Capítulo once . Hades

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De pie en el ring dispuesto a darlo todo cruzo su mirada por un milisegundo, es la chica de la moto, esa chica tan desconocida y conocida al mismo tiempo para mí, no estaba preparado para reencontrarla

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De pie en el ring dispuesto a darlo todo cruzo su mirada por un milisegundo, es la chica de la moto, esa chica tan desconocida y conocida al mismo tiempo para mí, no estaba preparado para reencontrarla.

Sé que me reconoció, pero no de donde debería, mis intenciones eran esas mismas que ella bromeaba aquel día, no tan lejano, ¿mis intenciones? Venganza, tenía sed de venganza, hacerla sufrir, incluso hasta matarla si se me daba la oportunidad, pero aún no era el momento.

Hestia Miller, espero que hayas disfrutado de tu vida, pues nunca más volverá a ser la misma después que yo acabe con ella.

Nunca me había parado a analizarla detalladamente, pero esos segundos me fueron más que suficientes, morena, de ojos verdes como esmeraldas, con una trenza a cada lado, lo cual la hacía ver jodidamente mucho más infantil de lo que es. Es jodidamente atractiva y en cualquier otra circunstancia estaría rogándole para que dejara que la hiciera mía, me mira expectante con la cámara fotográfica colgada en su cuello, esperando alguna reacción de mi parte, no la iba a tener, no iba a obtener nada de mí; sin embargo, yo le quitaría todo.

Chocamos los puños, y doy lo mejor de mí mismo, como era de esperar, salgo victorioso.

Una vez salí del ring, me dirigí hacia las afueras del establecimiento con un paquete de cigarros en la mano, dispuesto a fumarme uno para calmar el mal humor que me había provocado verla esta noche. Entonces, sentí unos suaves pasos detrás de mí y supe que había venido a buscarme. Podía sentirla a la perfección, incluso antes de que se parara frente a mí.

Le doy una calada al cigarro, dejando el humo salir por mi boca intencionadamente, haciendo con que le dé directamente en su cara.

—¿Nos hemos visto?—Su voz es exasperantemente ronca, casi es difícil de percibir.

—No, no lo creo.

Digo haciendo mi mejor intento de entablar una conversación, no estaba en mis planes que se  cruzara en mi camino aún, pero supongo que tendré que adaptarme. La veo sacar su cigarrillo electrónico y llevárselo hacia sus carnosos labios, y exhalar suavemente, logro percibir el olor del humo, es saborizado, sabor menta.

Se la percibe tensa y con frío la veo temblar, me quito la chaqueta de cuero que llevo encima y se la ofrezco.

Es una lucha interna constante, se me hace doloroso mirarla, una tortura.

—Tengo fotos tuyas... por si quieres ver. —Debato entre lo prudente y lo no tan prudente.

No resisto más, sacó su cámara fotográfica de su cuello y la estampó en la acera.

—Tómalo por un no —le digo, volviendo a aspirar un poco de humo provocativamente.

—Mira, no sé qué te ha llevado a tratarme de esta manera, pero yo no merezco estas mierdas.

Mientras lo dice, me da un gancho de derecha y se retira.

—Ah, y otra cosa, me quedo con tu chaqueta —añade. Se está alejando, no quiero que se vaya, pero no sé si es por los motivos correctos. Envuelvo mis brazos e intentó quitarle la chaqueta, lo cual me resulta extremadamente complicado.

Estoy tan cerca de ella que logro sentir su respiración agitada; la tengo acorralada entre un auto y mi cuerpo.

—Dame la chaqueta —le ordenó al oído—. Obedéceme y terminemos con esto de una vez por todas. —¿Y si no quiero qué? Empiezo a pensar en lo que podría hacer en caso de que no quiera, y no me gusta la dirección que toman mis pensamientos.

—Te haré sufrir.

Es una promesa; Ella no lo sabe aún. Añado, finalmente, al oído, siento que se tensa aún más, y por nuestra inminente cercanía, puedo percibir su olor a jazmín, es embriagador y está dificultando que mis pensamientos fluyan con la claridad que deben.

—Yo no sufro, no tengo nada que perder —sus palabras me impactan y me dejan sin reacción por una fracción de segundo.

Siento que jadea, como si hubiera estado corriendo, decidió hacer uso del poco buen juicio que me queda y le susurro:

—Quédatela.

Toma su cámara del suelo, que no está del todo destruida, la revisa para asegurarse de que funciona bien, y comienza a caminar en dirección opuesta para irse, sin dignarse. Tan siquiera una mirada.

Pero de repente se da media vuelta agarrándome totalmente desprevenido y me encaja un gancho de derecha fuertísimo que me hace tambalear por la sorpresa, lo hace mientras sonríe y con su voz ronca pronuncia estas palabras:

—Esto es por la cámara— Y cuándo pienso que finalmente está por irse me da con toda fuerza una patada en mis zonas bajas que me deja retorciéndome del dolor.

—Y está, esta es por ser un capullo.—Dice mientras chasquea la lengua, sonriendo, definitivamente sonríe la malnacida.

No se deja pasar por encima, muy bien, me gustan así, con carácter, será un periodo muy entretenido para mí visto lo visto.

Mientras sigo insultando por lo bajo la veo alejarse con una sonrisa triunfal, se dirige a un grupo de chicos que la está esperando a velocidad de la luz, no logro distinguirlos por la falta de luz, pero sé quienes son. Apenas se acerca a ellos, envuelve sus brazos alrededor del cuello de uno de esos chicos y lo besa como si lo necesitara realmente.

Otro de ese grupo los mira irritado mientras se abre paso y se dirige al coche donde todos entran, un Uber. No sé por qué es que eso me cabrea, tendrá noticias mías muy pronto, seré su pesadilla.

Una vez en el pórtico de mi casa, tomé el ordenador e investigué más sobre ese intento de ser humano, si es que se puede considerar así. Con su metro cincuenta, apenas me llegaba hasta el pecho; era una gnoma. Pero irradiaba calidez, sentí esa calidez cuando la envolví con mis brazos, intentando que me devolviera la chaqueta.

Durante mi investigación, que se basó en hackear sus redes sociales y acceder a ellas, incluso siendo estas privadas, "descubrí" que asistía con regularidad a la academia de boxeo Miller y que solía juntarse con los chicos que entrenaban allí, específicamente Kade y Zeus. Además, noté que tenía una adicción a la cafeína.

Logré acceder a las historias en las que estaba etiquetada y vi que alguien llamado Tristan Kent la etiquetó en una foto en la que se veía un atardecer con un corazón blanco. Revolví los ojos; parecía patético. Probablemente, él era el chico al que había besado.

Sabía que volvería por mí, no se dejaría vencer. Pude verlo en sus ojos. Vendría en busca de más, y me encontraría. Quizás yo le facilite el camino, aunque eso no tenía porqué saberlo. Tenía un plan trazado...

Diosa del RingWhere stories live. Discover now