Capítulo 7: Puertas abiertas

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Clara e Íñigo conocieron a un par de modelos que se interesaron por la portada de la joven. Junto a ellos estuvieron casi toda la velada. Clara estuvo un tanto incómoda. Ciertas preguntas de sus nuevos conocidos no le hacían demasiada gracia. Nunca había sido de hablar sobre su familia y era normal que la gente lo que más quisiera saber es cómo eran en la intimidad sus jefes o qué vida llevaban en realidad. La joven se sentía en una entrevista constante e Íñigo ni siquiera se dio cuenta de ello. Estaba demasiado entretenido con Adriana, otra modelo unos años mayor que Clara. La prensa la apodaba: «la nueva estrella». La nueva estrella antes de que Clara apareciese en la portada de aquel día. Desde entonces, podríamos decir, que esa estrella se fue apagando y que Clara consiguió cada vez más ascenso en la industria. Íñigo se quedó embelesado nada más verla. Morena de ojos verdes, metro setenta y nueve, caderas anchas y piernas largas. Sus curvas eran un suplicio. La habían denominado «modelo de talla grande», pero ni siquiera era capaz de pasar de una talla M. La hipocresía de esta industria en su alto esplendor.

Clara buscó con la mirada al fotógrafo, pero en la oscuridad de aquella sala no distinguía las caras de las personas. Las luces lilas y blancas provocaban que su campo de visión cada vez fuese más reducido. Se disculpó con las personas con las que conversaba y dio una vuelta de control. Su control: buscar a Daniel. ¿La razón? Ni ella la sabía en ese entonces. Lo achacó a simple curiosidad, pero lo cierto era que se moría de ganas por saber dónde estaba y qué estaba haciendo.

Se apoyó en la barra y se montó en uno de los taburetes esperando, así, tener mayor visión. Pero ni por esas. Lo único que atendió a escuchar es que Daniel había desaparecido hacia los baños masculinos y que estaba en unas condiciones nefastas siendo ayudado por una de las modelos.

—Joder, Daniel... —masculló Clara en dirección hacia los servicios.

Al momento de llegar, Clara abrió la puerta del servicio de hombres con delicadeza y vio que solo una de las puertas estaba cerrada. Se acercó hasta ella y colocó la oreja con total disimulo.

—Espera. ¿Puedes parar? —La voz de Daniel retumbó en el habitáculo.

—Solo estoy ayudándote. —Una voz mucho más fina respondió a sus palabras.

—Gracias, pero... no me encuentro bien. Voy a irme a casa.

—¿Por qué? La estamos pasando bien. Escúchame. Siéntate. Ven. Siéntate —insiste ella.

—Me duele bastante la cabeza, de verdad...

—¡Shh! Tranquilo.

El silencio volvió a reinar, pero Clara no apartó la oreja de allí.

—En serio, deja de hacer eso... Por favor...

—¿Qué ocurre, Daniel? Creía que te apetecía.

—No. Quiero que dejes de besarme, por favor. No me estoy encontrando bien.

Clara pegó en la puerta en repetidas ocasiones y una joven de unos treinta y algo años, melena rubia y semblante colorido la abrió.

—Disculpa, el taxi de Daniel ha llegado.

El fotógrafo estaba sentado en el retrete. Tenía la camisa abierta. La corbata no estaba por ninguna parte y la chaqueta se encontraba arrugada a cada lado. La modelo desapareció del habitáculo y salió de los servicios casi sin mediar palabra.

—Joder, Daniel. —Se quejó Clara—. ¿Tú te ves? ¿Cuánto has bebido?

—Se me ha ido de las manos el champán. —Entreabría los ojos.

—El champán y lo que no es el champán.

Clara se acercó hasta él. No olía a alcohol, pero no estaba demasiado lúcido.

Los días que estarás conmigo, aun sin estarWhere stories live. Discover now