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¿Quién diría que su vida se torcería de una manera tan vil y despiadada, tan infame que le enfermeba el contemplar su reflejo en el espejo?

Ese de ahí, no era él.

Toda dignidad se había desvanecido en cuanto la esposa de su difunto padre decidió firmar un tratado tan cruel con el único objetivo de beneficiar a la familia Sugawara a costa de su libertad.

"Contraeras matrimonio con el heredero de la familia Oikawa"

Siempre supo que no era bienvenido en su propio hogar, que había perdido a toda persona que pudo haberle importado aunque sea un poco. Pero esto... rebasaba toda proporción, era demasiado para alguien que había vivido muy poco, pues aquellos suspiros que dejaba escapar solo evidenciaba lo mucho que le dolía respirar.

Ahora le cambiaban la cadena y el dueño, no sabía nada de su futuro esposo, sólo que había sido el general que llevó al ejército japonés a su más reciente victoria en toda esa guerra que parecía no tener fin.

Quiso derramar una lágrima por la amargura de su destino, pero la contuvo para no arruinar el perfecto maquillaje que escondía su verdadera identidad.  Todo esto era un error ¿que se supone que iba hacer cuando su esposo lo descubriera? Era obvio que en su primera noche juntos se le iba a caer la mentira y aún así...

"Para cuando él se dé cuenta que nuestro querido Koushi es hombre y no mujer será demasiado tarde para deshacer el matrimonio."

Eso dijo su madrastra, tan segura de que el general Oikawa no estaría dispuesto a pasar una humillación como esa que escondería la mentira por toda la eternidad y lo mantendría a su lado como lo que era: su esposa. Sin embargo, el temor seguía apretando su cuerpo por cada minito que pasaba; un hombre de guerra no iba a tolerar un engaño como ese y era probable que buscaría la pena máxima para castigar el pecado de mentir.

Todo estaba muy claro, la familia Oikawa querían un heredero, él no podría dárselo porque era hombre. Pero a nadie le importó y aún así decidieron ponerle precio a su ser.

La puerta se abrió y un miembro de la servidumbre le avisó que la ceremonia ya estaba a punto de comenzar, que era momento de salir para cumplir con lo cometido.

Sugawara cerró los ojos con terror y soltó un suspiro tratando de darle sosiego a su atormentada alma mientras pedía misericordia y le rogaba a los cielos que su futuro esposo no lo decapitara en cuanto se enterara de la verdad.

Sus largos cabellos grises fueron cubiertos por esa tela blanca que jugaba armoniosamente con el kimono uchikake, una prenda tradicional para las novias en Japón y el pequeño tocado de flores fue colocado con suavidad en su lugar.

Cualquiera que lo viera no dudaría de su sexo. Se veía tan hermoso y afeminado que pasarían por desapercibido los pequeños detalles que nadie puede ocultar. Tomó el abanico de flores rojas y lo abrió para cubrir la mitad de su rostro.

Era el momento...

El jardín estaba finamente decorado, tan prolífico y hermoso que se volvería la envidia de las futuras nupcias. Los cotilleos no se hicieron esperar y entre los invitados se escuchaba los rumores sobre el novio y las premoniciones tan funestas para el matrimonio.

"Pobre de la señorita, se casara con un anciano"

"Todas las prometidas del joven Tooru huyeron en cuanto vieron su rostro"

"La familia Oikawa debe estar desesperada por tener un heredero de su único hijo"

"Es un monstruo, un hermitaño. Sólo hara infeliz a la señorita Sugawara"

Koushi negó con la cabeza espantado todos aquellos rumores, no quería escuchar. Pero le era imposible, jamás había visto al general y todo lo que decían empezaba a tener sentido dentro de su confundida cabeza.

Oikawa Tooru era un general importante en el ejército, sin embargo, nadie había visto su rostro porque desde que volvió de la guerra lo había escondido detrás de una máscara de hierro. Muchos decían que se trataba de alguien viejo, que el campo de batalla lo había desfigurado a tal grado que era repulsivo el simple hecho de verlo, que era cruel y que por esa razón se había ganado a pulso el apodo de "El Rey sin corona", que era tan egoísta que no le importó la vida de sus enemigos y sin piedad terminó con cada uno de ellos arrancandoles el corazón a sangre fría.

Cada rumor parecía ser peor que el anterior y todo ese misticismo que se ocultaba detrás de esa máscara no ayudaba en nada. Sugawara pensó que en un día tan importante conocería a el rostro que tanto se había empeñado en esconder, pero no fue de esa forma y en el altar se encontraba un castaño vistiendo un kimono negro con algunas decoraciones en tonos rojizos y dorados mientras la barrera se mantenía imperturbable.

¿A quién estaba uniendo su vida? La respuesta era clara, a un completo desconocido, a un anonimato que esperaba algo de él y que por supuesto no le podía dar.

La ceremonia comenzó y en cuanto sus miradas se cruzaron supieron que habían tantos secretos que no iban a poder mantener.

—Sugawara Koushi... ¿acepta al general imperial Oikawa Tooru como su legítimo esposo hasta que el infortunio los separe? —habló el sacerdote con calma.

Eso era lo que faltaba, aquellos votos inquebrantables que serían más que palabras vacías, era un pacto, una suave acaricia al alma enamorada. Pero él, ellos, no estaban enamorados.

Ni siquiera se conocían.

—Yo, Sugawara Koushi — adelgazo la voz —acepto al general imperial Oikawa Tooru como mi legítimo esposo y protector, hasta que el infortunio nos separe—

Era todo, el trato ya estaba hecho y la promesa de estar a su lado ya se había formulado, ahora solo quedaba que...

—Yo— una voz grave se escuchó salir a través de la máscara llamando la atencion de todos —El general imperial del ejercito japones Oikawa Tooru — hizo una pequeña pausa —Prometo ser tu fiel protector y aceptarte en mi vida como parte de la misma, seré tu esposo hasta que el infortunio nos separe —

Las mejillas del peligris se tiñeron de un fuerte carmín y el temor por ser descubierto creció. Sólo era cuestión de tiempo para que quedarán sólo los dos.

Night flowerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora