Capítulo 17

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Aron

—¿Qué demonios te pasa? —me grita Steven caminando de un lado a otro de la habitación y pelliscándose el puente de la nariz.

—Baja la voz que no estoy para escándalos.

—No te entiendo por más que trato, hasta hace unos días solo querías follártela para ganar puntos con los Wensley y ahora pareces una palomita enamorada enfrentándote con todo el que se le acerca. Tenías que pelearte justo con Luke sabiendo que ahora te va a hacer la vida imposible. Solo lograste que la fichara como una zorra más con la que quiere revolcarse un rato.

—No te recomiendo que hables así, sigue siendo la amiga de tu novia —me hierve la sangre al imaginar las asquerosos manos de Luke sobre Nan.

—Lo sé, justo por eso quiero que la dejes en paz. Mariana es una buena muchacha, no merece ser tratada así por un patán como tú y mucho menos caer en las garras de Luke.

—Lo que le hice ya pasó, además ya le pedí disculpas. Y no te preocupes no voy a dejar que ese asqueroso se le acerque.

—Claro y crees que te va a perdonar solo con un par de palabras bonitas y que Luke la va a dejar en paz con un par de amenazas tuyas. ¡Entérate de una puta vez que Mariana no es una de esas chicas fáciles a las que estás acostumbrado!

—¡Lo sé idiota! No la conoces mejor que yo. Sé perfectamente como es, la conocí hace años.

—No Aron, acéptalo de una vez, conociste a una niña y Mariana aunque no lo quieras creer es toda una mujer.

—Lárgate de mi habitación, no vas a venir a decirme que puedo hacer y que no.

—Esto no va a acabar bien, es solo un consejo de amigos. Si no lo haces por tí hazlo por ella. Mariana merece lo mejor, sus ojos reflejan que ha pasado por mucho y tú solo le vas a hacer más daño. Tú no sabes querer y ella merece a alguien que la quiera. La estás arrastrando a tu oscuridad, estás tentando al diablo y por tu culpa va a arder en el fuego del infierno.

—Lárgate, estás acabando con mi paciencia y sabes que eso no augura nada bueno.

Se va dejándome solo en la habitación, tiro todo lo que hay encima de mi escritorio al suelo, en menos de un minuto mi habitación es un caos total.

No puede decirme que hacer. No la conoce, no sabe que la adoro. No sabe que a pesar de su abandono hace años siempre la he querido. No sabe que Mariana me sacó de la oscuridad en la que vivía cuando llegó a mi vida, aunque días después fue ella la causante de que me devolviera al infierno del que había salido.

A mis diez años fui escogido entre cien participantes para entrar a un equipo de fútbol, decían que tenía grandes habilidades y podía llegar a ser un gran futbolista si me lo proponía. Entrené día y noche, jugábamos contra equipos muy fuertes y casi siempre ganábamos. Fue la mejor época de mi vida. A los dieciséis jugábamos el mejor partido de nuestras vidas, el más importante de todos. De ese partido dependía nuestro pase de oro a una universidad prestigiosa. Tendríamos una beca gracias al deporte que amábamos más que a nuestras vidas. Nos veían jugar desde las gradas, estábamos nerviosos, necesitábamos causar una buena impresión sí o sí.

Íbamos empatados 3-3, el público estallaba en aplausos, la tensión se sentía en el aire. El bullicio hacía que aumentara la adrenalina. Estaba cerca de la portería, me pasaron el balón, no lo podía creer anotaría y ganaríamos el partido.

Estando a pocos metros de la portería a punto de lanzar la pelota algo impactó fuertemente contra mí dejándome en el suelo con un dolor insoportable en una de mis piernas. No podía levantarme. Los paramédicos no tardaron en llegar, mi entrenador no dejaba de alentarme y decirme que todo iba a estar bien pero yo ya sabía que era el final de mi carrera.

Guerrero silencioso Donde viven las historias. Descúbrelo ahora