2. Té de manzanilla y manipulación

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Estaba oscuro.

Las estrellas parpadeaban, guiñándole desde el cielo a los pobres seres que caminaban sobre la tierra. Me estaba moviendo o alguien más se estaba moviendo. Veía el mundo a través de sus ojos.

Si bien se oían susurros del viento y voces de desconocidos, todo lo que podía ver era la carpa de gran tamaño que se agitaba con la brisa. Las ramas y las hojas secas crujían, sin embargo, no les presté atención. Una luz flamante como el fuego se hizo más intensa al mismo tiempo que me acercaba con rapidez, desesperación, y enojo. No era mi enojo. Aun así, la emoción era fría y amortiguada, como si estuviera encerrada en una jaula y nunca hubiera sido explorada de verdad. Entré, corriendo la tela negra y gruesa, y me acogió un entorno penumbroso.

Todo quedó atrás con cada paso metódico y bien calculado que di. Pasé de largo la decoración, los muebles, los planos, y lo demás para dirigirme hacia una mesa pequeña y cuadrada sobre la que descansaba una jofaina junto con un aguamanil de cerámica y una toalla del mismo color que la carpa. Deposité la pistola sobre la toalla, me quité los guantes de piel de los que caían gotas de sangre, y procedí a lavarme las manos a pesar de que lucían perfectamente limpias. Tampoco eran mis manos. Eran más grandes y temblaban. El miedo a perder algo, no, a alguien deshabilitó cualquier protección que puso alrededor de su mente.

El sonido de un jadeo ahogado impactó contra mis oídos. Transmitía saturación, cansancio, y algo tan poderoso que resultaba imposible de clasificar. La sensación me asfixió, me empujó, y me atrajo. Las mismas manos de antes se elevaron, poniéndose a la altura del rostro. No se toparon con piel, sino con algo más duro e impenetrable: una máscara.

Caminé sobre el césped con lentitud, el verde era lo único que aportaba un poco de vida a ese lugar tan apagado. Lo vislumbré debido a que agaché la cabeza para deshacerme de aquello que ocultaba mi identidad, su identidad. Había un espejo de cuerpo completo a menos de un metro de distancia. Solamente se veía parte del atuendo de un tono ónix. Fui subiendo, fue subiendo de a poco y la máscara se fue alejando para destapar el rostro que escondía y mostrar quién se ocultaba detrás de ella.

Justo cuando pude admirar al individuo entero en el espejo y la verdad estaba a punto de ser revelada, los ojos se toparon con su reflejo. Lucían como agujeros negros capaces de atraerte para no dejarte ir jamás. Contemplaron su viva imagen, estudiándola, sorprendiéndose, y maravillándose con lo que hallaron. De repente me di cuenta de algo. No estaba mirando su reflejo, me estaba mirando a mí. Lo podía sentir porque yo era la que se encontraba en su cabeza del mismo modo en que esa persona se alojaba en la mía. Era una especie de conexión.

Tuve que despertar súbitamente de aquella pesadilla tan vívida.

Mi corazón era un desastre de miedo y emoción. Mi pecho subía y bajaba. Mis músculos estaban un poco entumecidos. Por suerte no sudé. No lo corroboré con un vistazo, aun así, sabía que mi pelo era un desastre distribuido por la almohada y la cama alardeaba de ser un ejemplo claro del caos al tener libros desperdigados por todos lados, mezclados con las sábanas ásperas que me hacían extrañar la seda.

Aquello no me asustó. Lo que realmente me dio miedo era darme cuenta de que todavía descansaba entre las sombras y mi propia mano apretaba el collar que colgaba de mi cuello como si fuera a salvarme de ellas.

Ni siquiera entendía el significado de la pesadilla. No había sido como las otras que me acosaban como terrores nocturnos. Recordaba lo que pasó. No me agradó en absoluto, pero me hizo sentir más tranquila. Recordar era mejor que olvidar; me concedía poder. Recuperé un poco del control que perdí.

Descansé unos instantes, limitándome a vivir bajo el yugo de mi mente. Prácticamente fui exiliada. Me encontraba lejos de mi casa, mi familia, y mi antiguo objetivo. Incluso si volvía, las cosas ya no serían las mismas. Me arrebataron esas tres cosas al revelar las mentiras y los engaños.

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