i. noches de agosto

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Día 1. Desatar.






Cuando era niño, las cosas eran más difíciles con una libertad de la que aprendió a disfrutar. Tal vez un poco enamorado del mundo a través de sus ojos y otras tantas fastidiado ante la sensibilidad que creaba el entorno.

Sin embargo, nunca cuestionó nada. No había nadie a quién preguntarle de todas maneras.
Makino solía decirle que no era extraño si los olores eran más obvios para él que cualquier otro niño de la guardería, que sólo era un niño con mucha energía con hipersensibilidad auditiva y un apetito insaciable.

Pero luego las cosas comenzaron a tornarse insólitas en su adolescencia. Cada luna llena era una incertidumbre y un dolor corrosivo que le quemaba las venas, un apetito a carne cruda y muchos días siguientes con cortadas de la rasuradora.

Siempre con un sentimiento desatado que rayaba en la avaricia con las personas importantes en su vida.

Con el tiempo y mientras más crecía, eso en su interior también lo hacía.

Las peleas ya no eran un juego con sus hermanos: era una violencia que arremetía sin pensar cuando dañaban lo que era suyo. Las mordidas dejaron de ser un alivio para su dentadura: ahora era una manera de cariño y castigo que buscaba marcar o arrancar.

Antes de regresar a la escuela, a unas noches de la fiesta de Franky, su abuelo lo había sentado en la sala apenas iluminada –odiaba la luz en la oscuridad, había dejado de ser necesario prenderla cuando sus hermanos se mudaron cerca de sus universidades–, y preguntó por cada síntoma, cada manera de reacción agresiva que tenía.

Le dijo lo que con frecuencia le decían: que tenía un comportamiento muy particular, una tendencia a ser posesivo del tipo obsesivo y territorial. Su abuelo había dicho que era natural, que ellos eran distintos. Aunque él no podía comprender qué tan distinto podía ser.

Pero era una manera desapegada de decirle que tenía un problema muy grande y peludo que saldría en la primera superluna de agosto.

Después de eso, los días se le pasaron en una fiebre muy intensa. Apenas aliviado con el olor de las prendas tomadas a la fuerza de sus amigos y hermanos que se desbordaban de su pequeño fuerte en el suelo.

Se encontraba en un tipo de cuarentena, su abuelo no había dejado que nadie lo viera ni por error.

Pero luego, Hancock había regresado de sus vacaciones y lo visitó. Eludiendo completamente el aviso en la puerta «si quieres ver a Luffy, vete a la mierda o enfrenta a la marina en tu puerta» entrando con las llaves que le había dado desde hace unas temporadas.

Hancock era siempre agradable –a excepción de la primera semana en la que se conocieron en ese campamento de chicas por error–, desde que se dio cuenta de su problema le había regalado cientos de canceladores de ruido y hablaba con él en un susurro con voz trémula cerca de su oído, ella hacía cosquillas, y el aroma que despedía era una calma y un paralizante a todo su alrededor.

Ella olía bien. Muy bien.

El tipo de bien que nunca quiere dejar de tener en sí mismo.

Cuando le preguntó si podía tener una camisa o dos de ella, simplemente sacó toda la ropa que pensó le gustaría e hizo que se la probara. Hancock no había parado de decir que se veía muy bien con el estilo de su pueblo natal y él no había parado de sonreír con su olor rodeándolo.

Nunca dejaba de usar sus prendas, siempre con el pensamiento errante de Robin «combinas con ella» y a él no le importaba. Pero en algunas ocasiones sentía la necesidad de usar otra cosa como las sudaderas de Usopp, por ejemplo o los paliacates de Zoro. Siempre reforzando algo, la necesidad inherente de sentirse unido.

Pero ahora necesita consuelo, el tacto de una silueta conocida y la presencia de algo más que la oscuridad parcial que creaba sombras, hostigando sus sueños apenas contenidos en su mente brumosa.

Tenerla cerca, en sus brazos y acercarla hasta que la separación era un insulto, se sentía diferente. Un nuevo tipo de necesidad a calmar la combustión de su cuerpo exhausto.

La sedosidad de su cabello derramado en su almohada, la suavidad de su piel trigueña, las piernas enredadas con las suyas y su abrazo delicado, el arrullo en la tesitura aguda de su voz.

Un querer inconfundible cuando le lavaba las lágrimas con las yemas de los dedos y rascaba las uñas azuladas en su cabeza, un hormigueo agradable que opacaba el dolor sordo en su sien.

Siente una paz en su respiración combinada con la suya, algo mareado con la pesadez del aire sin ventilar, extasiado con el palpitar acelerado justo debajo de su mejilla.

Latidos que se asomaban nítidos en la curva descendente del cuello ostentoso.

Sus caninos prominentes se mostraban incómodos, la molestia elevándose con la pura necesidad sin adulterar de morder, de marcar.

Hancock no es ajena a sus mordidas, pero tiene la sensación que esta vez sería completamente diferente a un simple moretón. Él no quiere hacerle eso.

Así que, sin mucha pelea, se entregó a la comodidad de su calidez y el alivio de un trago de agua a su garganta arenosa con algo moviéndose en su interior.









Llegando tarde como siempre , mi pan de cada día. Estoy haciendo una tesina que me deja con unas ganas horribles de arrancarme los pelos, literal a nada de sacar espuma y este escrito fue un poco difícil porque fue mi primera idea para esta week a la que le quería meter muchas cosas, sin embargo estoy feliz porque de a poco me vuelven las ganas de escribir, lo que me da pie a cosas que no sean como poemas, que solamente hay dos en este reto. En fin ¿Cuál es su headcanon luhan favorito? el mío es que Boa le regaló mucha ropa a Luffy que combinara con ella.

ingenua tentación | luhan week2023Where stories live. Discover now