Capítulo 8

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IZAN


El cuarto es tan grande y tan lujoso que impone. He dejado la maleta a un lado de la cama y he dado un paseo por él. Y literalmente, he deambulado por las decenas de metros cuadrados que tiene, hasta que cansado de arrastrar mis pies por las mullidas alfombras, he posado mi cuerpo cargado de electricidad estática en un sillón con vistas al jardín.

El terreno que rodea la mansión es enorme y está protegido por una gran valla de piedra en la que, como acabo de comprobar, hay más de una puerta. Está la principal, por la que hemos entrado en coche, y otra ubicada en la zona Oeste. La última es mucho más pequeña y pasa desapercibida tras una serie de setos. Pero desde aquí la puedo ver, al igual que puedo ver el rojizo tejado que se aprecia tras el muro.

Me pongo en pie y me acerco al cristal.

Mi vista no fallaba: al otro lado hay una cabaña. De una única planta, pero que abarca una gran superficie. Está rodeada de cipreses que ocultan parte de su fachada y que tan solo dejan una única ventana desprotegida.

Entrecierro los ojos tratando de ver el interior a través de ella pero los reflejos de los rayos del sol del mediodía me lo impiden. Tendré que esperar a la tarde.

Toc, toc, golpean unos nudillos la puerta y abandono mi faceta curiosa.

—¡Adelante!

No barajaba la posibilidad de que se tratase del primo de Elena. Este se para en la entrada, se posa en el marco y observa:

—Ya te has instalado.

Su voz ronca me provoca un cosquilleo y siento cómo la carga eléctrica que mi cuerpo había acumulado a través del deslice de mis pies, causa un potente chispazo en mi interior. Como el día del funeral, cuando entre nosotros dos se prendió algo más que un cigarrillo que se quedó a medias.

—¿Te gusta tu nuevo hogar?

Aunque es espectacular, controlo mi entusiasmo:

—No está mal.

—Vaya. —Se decepciona—. ¿Y eso?

Tampoco quiero parecer un sobrado:

—A ver, que mola, eh. Pero... —Desvío el tema—: Da igual. ¿O es que eres el encargado de que nos acomodemos en el palacio?

Se ríe y me sigue el juego:

—Lo soy. Puntúa mi servicio.

—Mmm. Un cinco.

—Oh, no... —Se muerde el labio inferior en un gesto tan adorable como peligrosamente atractivo y vacila—: ¿Y qué puedo hacer para subir la nota?

Trago saliva y muy a mi pesar rechazo:

—Nada en particular.

—Bueno, sin prisas. Ya te atreverás a pedirme eso que tanto deseas.

—Eh, que no deseo nada —repito.

—Aún... —asegura.

Cierra la puerta a sus espaldas y se aproxima con su característico andar desgarbado. Por si estar apartados del resto del mundo fuese poco, también estamos encerrados y muy cerca. Se ha detenido a menos de un metro.

—Te has cambiado —digo lo primero que se me ocurre—. Y toda tu ropa es de marca. Pareces Elena.

—Yo no soy tan elegante como ella. A partir de mañana me verás en chándal.

El último amanecer de agostoWhere stories live. Discover now