Capítulo 43: La vergüenza de amar

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MICHELLE

Priscy se paraliza mientras que Isabella se regocija en la adelantada victoria. El orgullo de la primera la hizo pasar por alto su ineptitud a la hora de ligar. Es un acontecimiento inconcebible, Priscy se la vive burlándose de mí y ella ni siquiera puede abrir la boca delante del rey Saturno. Me pregunto a donde se fue toda la confianza que demuestra todos los días, esa picardía descarada de la cual se jacta.

—Puedes empezar por pedir permiso —sugiero y ella chasquea los dientes.

—Estoy a punto de hacerlo, ¿No ves? —responde de manera tosca.

—No te veo moverte, ¿De verdad te da tanta pena?

—¡Claro que no! —revienta.

Las personas a nuestro alrededor se giran espantadas a vernos. El rey Saturno nota nuestra presencia, su visión se instala en Priscy, el origen del escándalo. El se abre paso hasta quedar frente a frente, sin palabras, sin sonidos, solo sus gestos y mirada de océano verdoso examinando a Priscy. Le ofrece su exclusiva atención, al punto de sentirme una intrusa, una espectadora del intimo encuentro. Mi hermana por su parte, obtiene una pequeña victoria, es capaz de sostenerle la vista al rey Saturno como si de una competencia se tratara. Está de más mencionar que sus mejillas arreboladas y la clara angustia en su semblante es un aspecto que no pasa desapercibido a nadie. Priscy luce al borde de un ataque de pánico.

—¿Necesita algo de mí, diosa Priscy? —cuestiona intrigado.

Priscy da un respingo, impresionada por escucharlo emplear su nombre. En su rostro se notan las intenciones que tiene de responder, pero algo la detiene, algo profundo y complicado llamado miedo. No puedo creer que sienta pena por Priscy. La desgraciada nunca pierde oportunidad para burlarse de las relaciones románticas de los demás, pero cuando es su turno, se vuelve tan atolondrada y despistada que más que aprovechar el momento para vengarte, quieres ayudarla.

—Ella... —Isabella me tapa la boca. La atención recae en nosotras.

—¡Priscy, pregúntale! —le da ánimos, algo que no esperaba de su parte. Me quito de encima a Isabella y le pido una explicación.

—Tienes que dejarla que lo haga ella, sino nunca perderá la timidez —susurra en mi oído. Me sorprende saber que Isabella en el fondo lo hizo para ayudarla.

—¿Qué duda tiene? —él cuestiona serio. Debe creer qué es un asunto grave.

Priscy consigue dejar de temblar, pero no emite palabra alguna, contempla al rey Saturno en un silencio sepulcral. La implacable admiración logra incomodarlo y el desiste de hablar con ella. Da un paso al costado y nos enfrenta a nosotras.

—¿Se trata sobre el asunto que debo discutir con la diosa Delila? De ser así, no tengo problemas en adelantar la reunión —propone de forma responsable. Como todo Rey no puede pensar en otra cosa que no sea su deber.

—No es eso —explica Isabella y fija la mirada en Priscy, quién a espaldas del rey Saturno, intenta serenarse sin resultados.

—Si no es nada urgente. Me retiro —realiza una reverencia y nos da la espalda.

Lucho contra el impulso de aprensar al rey Saturno por el brazo hasta que Priscy se decida a hablar, pero como dice Isabella, si ella misma no lo hace, no tiene sentido.

El rey Saturno camina al lado de Priscy y ella murmura algo, muy bajo, apenas audible. Él lo nota y retrocede para preguntarle por tercera vez qué necesita. En esta ocasión, Priscy mantiene agachado el rostro, repitiendo sin cesar palabras inentendibles. Él frunce el ceño, confundido, se nota que está batallando para comprender. Dobla el torso y acerca la oreja a los labios de Priscy. Ella no se da cuenta hasta que el rey Saturno le roza sin querer la frente con sus mechones marrones. Es allí, cuando ambos se enfrentan cara a cara, conscientes de la cercanía del otro y tan próximos que no entra más nada en su campo de visión.

Viajando entre mundosWhere stories live. Discover now