Prólogo

300 31 10
                                    


Daniela siempre fué rara, una freak. Sus compañeros de clase a menudo la molestaban por su extraña personalidad.

Una chica solitaria con un pésimo sentido de la moda: unos jeans grises, holgados y descosidos, unos zapatos negros y una sudadera color carmesí que nunca se quitaba de encima. Acompañado de un cubrebocas o cualquier cosa que cubriera su rostro.

Estúpido. Daniela era una chica hermosa, las pocas veces que se dejaba ver, miles de miradas se posaban sobre ella.

Una cicatriz en la parte izquierda de su labio inferior, unas cejas curveadas, unos ojos miel, de mirada sombria, intimidante pero a su vez hermosa, con unas facciones lindas, como unos labios rojos o una respingada nariz la hacían ver divina.

Su pelo castaño ligeramente rubio que contrastaba, y algunos mechones cruzándose por su rostro le agregaban un plus.

Daniela se encontraba sumergida en su mente más de lo que a ella le gustaría admitir.

No dormía, las bolsas bajo sus ojos lo denotaban. Pero la mayor parte del tiempo se encontraba soñando despierta.

En la cafetería de su universidad, en una mesa solitaria y un plato de comida que apenas había tocado, cruzada de brazos observando a la nada.

Una chica callada, que no daba muchos problemas, nadie sabía que había en su mente, era imposible tratar de comprenderla, tenía ideas alocadas, pero era desagradable si te acercabas.

A pesar de todas esas cosas que le jugaban en contra o tal vez un rasgo psicópata enmascarado en la introversión e incapacidad de sentir empatía por los demás, aquella chica tenía un defecto más grande que cualquier otro.

Aquella chica a pesar de ser
casi incapaz de empatizar algo por los demás, extrañamente sentía algo enfermizo por ella.

Algo provocaba cada que sus miradas
chocaban, y aunque ella no supiese, le
molestaba demasiado que hiciera una
mueca de asco cada que la veía.
Pero al contrario, a ella le provocaba un sentimiento asquerosamente lindo.

Su estómago se retorcía cada que la veía y unos celos estúpidamente fuertes invadían cada vena de su cuerpo que la hacía apretar con fuerza su mandíbula, pasando sus dedos sobre su cicatriz. De algún modo sentía que esa chica debía ser suya, y de nadie más.

Y no se sentía celosa de la gente, no había muchas inseguridades que su egocentrismo le permitiera tener. Nadie competía contra ella,

En nada.

Murder SceneWhere stories live. Discover now