Capítulo 26 Cambios y fracasos

21 4 0
                                    

Pasó un largo tiempo y, durante él, no volví a contactar a mi amiga. Aunque me enviaba muchos mensajes, no respondía ninguno. A pesar de lo mucho que la extrañaba, sentía vergüenza por mis fracasos. Mis pensamientos negativos tuvieron impacto en mi salud mental y me desvíe por completo de todas mis ilusiones.

Me sentía incompetente al recordar que me iba mal en el amor, en los estudios y en mis metas. Era como si me ataran con cadenas, como si no pudiera seguir y librarme de correr en círculos. Quería ser grande, quería ser invencible, y estaba muy lejos de lograrlo. Ya mis sueños no importaban en aquel momento, porque me resigné a dar por sentado lo que tenía a mi alcance; pero no me esforzaba por ver más allá, necesitaba esa visión, ese ánimo para avanzar hacia el futuro. Para ser más precisa: necesitaba a una amiga.

Ni siquiera la soledad dolía tanto como mis pérdidas. Tantas personas en el mundo y yo me sentía únicamente abatida, como si mis problemas fuesen incomprendidos. Ese falso consuelo de que «hay personas que pasan por cosas peores», lo sentía como un dedo metiéndose en mi herida mal curada. Pero en medio de la tempestad, decidí escribir un correo a la única persona que estaría dispuesta a escuchar esas cosas que algunos llaman «drama». Por eso, tomé mi computadora, y le escribí lo siguiente:

«Querida Amanda, ya sé que es raro el hecho de ser yo la que te escribe, pero eres la única amiga a quien le expresaría que me siento como una fracasada. Mira, han pasado varias cosas este último año, y me arrepiento de no haber respondido a todos tus mensajes. Cada vez que veo a tu mamá le pregunto por ti y me cuenta lo bien que te está yendo. Espero verte en estas vacaciones que vienen, ya sé que has estado muy ocupada.

»Respecto a mi vida, es un verdadero desastre. Empecé a estudiar derecho, pero sabes que no me interesan las leyes, sino los edificios. Era la peor alumna de mi clase y por eso decidí renunciar. Solo duré un año en la universidad y la abandoné. Mi papá se puso furioso y dejó de hablarme por unas semanas, claro, ya estamos en mejores términos, pero eso me dolió bastante. Mi mamá tenía que cubrir algunos gastos en la casa y me puse a trabajar con mi prima vendiendo empanadas. Después me contrataron en una tienda de ropa y estoy trabajando allí casi todos los días. No ha sido fácil deshacerme de mis sueños de niña, pero la realidad me golpeó en la vida de adulta.

»Me ha ido mal en todos los sentidos posibles. Hace varios meses conocí a un muchacho que parecía sincero, nos hicimos novios y estuvimos juntos por un tiempo, hasta que se enamoró de otra que sí quiso darle lo que yo le negué, y terminó conmigo. Mi relación se acabó cuando apenas comenzaba. Me sentí tan mal que mi autoestima se vino abajo y tuve que ir a terapia. Sé que lo entiendes bien.

»Dejé de contactarme con mis amigas del colegio y tampoco creo que les importe saber cómo estoy. Parece que a todos les va bien excepto a mí. Claro, aunque ha pasado tanto tiempo sin que hablemos, no te he olvidado, eso nunca. En estos días mi prima nos visitó e hizo un desastre en mi cuarto y, cuando fui a buscar mis zapatos, vi entre mis cosas una carpeta vieja. Al abrirla, encontré tu carta del árbol; la primera que me enviaste y me sentí muy conmovida recordando las cosas que vivimos. Extraño tus chistes y esas ocurrencias que me hacían reír. ¿Recuerdas la vez que tu mano se quedó pegada al escritorio de la profesora Sánchez? Ese día, ella misma no pudo aguantarse las risas. Espero que eso te haya enseñado a leer bien las instrucciones de la pega industrial.

»Ojalá que tampoco me hayas olvidado, porque considero que sigues siendo mi mejor amiga. Cuando te conocí no imaginé que tu amistad me ayudaría a crecer tanto como persona. Son cosas bonitas que valen la pena recordar. Y cuando vuelvas, aquí estaré esperándote. Te quiero,

»Laura Mendoza».

Después de haber enviado esa carta, me quedé esperando su respuesta. Pasaron los días, las semanas, y abría mi correo electrónico a cada rato, pero la bandeja seguía vacía. Tal vez ya había madurado y no necesitaba a su amiga perdedora de la secundaria. Y así pasó un largo y pesado mes.

Una carta entre silenciosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora