I. Monotonía

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La sala de audiencias se presentaba como un escenario de grandiosidad y solemnidad, sus altos techos abovedados y sus columnas de mármol transmitían una sensación de imponencia. Los murmullos de las conversaciones y el suave crujir de las telas de los nobles llenaban el ambiente, creando una atmósfera cargada de expectativas y sutil tensión.

El joven príncipe avanzaba con paso decidido por los amplios y majestuosos pasillos del castillo. El sonido resonante de sus zapatos se unía al eco que llenaba el aire, acompañado por el marqués Oñoro, su leal consejero real. Juntos se dirigían hacia la sala de audiencias, donde cada lunes se llevaban a cabo las reuniones con los súbditos y donde, sin duda, su padre, el rey Carlos I, ya los esperaba.

Al llegar a la entrada de la sala, las puertas se abrieron majestuosamente. El joven príncipe era consciente del papel que desempeñaba en aquel escenario, como heredero al trono y las miradas reverentes y las reverencias protocolares confirmaban su posición, aunque él sabía que tras aquellas muestras de respeto se escondían las ambiciones y las intrigas de la nobleza.

Ocultó su desdén tras una máscara de cortesía. Sus ojos recorrieron la estancia, encontrando miradas falsas y adulaciones veladas.

"Hipócritas", musitó en su mente, pero su expresión se mantuvo imperturbable, esbozando una sonrisa medida mientras respondía a los saludos con un gesto de la cabeza.

El aire estaba cargado de expectación y protocolo. El príncipe se preparaba para adentrarse en la vorágine de peticiones y demandas de los nobles, quienes buscaban el favor y atención de su padre. Sabía que, a pesar de la monotonía y la superficialidad de muchas de estas solicitudes, era su deber escuchar y responder con diplomacia.

Con paso decidido, Carlos se acercó al estrado donde su padre, el rey Carlos I, se encontraba sentado en su trono dorado, símbolo de autoridad y soberanía. La figura imponente del monarca irradiaba autoridad, mientras los nobles presentes se levantaban respetuosamente para exponer sus deseos y necesidades.

Los nobles, uno tras otro, lanzaban al aire sus súplicas, ansiosos por captar la atención y el favor del rey. Este, con su mirada perspicaz y su sabiduría acumulada, escuchaba atentamente, brindando respuestas medidas y adecuadas a cada petición. Sin embargo, en la mente del príncipe Carlos, afloraban pensamientos de tedio y hastío.

Mientras las palabras de los nobles se desvanecían en el eco de la sala, Carlos luchaba por mantener su interés en las banalidades y vanidades de aquellos que se inclinaban ante el trono. Sus pensamientos se desviaban hacia terrenos más profundos y trascendentes, donde la superficialidad de las solicitudes parecía desvanecerse en la neblina del olvido.

El rey, atento a los gestos de su hijo, captó el ligero aburrimiento que se asomaba en su rostro. Su mirada penetrante descubrió el entretenimiento distraído del príncipe, quien jugueteaba con el botón dorado de su chaqueta, sumido en su propio mundo interior.

—Carlos, por favor, mantén la compostura. Recuerda que todas estas peticiones son de gran importancia para nuestro reino. Tú pronto serás su monarca y debes aprender a valorar cada una de ellas — se inclinó hacia él y le susurró con suavidad.

—Sí, padre, entiendo plenamente mi responsabilidad —Enderezó su postura en el cómodo asiento, que, aunque un poco más bajo que el trono en el que se sentaba su padre, aún reflejaba su estatus como heredero al trono de Wendelcumb.

En ese instante, un hombre de edad avanzada, cuya apariencia resaltaba por su cabello blanquecino y los ojos centelleantes, teñidos con un matiz dorado, se adelantó con una reverencia respetuosa hacia el monarca Carlos I.

—Su alteza —pronunció el hombre con una voz serena pero cargada de inquietud—. Imploramos la adquisición de fondos para el mantenimiento del puente Gardalia. Con premura se acerca el arribo de las estaciones de lluvias, y su estructura se encuentra ostensiblemente debilitada. Si no actuamos con prontitud, existe el inminente peligro de su colapso, lo cual conllevaría a un aislamiento completo de la isla Elysia. Le ruego, majestad, que reflexione sobre las catastróficas consecuencias que ello acarrearía para mi ciudad. La obtención de víveres y bienes básicos quedaría comprometida, y el desastre sería inevitable.

Crown of Roses | CarlandoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora