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Era la cuarta vez que Tom entraba a la cocina, ya no sabía si tenía hambre, sed o simple hastío. Había entrado decidido a prepararse algo de comer, la sirvienta se había ido hacía un rato y no había dejado nada para comer. Se supone que le pagaba para dejar hecha la cena. Oficialmente estaba enojado. Prendió su también, cuarto cigarro, utilizando toda su fuerza de voluntad para no hacer berrinche, mandar todo al carajo y pedir comida a domicilio. Vamos, era capaz de preparar una simple cena para uno. Era todo lo que quería, comer mientras veía algún programa en la televisión, adelantar un poco de trabajo para la mañana siguiente y después irse a dormir. No era tan difícil.

Sin embargo desde hacía tres días, todo resultaba ser difícil. Su humor, sus hábitos alimenticios, sus hábitos en general, incluyendo el sexo, todo se había visto ofuscado por un solo pensamiento en su mente. Todo lo tenía irritado.

En el exterior de su mente, Tom deseaba que la decisión de Bill fuera la que mejor resultaría para ambos; es decir, no volverse a ver y superarse mutuamente como se suponía lo habían hecho cinco años atrás. Por otra parte, deseaba que engañara a su novio solo por una noche, dejaran todas las estupideces de lado y se acostaran de una buena vez, para superarse como se supone lo habían hecho cinco atrás. Sin embargo muy dentro de su ser, moría porque Bill sucumbiera a la tentación, mandara todo al carajo y se entregara de lleno a él, hermosas ideas las que tenía en mente, magníficos planes para aquel pelinegro que invadía de forma continua su cabeza y su cuerpo. Mil y un formas de poseerlo, como debió haber sido esos cinco años atrás.

Podía sentir la excitación recorrer su miembro solo con pensar aquello. Puta madre. Ahora tenía que descargarse. ¿Cuánto había pasado desde que se había auto complacido? Demasiado. Ahora estaba aun mas irritado.

Salió de la cocina por cuarta vez, tomando su celular y marcando el numero con mas fuerza de la necesaria.

La voz de la alegre señorita que atendía la línea del servicio a domicilio le llenó los oídos de mas fastidio. Con casi ganas de colgar, pidió lo que quería comer.
Se sobaba la entrepierna por sobre la ropa, mientras pedía la comida y caminaba hacia la sala, queriendo encontrar cierto alivio en su acción.

-Perfecto, ¿me puede dar su dirección?- dijo la voz del otro lado de la línea

El timbre sonó y sin contestarle a la señorita aun, abrió la puerta. Colgó el teléfono al instante en que vio a quien se encontraba cruzando el umbral. Bill Trumper.

-X-

Se hizo a un lado y el otro pasó sin decir nada, sin siquiera saludarse. Ninguno de los dos entendía la situación, ¿qué debían de hacer? ¿Cuáles eran los pasos a seguir? Incluso Tom se preguntó si debía ofrecerle café. ¿Café? ¿Qué carajo tenía en la mente? Antes siquiera de que Bill se sentara, Tom lo tomó con fuerza de la muñeca y lo arrastró por el pasillo. Abrió con fuerza la puerta de su habitación y sin delicadeza aventó al pelinegro hacia la cama.

El otro sonreía, mientras Tom se quitaba la playera -Deberías hacer lo mismo-

Bill se quitó la playera en ese instante, pero cuando desabrochó el pantalón, Tom se le fue encima, besándolo como si la vida se le fuera en ello;
necesitaba saciar esa necesidad de una maldita vez.
Tenía que satisfacerse, no importaba cuanto tiempo tuvieran, lo necesitaba y lo necesitaba. Sin separarse del beso le quitó el pantalón al pelinegro, seguido de inmediato por el bóxer. Sin decir una palabra colocó dos dedos en la boca del menor, metiéndolos aun si todavía no le otorgaban el permiso.

-¿Cuántas veces has sido el pasivo?- preguntó mientras llevaba los dedos a la entrada del mas joven

-Ninguna-

DELIRIUMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora