Helaena.

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—¡Helaena Targaryen! —le escuchó decir, con la voz más ahogada y rota que alguna vez le hubiera oído a un hombre adulto, mientras la puerta de su habitación matrimonial se abría con gran estrépito, para luego ser azotada contra las pobres e indefensas paredes—¿Qué demonios se supone que llevas puesto, car...hermana?

Helaena, que hasta ese momento se encontraba siendo atendida por sus estilistas de mayor confianza, en los primeros toques para su rutina de maquillaje para esa noche, y cuyo precioso rostro estaba ya enmarcado por una suave y brillante cascada de lacio cabello platino, apartó la cabeza del espejo —en el que seguía cada paso para aprobar o rechazar las elecciones de belleza que le aplicaban—, y le miró con curiosidad, mientras él ingresaba en la gran habitación, ya enfundado en su traje a la medida sin corbata, con la cautela propia de un animal acorralado y asustado de su propia sombra, lo que era tan impropio de él que, por un segundo, pensó que, de hecho, aquel no era su hermano, sino un pésimo impostor.

—Un vestido, por supuesto—le respondió ella, tras una pausa llena de confusión, y como si aquella fuera la respuesta más obvia del mundo. Lo cual, de hecho, así era.

—¿Un vestido? — repitió él, empleando un cierto tono estúpido que, la verdad sea dicha, Helaena jamás le había escuchado usar. Ella le vio tragar con dificultad, mientras su único ojo recorría su cuerpo con una buena dosis de lentitud, hambre y descaro, antes de aclararse la garganta para recuperar el dominio sobre sí y decir: —Fuera todos, quiero un momento a solas con la princesa. Ahora.

Como cachorros apelados, y sin siquiera esperar su confirmación, el séquito de estilistas dejó de revolotear a su alrededor y, con una prisa casi caricaturesca, salieron todos de la habitación prácticamente atropellándose los unos a los otros. Ella suspiró, apartándose por completo del espejo, antes de levantarse con cuidado para confrontar a su insolente hermano menor.

—Sí, mi vestido —murmuró tras ponerse de pie, con un tono educado, que contrastaba muy nítidamente con el modo en que puso los ojos en blanco, aunque sabía muy bien que era algo que él odiaba —¿Qué, me veo fea? ¿Me veo pálida? ¿Sientes que no va con mi piel o con el maquillaje?

Él sacudió la cabeza, luciendo un poco mareado ante tantas preguntas en tan poco espacio de tiempo. Ella sonrió ante eso. Eran realmente muy escasas y esporádicas las veces en las que podía verle aturdido, fuera de su odiado e infame carácter desapegado e impersonal, o irremediablemente atraído por ella a niveles tan físicos, y nunca dejaba pasar la oportunidad para recordarle que, de hecho, tenía poder sobre él.

Aunque Helaena sabía desde muy joven que, si bien no era tan impresionante en términos de belleza en comparación con el resto de miembros de su familia, era hermosa; y en esa brillante elección de vestido, lucía ciertamente deslumbrante, pero la forma en la que él la repasaba tan detalladamente con la vista la hacía sentirse poderosa, como una diosa atraída desde el olímpico a la tierra para el colirio de los mortales. Y todo se lo debía al sentido de la moda de sus asesores: La rica tela era de un azul oscuro, idéntica al que poseía el cielo al caer la noche, y estaba cubierta por cientas de resplandecientes lentejuelas que cubrían casi cada centímetro de su piel, e iluminaban su rostro parcialmente desnudo. Era de un material suave, elegante y fluido, que ponía la mira en el discreto esplendor de su cuerpo. También llevaba guantes blancos que le llegan hasta los codos, hechos de tela aterciopelada, y un collar en forma de corazón, que él le había regalado después de follar por primera vez; Helaena, que ya conocía a aquel hombre como a la palma de su mano, podía ver en su único ojo, una muy nítida fantasía; una donde ese collar era lo único sobre su piel, rebotando sobre sus tetas y sobre su corazón, mientras ella le envolvía las caderas con las piernas y le recibía en su interior, para ser follada hasta la saciedad. Podía verla entre cada parpadeo, y no podía negar que le atraía. Y que, quizás, era de hecho, una fantasía meramente suya. podía ver en su único ojo, una muy nítida fantasía; una donde ese collar era lo único sobre su piel, rebotando sobre sus tetas y sobre su corazón, mientras ella le envolvía las caderas con las piernas y le recibía en su interior, para ser follada hasta la saciedad. Podía verla entre cada parpadeo, y no podía negar que le atraía. Y que, quizás, era de hecho, una fantasía meramente suya.

The House Of The Dragon. ‖ One Shorts.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora