II

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    El silencio reinaba en el gran despacho del rey, un joven de ojos avellana trataba de asimilar las palabras dichas por el monarca del lugar.

-Se empezará la búsqueda de marido para ti, miles de cortesanos y doncellas están ansiosos por presentarse como candidato para acompañarte en el reinado- exclamó con simpleza, después de todo era algo común dentro de la realeza.

-No, no y simplemente no, no puedo casarme aún; soy completamente capaz de llevar el liderazgo del pueblo yo solo, no necesito a nadie más que a mí mismo-

Soltó fríamente el joven heredero, se negaba a comprometerse a tal edad temprana, mucho menos con alguien desconocido, Sebastián anhelaba poder ser libre, poder viajar por tierras desconocidas y después poder conocer a alguien del cual se enamorará perdidamente, siempre le había gustado escuchar cuentos relatados por su madre donde el amor era algo tan bello e irreal.

Los días pasaban y con ellos un pretendiente tras otro, realmente no había ninguno que le había logrado cautivar a pesar de que le habían llevado regalos costosos, habían presentados sus mejores talentos y hubiera recitado sus mejores poemas ninguno logró acelerar el corazón del joven príncipe Sebastián.

Incluso el mismo se llegaba a sentir confundido acerca del cómo se sentía ¿por qué? Por qué razón no podía simplemente aceptar al candidato más dotado para acompañarlo en la corona.

El soberano del reino lo miraba expectante a que terminara su palabrerío o al menos a su parecer eso era, como si de un niño haciendo un berrinche se tratase.


-Solo quiero lo mejor para ti hijo mio, algun dia ya no podré acompañarte en este camino que llamamos vida; quiero que estes en las mejores manos y puedas sentirte seguro en este mundo tan cruel.-

-Padre te ruego, no me obligues a casarme con alguien con quien no amo, tu no te casaste con mi madre por un arreglo y lo sabes, tu la amabas ¿por que yo no puedo tener eso? no seas egoísta, buscas lo mejor para tu preciado reino pero ¿Qué hay de mi?..-

Miró a su padre con desesperación, tenía miedo de atarse a alguien por obligación de la noche a la mañana.

Su padre exasperado se levantó de su silla caminando a paso lento hacia la puerta sin mirarle, ambos sabían que no era el momento para mencionar a su madre; mucho menos quejarse de comprometerse.

-Lo lamento Sebastian, tendrás que comprometerte; es mi última palabra.

El monarca del reino salió de la habitación dejando a su hijo con el corazón hecho un ovillo.

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