Capítulo 7

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Jisoo

El miércoles por la mañana me encuentro en la oficina del Fiscal de  Seúl, participando en la rudimentaria pero emocionante actividad detrás de escena que impide que el sistema judicial se triture con un chillido: la negociación del acuerdo con la fiscalía. Es una cotidiana y diaria responsabilidad, pero la apasionante emoción viene con la negociación. Sé que mi cliente es culpable, y el fiscal también, pero es mi trabajo convencerlos para salir ganando, para que el tiempo y el dinero ahorrado por el contribuyente sea valioso, para que el cargo sea menor y para la reducción de la pena.

Sigo a Son Naeun, una pelirroja pequeña y explosiva Fiscal Federal adjunta, hasta el bullicioso pasillo. —Él se asocia con gente con los mismos intereses, las personas buscan atributos físicos específicos en un socio, no tienen tiempo para investigar a un compañero potencial — explico.

Diplomacia en su máxima expresión. También conocido como un montón de mierda.

—Es un rufián —argumenta Naeun—. El hecho de que sea rico no lo hace menos proxeneta.

—Es un casamentero.

—¡Ja! —argumenta, sin ralentizar el ritmo—. Y lo siguiente que me dirás es que los narcotraficantes son farmacéuticos.

Eso en realidad está muy bien, puede que lo use en el futuro.

—Mira. —Me apoyo contra la pared, lo que obliga a Naeun a dejar mi lado—. No trabaja con chicas menores de edad, no atraviesa las fronteras estatales, no tiene denuncias de abusos. Es un pececillo, Naeun, un pez sin víctimas inofensivas. Tienes tiburones para freír.

—Si tu cliente fuera más inteligente, se habría establecido en Nevada.

—Se declarará culpable por evasión de impuestos —ofrezco—. Pero tú tienes que lograr que se retiren los cargos graves.

—Ah sí, porque los delitos financieros cometidos por el obscenamente rico, son socialmente aceptables. Los delitos sexuales son mal vistos, al menos cuando son atrapados.

A veces, la mejor respuesta es no responder. La esperaré.

Y suspira. —Tienes suerte de que me gustes más que tu cliente, Jisoo. Tomaremos la evasión fiscal. Pero quiero que vaya a la cárcel; no va a salirse con una libertad condicional o un arresto domiciliario.

—Instalación de baja seguridad y tenemos un trato. Extiende la mano y se la agito. —Voy enviar los documentos a la oficina esta semana.

—Eres la mejor, Naeun. Me empuja el hombro juguetonamente.

—Se lo dices a todas las fiscales.

—Sólo a las guapas.

***
Devuelta en mi oficina, abro mi maletín y saco el expediente del proxeneta y el correo de ayer que tomé del buzón cuando salí esta mañana. Me siento, bebo mi café, y lo reviso. Basura, basura, proyecto de ley, basura... un sobre me llama la atención.

Cinco por siete, blanco, dirigido a mí con caligrafía manuscrita... La dirección del remitente es la de los padres de Nayeon.

Lo abro y saco la tarjeta plana de marfil. Y es como si una bomba nuclear me explotara en la cabeza.

Mi cerebro debe haberse convertido en cenizas, volviéndome analfabeta, porque apenas puedo descifrar las palabras.

Nos honraría con su presencia...

Im Na-yeon...

Hirai Momo...

Junio...

—¿Qué demonios?

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