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Joseph

Abro la puerta y me siento en la cama. No quiero dormir, no quiero saber si las voces volvieron. El dolor de cabeza me mata por dentro. ¡Todo me mata! O al menos hace la espera más larga. Ojalá las voces me mataran, pero sólo sirven para joder mi vida.

Veo la hora y me doy cuenta que ya son las 21:30 h. No quiero dormir... Me acuesto boca arriba pensando en la sonrisa de Shawn, mi paraíso.

—Oye —susurra acostado en la ventilación, con solo los codos recargados en la alfombra de la habitación.

Volteo de pronto con una sonrisa, porque ya sé quién es. Mi preocupación automáticamente se convierte en una sola persona; ya no en pastillas, en querer irme de aquí, y del mundo.

—¿Qué pasa?

—¿Ya estás mejor? —Llega y se sienta frente a mí en la cama.

—Supongo. —Finjo no temblar por un extraño frío que me llega—. ¿Tú tocaste el timbre de emergencia? —pregunto avergonzado.

—Sí. —Su mirada feliz cambia—. Venía a tu cuarto a cuidarte un rato y cuando ya iba a salir de la ventilación, te vi caer. Lo pensé un rato; si llamaba a alguna enfermera me preguntaría que qué estaba haciendo en tu cuarto. Qué ventaja que existe ese bendito botón.

A cuidarme.

—Gracias —le digo con la voz más tonta—. El doctor piensa que fui yo. Y, que si no fuera porque toqué la alarma, estaría muerto.

No sería justo culparlo. Él me acaba de conocer, y no tiene culpa de mi mala suerte, ni de mi enfermedad. Si yo estuviera en su lugar, me hubiera mandado a la mierda por haberme comportado así, pero no, está aquí. Algo que mi alma agradece.

—Perdóname, en serio. No me perdonaría eso jamás —mira al suelo—. Apenas te conozco, y casi mueres por mi culpa.

—No fue tu culpa en sí. Fue la mía por andar poniendo mi culo en donde no debo —me río y elimino lo serio del asunto—. Aparte soy un exagerado, me exalté por nada. El doctor me dijo que he tenido grandes avances.

—Me alegra demasiado escuchar eso, pero... ojalá te hubieras equivocado poniéndolo en otro lado —me sonríe pícaramente.

No puedo evitar reírme y ruborizarme. Hasta los comentarios idiotas me hacen reír con él.

—¿Y qué ha pasado con tus voces? —pregunta sacándome conversación.

—Pues nada, tengo miedo de dormir. —Me acuesto—. Aunque suene como un niño de cinco años que le tiene miedo el coco.

—Podría quedarme a dormir contigo... No sé, si es que tú quieres.

Lo miro boquiabierto.

—¿En serio?

—Sí, sabiendo cómo estás no puedo dejarte solo.

—Pues, ¡claro que quiero! Pero me da miedo que llegue una enfermera y nos vea...

—Me iré temprano. Regularmente pasan a las 8 h.

Sonrío y me incomodo un tanto. Dos hombres juntos en una sola cama, ¿qué pensarían dos enfermeras? ¿Qué pensaría alguien de mi familia si se enteraran?...

—Está bien, no pasa nada...

Se sienta en mi cama y cruza las piernas.

—¿Algo que quieras hacer antes de dormir? —me pregunta.

—¿Leerme el último capítulo del libro que estoy leyendo? —Comienzo a reírme. Como niño pidiéndole a su padre que le lea.

—Claro, ¿cuál estás leyendo?

¿Existe la felicidad?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora