Capítulo 4: Ser un héroe

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Tardamos un día más en llegar al campo donde se encontraba aquella bendita estación, haciendo cambios de turnos para manejar y poder comer para así restablecer las fuerzas

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Tardamos un día más en llegar al campo donde se encontraba aquella bendita estación, haciendo cambios de turnos para manejar y poder comer para así restablecer las fuerzas. Varias veces nos cambiábamos de auto e íbamos rotando para no estar apartados de los demás. Estábamos más cansados que nunca, pero la motivación de poder salir de allí era mucho más fuerte.

Al momento de ingresar en la tierra de la estancia, los autos por fin pudieron descansar, ya sin combustible para darles motivación de seguir, se detuvieron a medio camino. Supongo que tuvimos suerte en ese aspecto. Nos duró bastante dos bidones llenos. No podía decir lo mismo de la comida, con dos niños en crecimiento y nosotros, la cosa se puso un poco complicada.

Dejé que los demás se alejaran de mí, mientras caminaba sobre la hiedra con la poca tranquilidad que podría tener en momentos como ese. Si teníamos más suerte que antes, íbamos a salir de este lugar. Si no, nos convertiríamos en comida de monstruo. No sé qué era mejor. La luz decaía sobre el horizonte, tapado por grandes arboladas a su alrededor. El aire puro era una cosa que en la ciudad no se respiraba con tanta facilidad. Si hubiera podido, habría vivido ahí el resto de mis malditos días. Pero ya no tenía tiempo.

Todo tenía que acabar y tal vez, dejar mi país era el cambio que necesitábamos.
Un mundo sin monstruos, ya no más miedo. Ya no más dolor. Solo felicidad. ¿Cómo sería la vida en otro sitio? ¿Cómo se sentiría levantarse sin la preocupación de poder morir en manos de un monstruo? ¿Acaso era relajante? Podía hacerme esas preguntas todo el maldito día sin encontrar las respuestas que necesitaba.

Apreté el paso cuando oí los gritos de los demás dentro del galpón gigante. Eran de euforia, de felicidad por tener la mínima esperanza de vivir. Cuando llegué con ellos, admiré los enormes aviones lujosos que esperaban que alguien los usará. Miles de tanques y herramientas a la espera de servir a una persona. Era majestuoso.

Vi a Wook sobre una escalera intentando abrir la puerta del avión. Parecía dura. Si considerábamos que llevaban años sin ser utilizados, tenía sentido. El hombre la abrió luego de unos minutos, soltando un gruñido que parecía ser asco. Desde la distancia puede notar una mancha rojiza cayendo sobre el piso de la escalera. Sangre. Se había lastimado. Mis vellos se erizaron, pero tuve que mantener la calma y confiar en que estábamos demasiado lejos de los monstruos como para qué nos atacarán.

—¿NECESITAS AYUDA? —exclamé, aunque mi voz salió como un chillido desesperado.

Wook se giró para mirarme y negó con la cabeza. Seguía molesto. Seguía temiendo que mi potencial se esfumara. Quise decirle que no, que yo aún estaba aquí. Que mi vida en aquel mundo no iba a cambiarme, pero era una mentira tras otra. Y en este punto, me había cansado de mentir. Comencé a caminar sin rumbo fijo por el enorme galpón, admirando cada cosa que habían dejado como recuerdo.

Los demás se quedaron allí, conversando sobre que harían en otro país, sobre las cosas que les gustaría comprar y conocer. Estaban esperanzados por una nueva vida. Los niños daban saltos entusiasmados, gritando todas las cosas que deseaban conocer. Costumbres, comidas por probar. Ser otra persona. Ser otro yo.

El Rey de los Monstruos Where stories live. Discover now