Niebla

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XVIII
Niebla

Childe apoyó la espalda en el tronco del árbol más cercano a sí mismo, analizando el terreno. Como siempre hacía, memorizó cada brizna de hierba que veía, prestando atención a todo detalle con el que se encontraba y simulando mil estrategias de batalla que se adaptaran a diversas situaciones según dónde pisara.

Sus ojos se detuvieron en la alta mujer que le acompañaba, y frunció el ceño, molesto. Entendía la necesidad de mantener el perfil bajo, sobre todo tan temprano en su plan. Tenían que aprovechar la ignorancia de sus enemigos en torno a la situación, y el que ellos mismos aún ocultaran al público todo lo que estaba pasando. Sin embargo, ello no implicaba que le gustara. Su cuerpo rogaba por una pelea que valiera la pena, y era más que consciente de las habilidades del Maestro Diluc y el Capitán Kaeya. Hacía tiempo que no sentía la adrenalina de batirse en duelo con alguien que fuera un desafío para él, y extrañaba la sensación de la sangre sobre su piel.

—Qué aburrido—comentó, sin poder evitarlo.

Signora se giró, mirándolo com desaprobación. Entendía que el joven quisiera resultados rápidos y fáciles, sobre todo conociendo cómo era el hombre. Sin embargo, ella, quien llevaba casi 500 años viva, estaba acostumbrada a esperar. En su opinión, la paciencia era una virtud esencial; una virtud que a ella le sobraba. La Octava de los Once se miró las uñas, suspirando.

—La muchacha debería llegar a la posada de Wangshu en tres días. Ya tenemos todo planeado, así que compórtate. Solo puedes intervenir en caso de que salga todo mal.

Childe gruñó a modo de respuesta, metiéndose las manos en los bolsillos. Secretamente, esperaba que se fuera el famoso plan al carajo. Su arco, en el suelo junto a él, necesitaba acción urgentemente.

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El carruaje se detuvo, y, junto a este, la conversación que alegremente llevabas con Audrey. Habían pasado cuatro días,—uno más de lo planeado, debido a un encontrón con Hilichurls que Kaeya resolvió rápidamente—, y por fin llegaron a la posada sin mayores incidentes.

Miraste por la ventana, fascinada. Era tu primera vez en el lugar. El edificio se alzaba majestuoso sobre un alto rocoso en el terreno, construido de tal modo que no interrumpía el crecimiento del árbol cuyas raíces abrazaban las piedras bajo la posada. Las hojas, amarillentas por el otoño, caían suavemente arrastradas por el viento. Era un lugar imponente y elegante; armónico y caótico a la vez.

—Genial, ¿eh?—Audrey parecía tan ensimismada como tú—. Me pregunto por qué lo habrán puesto ahí, tan alejado del suelo.

—Es una posición estretégica—contestó Emil, cerrando el libro que estaba leyendo con un movimiento colmado de gracia—. Sirve tanto para defenderlo con mayor facilidad de posibles ataques, como para otorgar visibilidad de todo el terreno circundante.

—Ohhhh—respondió la pecosa, sorprendida por la súbita intervención del sanador.

Te reíste suavemente por la interacción, a la vez que la puerta del carruaje se abría junto a ti. Tras ella, Kaeya te saludó alegremente, ofreciéndote su mano para ayudarte a bajar. Aceptaste con gusto, pues tu transporte era bastante alto, y saliste con cuidado del mismo. Kaeya intentó ignorar lo mucho que le agradaba tu contacto, sin éxito.

—¿Qué tal el viaje?—preguntó él casualmente.

—¿Honestamente? Me duele todo—dijiste, con un tono lo suficientemente animado para que no se tomara como una queja.

Enredaderas [ Tú x Diluc / Tú x Kaeya ]Where stories live. Discover now