◾️ CAPÍTULO 8

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A la mañana siguiente no vino Joana a por mí. William apareció frente a mi celda antes de que despertasen todos los demás. Me lanzó una mochila y esperó en el pasillo a que me cambiase de ropa. Aún era de noche cuando crucé con él hacia uno de los garajes. Frené en seco al verlo coger un juego de llaves.

—No voy a irme sin hablar con Marco. —Creo que jamás soné tan tajante en mi vida, pero era algo que no estaba dispuesta a asumir.

—Volveremos antes de la noche, te lo prometo.

Con cara de malas pulgas me subí a aquel todoterreno negro. Llevaba años sin montar en un coche, de hecho, jamás había estado en uno así, y por eso no pude evitar acariciar los suaves asientos de piel o maravillarme con las luces de la pantalla táctil. Era plenamente consciente de que William se percataba de cada detalle e imaginé que nadie jamás había admirado algo tan simple así con tanto entusiasmo.

No tardó en encender la radio y poner la música para romper el silencio y la incomodidad que reinaba. Mentiría si dijese que no fue como una medicina. Llevaba años sin escuchar música, pero la música lo sana todo en cuanto sientes la primera nota. No importa el tiempo que pase. Entró en mi organismo como una caricia lenta, que poco a poco se mimetizó bajo la piel transportándome a otro lugar. Un lugar en el que podía respirar y alejarme de esas emociones que me desechaban. Las apagó lentamente al igual que el fuego al extinguirse. Tuve una tregua que llevaba semanas necesitando, era tiempo para mí, así que bajé la ventanilla y disfruté del viento en la cara. Me maravillé del bosque que discurría paralelo a la carretera, me permití inundarme de todos aquellos olores a libertad y de lo extraño que era viajar en un coche por simple que parezca.

—Puedes poner la que más te guste.

William señaló la radio intentando comprarme y yo le saqué amablemente el dedo dejándole claro que no iba a ser tan fácil.

—Voy a tener que atarte las manos para enseñarte modales, mutada.

Detecté claramente el tono juguetón que escondía ese comentario y también lo vi esconder una sonrisa.

—Tal vez debería enseñártelos yo.

—¿Necesitas las esposas? —Me regañé a mí misma por sonreír ante su estúpida broma.

—Te dejaría atado a un árbol si pudiera, si tengo suerte puede que te devore un oso.

—No hay osos. —Puntualizó ese detalle como si yo tuviese que saber qué demonios había en ese bosque.

—Me valdría cualquier otro animal carnívoro.

—Te tiembla el labio cuando mientes. —No pude con la sonrisa de suficiencia que me dedicó ante esa afirmación.

—Mentira. —Bufé enfadada para evitar que supiese que en el fondo estaba disfrutando de aquel debate.

—Me fijo mucho en los detalles, Charlie. —Levantó una ceja y yo capté la doble intención en aquel comentario.

—¿Ah sí? Cuántos detalles conoces de mí, sargento.

—Prefiero William, ¿sabes?

—Y yo Charlotte.

—Demasiado largo.

Volví a ver esa sonrisa de suficiencia y quise abrir la puerta y tirarlo del coche en marcha.

—Te tiembla el labio cuando mientes, te aprietas la muñeca derecha cuando estás nerviosa y esquivas la mirada cuando tienes miedo. Y te encanta sacar el dedito a pasear cuando te sientes segura.

—¿Insinúas que ahora mismo me siento segura? —Me dolió ver lo mucho que podía leer en mí y por eso quise estropear aquello. —¿Cómo iba a sentirme segura cuando has dejado que me torturen dos veces? Es más, has mirado.

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