Alanna

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Los secretos que guardaba su cuerpo pesaban.

Un zumbido ensordecedor y una puntada en la cabeza fue lo primero que sintió Carolina antes de abrir los ojos. Intentó tocarse la zona herida pero algo frío atajó su mano al moverla. Intentó mirar su muñeca pegada a la espalda y se encontró con unas esposas de metal rodeándolas. Escaneó a su al rededor descubriendo que estaba encerrada en una habitación oscura.

La luz entraba por una pequeña ventanilla de treinta centímetros. Aclaró la vista, vio un cuerpo sentado y desvanecido a pocos metros de ella. Era Joel, reconocería esa camisa de jean dónde fuera.

— Joel — Lo llamó — ¡Joel, despierta!

El hombre inmovilizado no omitió respuesta, aún seguía desmayado. Luego de varios minutos de espera en silencio finalmente comenzó a removerse en su lugar, aún cabizbajo. Pocas veces había recibido un golpe tan fuerte hasta dejarlo inconsciente, lo frustraba saber que ya no estaba pudiendo resistir como antes. El pitido en su oído derecho se hizo aún más fuerte generando una gran molestia y dolor.

—¿Carolina? — Su voz era débil.

—Aquí estoy, idiota.

Joel levantó la cabeza hacia la voz frente a él. La mujer estaba atada a una silla, las manos esposadas hacia atrás y un chorro de sangre bajaba desde su frente llegando casi a la mejilla. Su rostro estaba veteado con tierra y su cabello alborotado. Aún así le regaló una pequeña sonrisa aplastada al verlo a los ojos.

Él también estaba atado, pero en el suelo. Sus manos amarradas a un caño ancho de metal y sus pies atados con cuerdas. Unos pocos metros lo separaban del amor de su vida. Miró por la pequeña ventana, ya había amanecido.

— ¿Dónde estamos? —Preguntó.

— No lo sé, después del museo no recuerdo nada, simplemente desperté aquí — Bufó — ¿Dónde está Martin? ¿Tommy?

— Tu marido salió antes de que nos golpeen.

A lo lejos unas botas sonaron contra el concreto, anticipando la llegada de alguien. La puerta se abrió de golpe y por ella pasaron dos personas. Una mujer de no más de 1,70 y un hombre con cabeza lampiña. Ambos vestían ropa táctica y llevaban grandes armas. Detrás de ellos entraron...

— Oliver — Murmuraron los rehenes al unísono.

El hombre vestía indumentaria completamente oscura y llevaba un tapado largo color negro. Levantó la barbilla analizando la situación de sus rehenes. Cuando centró sus ojos en el hombre tirado en el suelo, sonriendo de lado.

— ¿Miller? Jodida-rata-inmunda — Habló fascinado — Tenías razón.

Remarcó a la mujer que esperaba en la puerta, hace unas horas no le había creído que aquel hombre estaba allí.

— Este viejo anda por aquí, y con su putita de nuevo — Finalmente centró sus ojos en Carolina.

— Pedazo de mierda, mejor que cierres esa boca — Joel gruñó.

— Ch, ch, ch. Cuida tus palabras, Miller — Oliver chistó negando con el dedo índice — No querrás que tu pequeña salga lastimada.

Se acercó a la mujer atada a la silla tomando los lados de su mandíbula con las yemas de los dedos. Ella retiró el rostro con brusquedad, regalándole una mirada llena de odio.

—Espero que hayas encontrado un poco de paz mental — Expresó francamente ante el gesto.

Se puso de pie rebotando lentamente la mirada entre ambos, una expresión maliciosa nacía de su rostro. Finalmente frenó en Joel. Le indicó a su guardia que tape la boca de la más joven y ella obedeció. Carolina entendió lo que iba a suceder, las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. Él le contaría la verdad a Joel, una verdad que ella debería haberle confesado hace mucho tiempo.

• Winter Bird • [ Joel Miller ]Where stories live. Discover now