La Marca de Atenea.

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Yo debería estar estudiando (tengo tres exámenes mañana) pero aquí estoy, trayendo cap. ¡APRECIENLO!

Y deséenme suerte, plox. La necesitare. 

Disfruten. 

-X-

Hasta que llegaron a las Montañas Rocosas, no sufrieron ningún tipo de ataque.

Y, de pronto, cada día y cada noche que les tomo cruzar las Rocosas fue su propio infierno en la tierra. Las alarmas sonaban constantemente, y detrás del timón, Leo hacía lo posible por mantener el barco en rumbo y esquivar todas las rocas.

-¡Cuidado!-chillo Piper, desde lo alto del trinquete.

Una roca gigantesca voló sobre ellos y el mástil, la vela y Piper cayeron con un ruido sordo sobre la cubierta. Percy corrió a ayudarla y la puso de pie, observando de refilón las Rocosas, y como desde sus escarpadas puntas, unos hombrecillos de al menos seis metros de altura les arrojaban bolas de roca de unas diez toneladas cada una.

-Son los oureas-les había explicado Percy, después de sufrir el primer ataque, tres días atrás-. Los dioses de las montañas. Hijos de Gaia. Naturalmente, eso nos convierte en sus enemigos.

No importaba que tan alto tratase de volar el Argo II, los oureas aun así conseguían dispararle. Y en aquel momento, se escuchaban rugidos por todos los valles de las montañas: una llamada para reunirse y acabar con ellos definitivamente. Percy trato de aparentar más seguridad de la que pretendía, pero le estaba costando.

Leo estaba fuera de sí.

-¡Mi mástil!-gritaba, enloquecido-. ¡Idiotas! Me lo van a pagar.

Leo levantó uno de los controles, confeccionado a partir de un mando de Nintendo Wii, y lo giró. Una trampilla se abrió en la cubierta a escasa distancia y de ella salió un cañón de bronce celestial. A Percy le dio el tiempo justo a taparse los oídos antes de que disparara al cielo una docena de esferas metálicas seguidas de un reguero de fuego verde. A las esferas les salieron pinchos en el aire, como las hélices de un helicóptero, y se alejaron en la niebla dando vueltas.

Un momento más tarde, una serie de explosiones crepitaron a través de las montañas, seguidas del rugido de indignación de los dioses de las montañas.

-Leo-dijo Luke, algo nervioso-. Creo que solo los enojaste más.

Hasta que se alejaron de las montañas, Percy no respiro tranquilo. Ya era de día cuando salieron a las Grandes Llanuras, con amplias colinas y abundantes campos sembrados con cereales, pequeñas granjas y bosques. Era sumamente reconfortante tan hermosa vista, luego de tres días en las Rocosas. Pero, cuando Percy se daba la vuelta, todo su ánimo se desplomaba hasta el suelo.

El Argo II no había sobrevivido a la travesía por las montañas indemne. Las ballestas de popa eran montones de astillas. El trinquete estaba destrozado. La antena parabólica que permitía conectarse a internet a bordo y ver la televisión había volado en pedazos, cosa que había sacado de quicio al entrenador Hedge. El dragón de bronce que hacía de mascarón de proa, Festo, tosía y expulsaba humo como si se hubiera tragado una bola de pelo. Y algunos remos aéreos se habían desalineado o se habían partido del todo, lo que explicaba por qué el barco se escoraba y se sacudía en el aire, y por qué el motor resollaba como un tren de vapor asmático.

-Leo-dijo Percy-. ¿Cuál es el estado de las cosas?

En un instante, Leo desbrozo una lista de materiales que necesitaría y todos los daños sufridos, incluidos muchos que no estaban a la vista. Festo pitaba, y Leo suspiro, aliviado.

Percy Jackson: El Hijo de Hestia II, Los Héroes del Olimpo.Where stories live. Discover now