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Llego al departamento y al primero que me encuentro en la calle es a Caín recostado a su auto, con los botones de su traje desabrochado. Tiene cara de sueño y se nota desgastado.

Hora de fingir nuevamente.

Y mentir. 

—¿Te hizo algo? —arruga la frente en cuanto me ve bajar del auto de Hades—. ¿Por qué llegas en su...

—Lo robé y salí huyendo —le corto con mala cara—. No me hizo nada, ya te dije que éramos viejos conocidos.

En parte decía la verdad.

—Lo siento muchísimo, antes yo...—carraspea—. Le ganaba siempre en todas las carreras.

—Pues al parecer ya no.

—Lo siento muchísimo, Rahel.

Me encojo de hombros.

—Ya no importa.

—Tendrás un problema por robar su auto. De brazos cruzados no se va a quedar.

—Me da lo mismo, es mi problema. Lo resuelvo yo.

—Va, Rahel de verdad necesito que me perdones.

—Otro día, estoy cansada y quiero dormir —le digo—. Ya nos veremos.

Le doy la espalda y me encamino hasta el edificio sin esperar su respuesta.

Esto era lo que quería mi padre, que yo ganase puntos con Caín. Lo había conseguido y ahora él estaría buscando mi perdón por entregarme a Hades. Me haría la molesta unos días para luego continuar con el plan.

Cansada voy directo a la habitación y no tardo en quedarme dormida.

La falta de oxígeno hace que abra mis ojos de golpe, lo primero que noto es que alguien está intentando asfixiarme y lo segundo es que ese alguien es Hades, con su mano envolviendo mi cuello.

Aunque parezca loco, no tengo el mínimo de miedo. 

Ladea la cabeza y me sonríe desde arriba hasta que de su boca sale:

—Te odio tanto, Rahel.

Se aleja hasta el centro de la habitación y se pasa las manos por el rostro, frustrado y molesto. Yo sabía que su intención no era hacerme daño.

Me levanto y voy hasta mis cosas dándole la espalda, agarro lo que estaba buscando y sin pensarlo le disparo, no se mueve de su lugar y la bala le roza el brazo izquierdo haciéndole sangrar y termina incrustada a la pared.

—Yo también te odio, Hades —suelto y camino hacia él dejando el arma a un lado—. Ahora estamos a mano y como me vuelvas a intentar asfixiar te corto las pelotas.

—Si me las cortas no vas a poder disfrutar de ellas.

—Imbécil.

Bajo su queja lo obligo a meterse en el baño conmigo y veo como se sienta en la encimera. Me le acerco pidiendo permiso para quitar su pulóver oscuro que ya está manchado de sangre.

Asiente.

Paso saliva cuando su cuerpo queda descubierto, sus músculos definidos y la tinta sobre su piel, me hacen perder la cabeza.

Con lo que había en el botiquín, limpio su herida para que no se infeste y le coloco un parche, ya que fue un diminuto arañazo.

—Me toca a mí —dice y me paralizo cuando sus manos acarician mi cintura y me pone donde antes estaba él.

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