la decisión final únicamente en sus manos. Elena es quien manda, por ello Mikel se centra en convencerla:

—Este sitio es enorme. Si no queréis, ni siquiera tenemos por qué coincidir.

—Oh, no. Tampoco es eso.

—Elena, lo importante es que ahora esta también es tu casa y, por tanto —nos señala—, puedes venir con quien quieras. Es lo que deseaba Gabriel.

Le ha tocado la fibra sensible.

Elena se tensa y antes de decir nada más, se vuelve hacia nosotros. Rosa le hace pucheros y yo arqueo las cejas en señal de súplica. Puede que la esperanza me esté cegando pero, creo que funciona, que va a ceder. Si bien Elena suele ser la aguafiestas del grupo, intuyo que esta vez no nos hará el feo. Y no me equivoco:

—Bueno, probemos a convivir —sentencia al fin.

Desde ese instante, mi atención se centra totalmente en Andoni.

Apenas nos conocemos pero soy capaz de captar las advertencias de sus ojos, tan oscuros como el café, tan adictivos como la cafeína. Sé que no me va a traer nada bueno. Lo supe desde el primer momento en el que lo vi. Y aún así no he podido ansiar más que nuestros caminos se volviesen a juntar. Supongo que lo necesitaba. Mi senda era demasiado plana y la suya parece tener tantos desniveles... Está repleta de letreros que rezan «Cuidado. Solo para expertos» y ahí voy yo, un novato con una enorme mochila.

Joder. Me despeñaré. Estoy convencido.

Y Andoni también lo está.

No soy el único con el don de leer la mirada del otro. Él se divierte interpretando la mía. Me desafía sonriente y enarcando la ceja que presenta un corte, luciendo esa cicatriz que le otorga aún más vibras de capullo.

Seguido, gira sobre sus talones, aún húmedos, y me da la espalda. Se marcha.

Lo he perdido de vista.

Aunque la silueta de su desnudo dorso se queda grabada en mis retinas, las mismas que en el encuentro de hoy tanto le han confesado.

—¿Es esto el cielo? —festeja Rosa, emocionada.

Y yo replico:

—O el infierno.



*****

Ay...

¿Qué opináis? ¿Cielo o infierno? ;)

Miiiil gracias por el increíble apoyo que está recibiendo la obra. Os juro que veo cada meme, post, tiktok... Estoy flipando. Haré una recopilación con todo ello.

Un fuerte abrazote y nos leemos muy pronto, que tengo ganas de que sepáis cómo sigue esto...


El último amanecer de agostoWhere stories live. Discover now