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llevabas una vida normal, como cualquier otra jovencita de tu edad. Relativamente normal, ni muchos ni pocos amigos, ni buenas ni malas calificaciones.

Tú vida se balanceaba entre el bien y el mal.

Que supieras, no tenías ningún pretendiente, parecidas ser demasiado aburrida para la extrovertida gente que siempre te rodeaba, y a veces no había nada interesante que contar, eras una persona tranquila.

Siempre, aunque no te percataras de ello, repetías una rutina, un ciclo que parecía jamás romperse.

Y esa tarde, caminabas de regreso a casa luego de salir de tu trabajo. Tus hombros dolían y tú torso era casi estático. Habías dado lo mejor de tí, como siempre te lo proponías, y hoy, realmente necesitabas un descanso urgente.

La música era un respiro a tus problemas, te hacía evadir la realidad la mayoría del tiempo, así que decidiste poner algo de música en tus auriculares para acompañar la soledad del camino.

Era amplio, no era tan angosto a pesar de ser un callejón. Pues era el atajo que siempre tomabas para evitar el otro largo camino.

Tenía de hecho, una pequeña banca de piedra, algo desgastada,eso sí. Perteneciente a un viejo establecimiento que hace años cerró. Cuando la vida parecía ser más fácil, pero después de tantos años, ahora te das cuenta que las cosas habían cambiado.

Cuando se trataba de la música que realmente te gustaba, se podía escuchar incluso si no los traías puestos. Pero, hubo un ruido que no era perteneciente a la canción, un ruido más brusco.

Por un momento tú mente recordó que te encontrabas sobre un callejón, sola, de regreso a casa, seguido de calles igual de desoladas a la intemperie friolenta, por ahí de las 8:30 PM.

Sentiste una pequeña electricidad recorrer tu columna vertebral, tus manos entumecidas, apenas podías reconocer si era el frío o aquella rara reacción involuntaria.

Apretaste los puños tan fuerte y como pudiste, agarraste el valor que no tenías, te volteaste desconcertada hacia donde habías escuchado los ruidos, que eran similares a jadeos, o quizá estabas imaginandolo.

No. Nadie, ni nada.

Te diste la vuelta, el ardor en todo tu cuerpo que apenas estaba yéndose, volvió a apoderarse de tí cuando te diste la vuelta y alguien estaba justo detrás. Cuando apenas ibas a reaccionar, la persona te devolvió a espaldas, puso su brazo en tu cuello y un trapo entre tu rostro, seguramente con alguna droga.

Tus auriculares cayeron secamente al piso, gritaste, tratando de enfrentar la situación, y a la persona; golpeando sus brazos, pero era bastante fuerte, parecía estar tranquilo y apenas se esforzaba.

Notaste su serenidad, y pisaste con fuerza uno de sus pies, para tu suerte, aflojó notablemente su agarre y pudiste soltarte, trataste de correr pero tú cuerpo dolía, incluso más de lo que recordabas.

Un paso fué suficiente para caer con fuerza sobre tus rodillas, causando aún más dolor y aquel estruendo eléctrico sobre todo tu cuerpo.

Trataste de levantarte de nuevo pero era imposible. No podías mantener el equilibrio y la respiración comenzaba a fallarte.

Estabas débil, tus brazos no podían sostener el peso de tu cuerpo, como si te hubieran inyectado anestesia por todos lados. Todo el cuerpo estaba adolorido y apenas podías reconocer a la persona.

Tus brazos temblaron y caíste, golpeándote la cabeza con la esquina de aquello banca de piedra. Jurabas escuchar los fuertes latidos de tu corazón. Tú conciencia se apagó unos segundos, entonces volviste a escuchar ese ruido familiar, sentiste como si alguien te tomaba de la cabeza y como sus dedos comenzaban a teñirse de rojo.

Murder SceneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora