Capítulo XLIX: La regla final

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Llevaban cinco días viviendo en su nueva casa, en un barrio prestigioso, cálido y ambientado justo para lo que necesitaban: horas serenas para tranquilidad de Heejin. La niña debía dormir dos horas más que un bebé habitual y ella sabía que lo conseguiría con ese ambiente que los rodeaba ahora.

— Regla 39: Pierde la cabeza, intranquilízate y no contengas tu temple ante nadie. Ni con tus compañeros, si alguna vez los tienes...eso es un tanto estúpido —agregó la rubia bajando con su dedo por la página para leer la siguiente— Regla 42: nunca traiciones tus propias reglas, tus ideales, tus principios. Estarías tirando todo el trabajo por una cañería... ¿una cañería?

— ¿Puedes dejar eso ya? Es de mi privacidad Mina —la fulminó con la mirada.

— Aún me queda una...regla 43: solo puedes temerle a tu propio jefe... ¿A Namjoon? — gesticuló casi con asco y descendió hacia el último renglón— regla número 50... ¿por qué está vacía? No hay cincuenta.

— Nunca se me ocurrió una.

— Se te ocurrieron 49, porque las escribiste tú ¿cierto? ¿Se te ocurrieron a ti?

— Ya lo sé. Y sí, las escribí una noches luego de fracasar en mi primer trabajo. Necesitaba algo que pudiese incentivarme a continuar y decidí poner algo así como...restricciones. Algo que me obligara a cometer lo que debía y restringir lo que molestaba.

— Muchas hablan de tus compañeros o de los que pudieses llegar a tener —agregó rápidamente cuando vió que iba a protestar. A decir verdad, sabía que ellos eran la segunda compañía que Chaeyoung tuvo en algún empleo y eso no le molestaba, le generaba algo de tristeza que la castaña nunca se adaptara a alguien más que no sea ella misma.

Cuando despertaba antes por las mañanas, siempre acariciaba su rostro, el costado de sus ojos con lentitud y se recordaba lo hermosa que era su esposa. Y la consideraba hermosa en complemento con su personalidad. Así, fría y arrogante como la conoció y familiar y sencilla como lo era ahora. Chaeyoung para ella era impecable, inmejorable y magnífica para sus ojos al despertar y sus oídos al dormir. No le faltaba nada y mucho menos le cambiaría algo.

Además sabía socializar, que no le gustara era otra cosa pero ese trabajo le obligaba a hacerlo, así que se podría haber adaptado cómodamente a alguien más. Sin embargo no lo hizo, no le gustaba y esa era la razón por la que llevaba preguntándole de esa agenda y lo que llevaba escrito en ella.

— Sabes sobre eso, Mina. No me gustaba compartir tiempo y espacio con nadie. Los demás eran estorbo para mí, no me gustaba. Me hacía sentir incómoda.

— ¿Y ahora? —Chaeyoung gesticuló una sonrisa. No había punto de comparación su presente con el pasado solitario que la rodeaba y porque ella lo elegía. Le hizo una señal con su cabeza y ella dejó la agenda a un lado, caminando con vergüenza hasta la castaña.

Se sentó sobre sus muslos juntos y rodeó su cuello. Chaeyoung atrapó su cintura y hundió el rostro en su suelto cabello, cerrando los ojos al respirar ese perfume con aroma a frutas. Ella misma se lo había regalado y a decir verdad le gustaba cuando lo usaba en casa, para ella.

Era como si otro centímetro del hilo que las unía, aumentara.

— No quiero volver a estar sola si puedo tenerte a ti —le murmuró contra su oreja— no quiero nada de esa vieja Chaeyoung si puedo mantener la que reluces en mí. Y eso incluye aquella agenda, con cada palabra y emoción que antes me formaba.

— Dicen por ahí que cualquier cosa es mejor a estar solo.

— No —aseguró la castaña con la nariz acariciando su mejilla— estar contigo es mejor que cualquier cosa. No voy a perderme un solo día de ti, Mina. Y de nuestra familia. No voy a olvidarme otra vez cómo se sentía ser feliz.

reglas de oro ; 𝗺𝗶𝗰𝗵𝗮𝗲𝗻𝗴Donde viven las historias. Descúbrelo ahora