Capítulo 2

137 21 4
                                    

Ágata despertó quince minutos más temprano de lo habitual, se froto los ojos para asustar el sueño, se puso de pie se quitó el pijama y se vistió con lo adecuado para salir de compras. Pero antes de irse, aprovecharía para poner la lavadora y lavar su ropa. En lo que la primera ronda salía, fue a la cocina a prepararse el café. Sus inquilinas aún continuaban durmiendo y decidió no molestarlas por el momento, ya las dejaría para ver a qué hora abrían los ojos por sí mismas. A las siete y media de la mañana, Ágata ya tenía su ropa tendida en la parte trasera de su casa, cuando entro, se encontró en la cocina a Carla y a Bianca, que ya se hallaban preparando café.
―Buenos días ― saludaron a Ágata en cuanto la vieron aparecer.
―Buenos días ¿Durmieron bien?
―Sí, muchas gracias ― respondieron las dos mientras sus mejillas se sonrojaban.
Anoche, por primera vez, Carla y Bianca habían hecho el amor sin miedo a que las oyeran o las descubrieran. Esta vez se amaron sin prisas, con calma, completamente desnudas y sin ninguna sábana sobre sus cuerpos desnudos. Se vieron bajo la tenue luz proveniente de la lamparita que había en la mesita de noche y en sus miradas no había más que adoración. Por eso el solo hecho de pensar en separarse, les provocaba un dolor tan intenso el imaginarse lejos la una de la otra.
―Me alegro ― dijo Ágata con una sonrisa maternal en los labios.
Cuando Ágata se quedó sola tras el abandono de Dalila, tuvo el deseo de ser madre soltera, pero desgraciadamente su economía nunca fue buena y además pasaba todo el día en una tienda. Nunca hubiera podido ser una madre de tiempo completo y con lo que ganaba, no tenía muchas probabilidades de darle a su hijo un futuro mejor, sería traer a una criatura a padecer hambre, así que se guardó sus ganas para cuando reencarnara en otra vida en mejores condiciones.
―Pensábamos que ya se había ido ― manifestó Bianca tomando dos tazas.
―No, estaba acabando de tender mi ropa.
― ¿Ya lavo? ― pregunto Carla impresionada.
―Sí, me he despertado un poco más temprano y aproveche para hacerlo, sino no me daría tiempo el día de hoy. Cuando uno se hace mayor el tiempo pasa muy rápido.
Una vez terminarse el Café y lavar las tazas, Carla y Bianca subieron para ponerse zapatos y acompañar a Ágata de compras. Cuando salieron al porche de la casa, las jóvenes imaginaron por un momento que la mujer mayor conduciría un auto, pero no fue así, lo que hicieron fue caminar y caminar por las calles bajo el sol de la mañana. Carla y Bianca se asombraron de ver que a pesar de su edad, Ágata se encontraba en buenas condiciones físicas, ya que ellas se encontraban algo sofocadas y cansadas de tanto caminar.
― ¿A dónde vamos? ― le pregunto Carla.
―Primero iremos a ver a la conocida de la que les hable anoche para que a una de las dos le de trabajo, de allí iremos a comprar la despensa para la semana y por ultimo compraremos la pintura de la casa y tomaremos un taxi para regresar.
Ágata se había olvidado de que tenía compañía, años de estar sola, sin compañía la llevaban a no tener la necesidad de explicar lo que hacía o hacia donde iba. Sus pensamientos eran los únicos que giraban en su mente y nada más. Hasta ese momento en que habían llegado a su vida dos jóvenes que necesitaban de alguna manera su ayuda.
Carla y Bianca la siguieron en silencio mientras jadeaban detrás de la mujer de cincuenta y tantos años de edad que se movía como si fuera veinte años más joven. Se detuvo delante de una puerta de metal de color rojo y toco con los nudillos, a lo lejos se escuchó una voz que anunciaba que ya iba, minutos después la puerta de abrió, dando paso a una mujer de baja estatura, rechoncha y cara redonda.
―Hola, Lola. Buenos días ― saludo Ágata a la mujer ―, perdón por molestarte a esta hora de la mañana.
―No te preocupes.
― ¿Ya conseguiste una nueva chica para que te ayude?
―No, lo peor de todo es que la otra que me quedaba para ayudarme, se le ocurrió irse también con el novio. Ahora necesito dos.
―Bueno, pues ellas necesitan trabajo ― dijo Ágata señalando a Carla y a Bianca que se hallaban detrás de ella como cachorritos.
― ¿De dónde sacaste a estas jovencitas? ― le pregunto Lola sabiendo que Ágata no tenía más familia que ella misma.
Lola a veces sentía pena por ella, Ágata siempre iba sola, ya fuese a una pequeña reunión de conocidos o al doctor. Cuando se enfermaba nadie veía por ella, era un alma en pena y aunque muchas veces intentaron buscarle pareja, ella nunca pareció interesada en nadie. Fue entonces que Lola comenzó a creer de aquellos rumores que se decía de ella y de su relación que tuvo con una mujer cuando era joven, pero que desde que aquella la abandonara, jamás volvió a buscar pareja.
―Son hijas de unas conocidas mías, son nuevas aquí en la ciudad. Se están quedando conmigo y me han pedido que les ayude.
Ágata sabía que, si decían que eran hija de unas conocidas, Lola no se negaría a darles trabajo. Pero Lola sabía que Ágata no tenía conocidos fuera de la ciudad, que su círculo de amistades era pequeño, demasiado reducido para que tuviera amistades con hijos, ya que la mayoría de las personas con las que Ágata platicaba no tenían hijos de la edad de las dos jóvenes.
Lola miro a las dos chicas, no parecían estar hechas para el trabajo, pero al no tener a nadie, era mejor tenerlas a ellas que a nada, por lo menos podrían limpiar mesas, lavar platos y tomar las ordenes de los clientes, aunque no supieran nada de una cocina.
―Está bien, las espero mañana a las ocho de la mañana ― les comunico Lola.
―Muchas gracias ― corearon Carla y Bianca con una enorme sonrisa.
―Muchas gracias, Lola.
―No me den las gracias aun, hasta que tus amigas hayan superado la prueba.
―De acuerdo, Lola. Pero estoy segura de que ellas la superaran.
―Eso espero.
Ágata se despidió de Lola y emprendieron de nuevo el camino. Carla y Bianca estaban felices de poder trabajar juntas, pero a la vez tenían miedo de no ser buenas en lo que sea que Lola les pusiera a hacer el día de mañana.
Entraron al súper y Ágata tomo una canasta para echar sus compras, Carla y Bianca la seguían como dos cachorritos perdidos, pero se estaban divirtiendo. A pesar de que Ágata era una persona mayor que ellas, parecía llevarse la vida de manera ligera, les gustaba su aire desenfadado y también que no fuera preguntona como la mayoría de las personas de su edad.
Carla y Bianca aprovecharon para comprar toallas femeninas, pues estaban a unos días de que la regla les llegara a las dos a la vez. La primera vez que les ocurrió aquello, tenían un genio de los mil demonios, un día pelearon por todo, hasta de la mosca que les paso zumbando y al otro ya estaban llorando pidiéndose perdón, declarando la razón del descontrol de sus emociones.
Ágata, al verlas comprar juntas, se recordó a si misma hace mucho tiempo atras con Dalila a su lado o tomadas de las manos. Sin embargo, después de un tiempo, dejaron de hacerlo porque a Dalila le daba pena que se le quedaran mirando, ya que la manera en la que se dirigían la una a la otra, dejaba en claro lo que eran, provocando en aquellos más atrevidos que las llamaran enfermas o degeneradas. Entonces, sus paseos dejaron de tener aquella emoción e ilusión de cogerse de la mano, para llenarse de miedo y de inseguridades de lo que dijera y pensara la gente de ellas.
Como les dijo, regresaron a casa en taxi. Entre las tres bajaron las cubetas de pintura hasta la casa. Poco después, Ágata comenzó a hacer el almuerzo mientras que Carla y Bianca se las arreglaban para destapar una cubeta de pintura, retirar algunas cosas de la pared y de esa forma comenzar a pintar el exterior de la casa de dos pisos.
Estaban por comenzar a cubrir la primera pared cuando Ágata les llamo para que fueran a almorzar. Las tres se sentaron a la mesa y la mujer mayor se sintió feliz de tener compañía, hacía años que comía sola, no cocinaba muy amenudo y si lo hacía, procuraba hacer lo suficiente para que le alcanzara para dos días.
Carla y Bianca se dieron cuenta de que Ágata no comía mucho, les pareció que comía muy poco, quizas por eso parecía conservarse más delgadas que algunas señoras de su edad. Bianca calculo que Ágata tenía más o menos la edad de su madre, que si había ganado un poco de peso, pero aún seguía teniendo buen aspecto, al menos esa era la comparación que hizo entre ellas.
Con el estómago lleno y con energías, las tres mujeres comenzaron a pintar, a veces con brocha sobre una escalera o bien con un rodillo, Ágata jamás se había sentido tan animada como hasta ese día, que se divirtió pintando con Carla y Bianca. Alrededor de las cinco de la tarde, Ágata decidio parar, ya se había cansado y seguramente sus inquilinas necesitaban descansar, ya que mañana no podrían siquiera levantarse para ir a trabajar.
Tras un baño, Ágata se sentó en el mecedor que se hallaba en el corredor de su casa a descansar, mientras que Carla y Bianca se dirigieron a darse un baño para después ver la televisión con el total y completo permiso de Ágata, que les dijo no estar interesada en mirarla, que era toda suya. Pasado un rato, Carla y Bianca echaron de menos a su amiga que no había hecho movimiento alguno, así que algo curiosas y preocupadas por Ágata, salieron a verla al porche, en donde la encontraron profundamente dormida y con la boca abierta.
Ágata soñaba con Dalila. A veces y en raras ocasiones soñaba con ella. Era todo lo que le quedaba y la forma que encontró para mirarla. Eso le basto en un principio luego de su ausencia, pero conforme pasaban los días y los meses, se dio cuenta que aquello le hacía daño. Cuando tenía pocas semanas de haberse marchado, la soñaba noche tras noche y no había día en que Ágata no la esperara sentada allí mismo en dónde ahora se encontraba dormida. Aunque en aquellos años, aguardaba sentada en los escalones del porche en el que ellas solían hablar cuando necesitaban un poco de tiempo a solas sin que sus padres estuvieran alrededor escuchando sus conversaciones.
Por lo general, siempre conversaban después de que las dos llegaban del trabajo y eso era siempre por la noche, ya que Ágata era la última en llegar y Dalila apenas arribar del trabajo se encerraba en la habitación a la espera de que su mujer llegara. Siempre se duchaban juntas y compartían una pequeña cama de madera, la misma que Ágata seguía ocupando hasta el momento.
En aquel entonces la cama no era problema en que fuera individual, pues las dos se amaban tanto que deseaban estar muy juntas la una a la otra pese el calor. En caso de que la temperatura fuera alta, abrían la ventana y ponían el ventilador hasta su máxima potencia, durmiendo solo en bragas, sintiendo piel con piel y si se despertaban en cualquier momento de la noche con deseos de la una a la otra, se permitían amarse hasta que terminaban rendidas.
En las noches de invierno, era mucho más conveniente aquella cama pequeña. Con una buena cobija, pijamas abrigadoras y sus cuerpos unido al otro el frío no le hacía ni cosquillas. Por lo general era Ágata quien se abrazaba al cuerpo de Dalila, quien se sentía protegida bajo el abrazo de su mujer, que era toda comprensión y cariño, para ese momento de su incipiente relación, ambas creían que lo suyo duraría para toda la vida.
―Ágata despierta ― la voz de Carla y Bianca comenzó a llegar a oídos de Ágata que comenzó a despertar y volver a la realidad.
Ágata abrió los ojos y por un instante le costó recordar quienes eran aquellas dos jóvenes que estaban delante de ella y le hablaban con mucha confianza. Cerro los ojos y tras forzarse a recordar, rememoro que era sus dos inquilinas, Carla y Bianca.
―Me quede dormida un momento ― dijo y ambas chicas se mordieron los labios para no reírse, pues sabían que Ágata llevaba mucho rato dormida.
―No se preocupe ― le dijo Bianca ― seguramente estaba cansada.
―Es lo que pasa cuando uno llega a viejo.
―Usted no esta vieja ― le recrimino Carla.
― ¿No? ¿Entonces explícame estas canas? ― dijo Ágata tomando unos mechones de su cabello que cada día se ponía más gris.
―Eso solo es experiencia ― prosiguió Carla.
―Pues la experiencia cansa jovencita.
A la mañana siguiente, Ágata tomaba el café en compañía de sus dos inquilinas, las tres ya se encontraban casi listas para ir a trabajar. Una vez cepillarse los dientes, salieron de casa y caminaron como el día anterior hasta la cocina económica en el que Carla y Bianca empezarían a trabajar con Lola.
―Ya saben por dónde regresar ¿verdad? ― les pregunto Ágata una vez que las dejo en la cocina de Lola.
―Sí, gracias por traernos ― le agradecieron las chicas.
―De nada. Yo llegare un poco más tarde que ustedes, así que hagan su cena si es que tienen hambre cuando regresen a casa.
―Bien, nos vemos en la noche ― le dijeron a Ágata.
―Hasta la noche, chicas.
El primer día para las jóvenes fue duro, ninguna de las dos hasta ese momento había trabajado, solo se habían dedicado a estudiar y nada más. Por suerte, Lola les tuvo paciencia y les mostro que era lo que debían hacer cada una y ellas se esforzaron al máximo para no hacer quedar mal a Ágata y que Lola las despidiera por ser inútiles.
A las siete de la noche ya estaban en casa, menos Ágata, a ella aun le quedaba una hora para salir. Las chicas apenas cruzar la puerta de su nuevo hogar se dirigieron a la ducha, deseaban quitarse el sudor y el olor a aceite de la comida que Lola vendía y la cual por cierto estaba deliciosa.
― ¿Cómo les fue? ― les pregunto Ágata apenas entrar por la puerta y encontrarlas sentadas en el sillón mirando televisión.
― ¡Ya llegaste! ― exclamo Bianca.
―Nos fue bien ― respondio Carla.
―Doña Lola es buena gente.
―Sí y más les vale portarse bien con ella.
―Sí, señora ― soltaron al unísono las dos jóvenes.
Carla y Bianca sonrieron al escuchar a Ágata sonar como una madre advirtiendo a sus hijas, la vieron ir a la cocina por un vaso de agua, después se preparaba un té con leche y poco después se sentaba a la mesa para bebérselo acompañado de algunas galletas de avena y a su lado las consabidas pastillas de la presión. Ágata era hipertensa, hacía quince años que su presión arterial había comenzado a fallar y el médico le había mandado a tomar dos pastillas por la mañana y otras dos por la noche, para de esa forma mantenerla bajo control y Ágata se las tomaba puntualmente a la misma hora.
A Carla y a Bianca se les paso la semana volando y el sábado en que Lola les pago, se sintieron de lo más feliz. Antes de volver casa, pasaron a un minisúper a comprar algunas cosas. Estaban muy agradecidas de que Ágata les hubiera brindado techo y comida a pesar de ser unas desconocidas, por eso lo menos que podían hacer era llevar lo necesario para la despensa de esa semana.
Las tres habitantes de la casa llegaron casi al mismo tiempo, solo que Ágata lo hizo dos minutos después que ellas y encontró a sus inquilinas muy felices, que de inmediato le contaron que ya les había pagado y que habían surtido la despensa en agradecimiento.
―Muchas gracias, pero no debieron molestarse ― manifestó Ágata, pero se arrepintió enseguida al ver el rostro de tristeza en las chicas.
―No nos parece justo que no le demos un poco de los que nos ha ayudado― se quejó Carla.
―Lo que he hecho ha sido de todo corazón. Así que no sientan que me deben algo.
Los días y semanas pasaron tan rápido que sin darse cuenta, tenían un mes de estar viviendo bajo el techo de Ágata y de que esta se convirtiera en alguien especial para ellas. En ese corto tiempo, Carla y Bianca habían tenido pequeñas discusiones que de vez en cuando no podían evitar ocurrieran delante de Ágata, que solo escuchaba en silencio y no opinaba nada, simplemente desaparecía como un fantasma y cuando Carla y Bianca la buscaban para que se uniera a alguna de las causas, Ágata ya no estaba.
A Ágata nunca le gustaron las discusiones, ni estar en medio de ellas y mecho menos iniciarlas. Por eso cuando en aquel entonces vivió con Dalila, siempre intentaba dejar en claro lo que pensaba y lo que le molestaba, así como también prefería que Dalila le dijera lo que le molestaba. Discutieron, pero fueron pocas veces. En cambio, sus inquilinas, aún continuaban conociéndose, cada vez más a fondo, dejando ver todas sus caras, la buena y la mala. La cara que conocían y la que desconocían, ese lado oscuro de la luna que comenzaba a salir como la ropa sucia de debajo de la cama.
Ágata al escucharlas tan acaloradas en su discusión, salía a tomar aire al porche de su casa y las dejaba pelear a gusto. A veces le causaba risa lo que decían, pero un día, la discusión estaba volviéndose más intensa de lo normal, así que Ágata no pudo soportarlo más y tuvo que entrar a detenerlas.
― ¡Basta! ― les pidió Ágata ―. Dejen de decirse estupideces las dos. Se están faltando al respeto y una vez que suceda eso van a perder todo por lo que han luchado en su relación ¿Eso es lo que quieren?
Carla y Bianca se quedaron calladas y agacharon la cabeza avergonzadas.
―Sé que a veces es difícil ― continuo Ágata ―. Yo alguna vez, aunque no lo crean tuve una pareja y vivimos juntas. Estuvimos estresadas, angustiadas y con miedo, pero más allá de eso estaba nuestro amor. Ustedes se quieren y no deberían estar diciéndose esas cosas y mucho menos gritándose ¿Están sordas? No lo vuelvan a hacer y si se han enojado la una con la otra, mejor aléjense y regresen a hablar cuando se les haya pasado el coraje. Sobre todo, no se culpen la una a la otra. Es lo peor que pueden hacer, si algo sucedió y las llevo hasta allí, esas fueron sus propias decisiones.
Ágata volvió a salir al porche una vez que dio su sermón, ella y Dalila también lo necesitaron en algún momento, su madre se los dio en aquel tiempo y se lo agradecio o se lo agradecieron en su momento.
Ágata se sentó de nuevo en el mecedor, mientras que adentro, Bianca y Carla se miraron con lágrimas en los ojos, llenas de vergüenza y se escabulleron cada quien, por su lado, no deseaban verse a la cara, pues se sentían culpables de las palabras feas que se habían dicho. Horas más tarde, Carla y Bianca volvieron a buscarse, pero esta vez para hablar con calma y sobre todo para pedirse disculpas. Volvieron a llorar y prometieron no volverse a insultar.
Días después de eso, Carla se escabullo una noche de su habitación con la excusa de ir al baño, solo para dirigirse a la habitación de Ágata, a la cual por cierto nunca habían entrado, solo mirado desde la puerta la primera vez que se colaron a la casa como ladronas.
― ¿Qué pasa? ― le pregunto Ágata preocupada al ver que Carla se colaba a su habitación sin siquiera llamar y aliviada de que no la hubiera encontrado en paños menores.
―Perdón por no tocar, pero no quería que Bianca se diera cuenta de que vine aquí y no al baño como le dije.
― ¿Que sucede?
―Este fin de semana será el cumpleaños de Bianca y me gustaría hacer algo para ella ¿Cree que podría hacer algo parecido como una fiesta de cumpleaños sorpresa? Solo serían unos pocos conocidos que hemos hecho con Lola ― se apresuró a aclarar esto último.
Ágata la escuchaba atentamente mientras la miraba intensamente con sus ojos café ya cansados, ella entendía todo aquello, el deseo de querer mover cielo, mar y tierra por la persona que amas.
―Está bien, no hay problema ― acepto.
―Muchas gracias. Yo me encargare de hacer todo y de limpiar después ― dijo emocionada.
―Pues trato hecho, jovencita.
Una vez que Carla salió de su habitación, Ágata se alegró de que la joven no hubiera visto la hoja que siempre se hallaba pegaba en el espejo de su pequeño tocador. Era una nota en la cual dejaba indicaciones para cuando llegara a morir, indicaciones para ese alguien que entrara a su casa a buscarla luego de días de desaparecer. En esa hoja, encontraría las intrusiones de dónde se encontraban sus documentos importantes, así como una pequeña cantidad de dinero para sus gastos funerarios, así como también el testamento que había hecho algunos años atras cuando se enfermó de la presión y creyó que moriría.
Tras esa situación, Ágata trato de poner sus pocas posesiones en orden y aquella hoja permanecía allí, día y noche, pues no sabía en qué momento podía ir la muerte por ella.
El domingo tras realizar sus labores de siempre, Ágata le pidió a Bianca que le acompañara a hacer las compras y aunque en un principio se negó porque Carla le dijo sentirse mal, al final termino accediendo a ir con ella, ya que también necesitaban algunos artículos básicos para la semana.
―Hoy es mi cumpleaños ― le dijo Bianca a Ágata cuando se hallaban en camino lejos de la casa.
―No lo sabía ¡Felicidades! ― dijo dándole un abrazo ―. ¿Cuantos cumples?
―Veintiuno, soy menor que Carla un año.
―Ya ¿Y qué te ha regalado?
―Nada ― dijo triste ―. No es que espere un enorme regalo de su parte dada las circunstancias ― expresó mirando a Ágata ―. Pero esperaba mínimo un pequeño detalle de su parte como siempre.
―A veces las cosas no son iguales o esa persona tiene alguna preocupación y por eso se olvida. Si ella no lo hace, hazlo tú de vez en cuando para que recuerde hacerlo.
Bianca asintió un poco más animada con la cabeza y se planteó comprarle el chocolate favorito de Carla. Esa mañana, había encontrado un mensaje de su madre deseándole feliz cumpleaños y que la echaba mucho de menos, como era de esperarse, Bianca se puso a llorar en silencio para no dejárselo saber a Carla y se sintiera culpable de la decisión que habían tomado. Aunque quería a sus padres, Bianca amaba a Carla y no iba a sacrificar su amor solo por una estúpida religión.
Mientras que Bianca y Ágata se hallaban haciendo las compras de la semana, Carla se apuraba a cocinar para cuando llegara su novia, Ágata y los demás invitados a casa. Esperaba que la fiesta sorpresa le agradara a Bianca y no se pusiera triste y se pusiera a llorar como esa mañana en que la escucho cuando termino de hablar con su madre y Carla continúo haciéndose la dormida para darle su espacio.
Ágata y Carla se habían estado enviando mensajes para mantenerse al tanto de cómo iban los preparativos, sin embargo, Bianca creyó que quizá Ágata se encontraba mensajeándose con alguien que le gustaba y aunque intento meter hilo para sacar hebra, no consiguió absolutamente nada de ella, lo único que le dijo fue que solamente una vez amó en la vida y que a su edad, enamorarse sería una loca fantasía.
Cuando Bianca y Ágata volvieron a casa, varias voces gritaron a coro “feliz cumpleaños” La cumpleañera se quedó con la boca abierta mientras miraba a todos y luego sus ojos se posaban en una sonriente Carla y luego en Ágata, que sin duda había servido de cómplice a su novia.
―Me estuviste entreteniendo todo este tiempo y con quien se mensajeaba era con Carla ― farfullo Bianca sonriendo.
―Que podía hacer ― dijo Ágata.
Carla se acercó a su novia y la beso en los labios, para luego desearle por segunda ocasión feliz cumpleaños, después le siguieron Lola y los demás congregados en la casa de Ágata, quien se permitió comprar algunas cervezas para la ocasión, ella no bebía, pero sabía que algunos de lo que se encontraban allí les gustaba.
Bianca se la pasó bien y disfruto de la fiesta sorpresa que Carla le organizo en complicidad de Ágata. Cuando comenzaba a caer la noche, los convocados allí se fueron, quedando la casa nuevamente en silencio.
―Gracias por dejarme hacer la fiesta para Bianca ― agradecio una vez más Carla a Ágata mientras comenzaba a limpiar.
―De nada, hacía mucho que no tenía invitados en casa. Me lo he pasado bien, también.
Carla quería preguntar la razón del porqué, pero ya ella y Bianca se habían dado cuenta de que Ágata era una mujer solitaria y reservada. Aunque no estaba exente de dar de vez en cuando un consejo o de brindar ayuda a quien lo necesitara.
―Gracias por mi sorpresa ― manifestó Bianca a Carla con una enorme sonrisa.
―Creíste que no te iba a dar nada ¿Verdad?
―Sí, lo creí ― confesó Bianca poniéndose a levantar platos sucios de la mesa.
―Deja eso ahí, yo lo hago. Hoy es tu cumpleaños y estas chiquita ― le dijo Carla a Bianca guiñándole un ojo ―. Mi princesa hoy no debe mover un dedo.
―Exageras ― hablo ruborizándose ante aquellas palabras, ya que Ágata se encontraba ayudando a Carla a recoger.
―Vete de aquí si no quieres verme ― la echo Carla con cariño.
―Bien, me daré una ducha y te espero en la habitación.
―De acuerdo.
Bianca fue a la habitación, apenas poner un pie adentro, busco ropa interior, una toalla para secarse y por ultimo s dirigió a la ducha, en la cual se tomó su tiempo y disfruto del baño, aunque se había acostumbrado a ducharse en compañía de Carla. Al salir de la ducha, Carla aún no se encontraba en la habitación, por lo que se decidio tomar su celular y se animó a llamar por primera vez desde su fuga con Carla a su madre. Deseaba contarle todo lo que hasta ese momento había vivido y se encontraba viviendo, decirle que estaba bien y feliz al lado de la mujer que amaba. 
― ¿Bianca? ― inquirió la mujer incrédula a través de la línea.
―Sí, mamá. Soy yo.
―Me alegro tanto de escucharte, mi amor ¿Cómo estás? ¿Cómo te las has pasado hoy? Te extraño ― expresó su madre con emoción y melancolía.
―Yo también me alegro de escucharte, mami ¿Estás cerca de papá?
―No ¿No quieres que nos escuche?
―No ¿En dónde estás?
―Estoy en la habitación, él está viendo las noticias.
―Qué alivio ― dijo soltando el aire ―. Estoy bien y feliz.
―Me alegra escucharlo, hija.
―Hoy Carla me ha hecho una fiesta sorpresa con ayuda de Ágata, la señora que nos ha dejado vivir en su casa ― le conto mientras se sentaba en la cama.
―Parece que esa señora se toma muchas molestias con ustedes.
―Ella es muy buena gente, mamá.
― ¿Es rica?
―No, para nada. Trabaja de casi todo el día en una tienda de ropa. Vive sola y no tiene hijos. El único hermano que tiene se encuentra en Estados Unidos y no ha vuelto, además de que ha perdido todo contacto con él. 
Dalila se quedó en silencio, Bianca esperaba más preguntas por parte de su madre, pero ahora no escuchaba nada más que silencio, así que Bianca se imaginó que su padre había llegado a la habitación, interrumpiendo de esa forma la llamada, así que colgó para no causar problemas entre sus padres. Bianca sabía que su madre era más flexible que su padre y de haber sido los dos iguales, no se hubieran visto en la necesidad de fugarse. En cambio, los padres de Carla, se portaron menos fieros al descubrir que su hija era lesbiana, ya que pasadas dos semanas, Carla había podido hablar con ellos y decirle en donde se encontraban viviendo en ese momento, asegurándoles que estaban bien.
Dalila no podía procesar lo que acababa de escuchar de labios de su hija. No podía creer que la vida o el destino le estuviera jugando una broma de muy mal gusto o era su castigo por haberla abandonado sin darle explicación y sin decirle adiós. Su única hija no podía estar viviendo con la que fue su amor. Aquello era imposible, pero dado a las cosas que le dijo, lo que le conto era exactamente la vida de Ágata, al menos la que conoció cuando era joven y que al parecer no cambio en absoluto.
Aun a solas en su habitación, mientras escuchaba el murmullo de propaganda en la televisión, Dalila recordó la vez en que Ágata y ella hablaron del nombre que le pondrían a una hija si tuvieran una, ambas dijeron a la vez que Bianca y cuando Dalila quedo embarazada de Miguel, no pensó ni dos veces en llamarla de ese modo y su esposo no se opuso, ya que no tenía ni la menor idea de que aquello era un recuerdo de su pasada relación con Ágata.
A veces, Dalila recordaba todo lo que vivió al lado de Ágata. Sin duda había sido lo mejor de su vida, pero al nacer Bianca, su existencia fue diferente y se convirtió también en algo bueno, diferente, pero la hacía sentir bien. Así que volcó su amor totalmente a ella, siendo feliz a su manera.
Sin embargo, Dalila a menudo recordaba el día en el que se marchó de la casa de los padres de Ágata. Aprovecho un día en el que solo Ágata trabajaba y en el que ella tuvo todo el día para pensarlo, reunir el coraje para abandonarla y marcharse para siempre para nunca más volverá a ver y saber de ella. Convirtiéndose solo en un recuerdo triste y gris.
Aquel día, Dalila había guardado sus pocas pertenencias en un hatillo, escribió una breve y corta nota a Ágata y salió de la habitación cuando creyó que los padres de Ágata no la verían. No obstante, se equivocó, pues su suegro la miro bajar a hurtadillas las escaleras como una ladrona y cuando puso su mano en el picaporte de la puerta, él hablo, dándole un susto de muerte.
―Si te vas, al cruzar esa puerta, espero que no regreses nunca. Mi hija no te merece.
―Lo siento ― fue lo único que pudo murmurar Dalila antes de salir con lágrimas en los ojos que nadie miro que eran de dolor.
En el tiempo que Ágata y Dalila vivieron juntas, sus padres nunca la visitaron o la aceptaron en su casa, decían que no querían a una pervertida degenerada cerca de ellos y cuando veía a su madre de casualidad a solas por la calle, sin presencia de Ágata, su progenitora le decía que podía vivir en mejores condiciones con el hombre que le habían elegido como marido.
Su madre siempre le recalcaba que Ágata era pobre y sin ningún futuro próspero por delante, que a su lado solo tendría lo mismo de siempre, pobreza hasta la muerte y sin hijos, y Dalila quería tener hijos, este último recordatorio, fue lo que la hizo cambiar de ideas.
Cuando Dalila tocaba el tema de los hijos, Ágata le decían que tenían que ahorrar para un tratamiento, pero en ese entonces aquellos procedimientos eran demasiado costosos y Dalila sabía muy bien que ni ahorrando por años, lo conseguirían.
―Nunca podremos hacerlo Ágata ― le decía Dalila ―. No te engañes, ni me trates de engañar.
―Quizas en unos años baje el costo ― decía con esperanza.
―Para ese entonces seremos viejas.
―Pues no me acostare, ni permitiré que te acuestes con un hombre solo para procrear ― manifestaba al final molesta por la insistencia de Dalila.
― ¡Eres una egoísta! ― le reprochaba.
―No soy egoísta, no me gusta la idea de imaginar y pensar que alguien este contigo de esa manera.
Al final, Dalila volvió a casa con sus padres, una vez que pidió perdón y completo toda una ensarta de penitencias por los pecados que cometió con Ágata. Tras su arrepentimiento, sus padres la aceptaron gustosos y mucho más, al prometerles que se casarían con el hombre que ellos le habían asegurado era un buen partido.
Cuando Dalila lo conoció por primera vez, Miguel llego con las manos llenas de regalos para ella y sus padres. Su vestimenta era claramente mucho mejor con la que Ágata vestía y a su edad ya tenía casa, por supuesto que esto era por lo que sus padres deseaban que Dalila se casara con Miguel, porque él tenía la vida casi resuelta, tenía un buen empleo, dinero y podría darle a su hija la vida que ellos soñaban para ella, más la que Dalila no soñaba para sí misma, al menos en un principio.
Dalila se dejó deslumbrar por lo que él le daba y se casó con él a los siete meses de conocerlo, haciendo muy feliz a sus padres, que ahora la volvían a querer como antes. Una vez casada, Dalila se mudó a Casa de Miguel y este le dio toda y cada una de las muchas cosas que Ágata no pudo darle, incluso dejo de trabajar para dedicarse solo al hogar. Con su nueva vida, comenzó a olvidarse de Ágata, al menos se obligó a no pensar ella y a la cual nunca más volvió a ver. Sin embargo, varios meses después de su boda, Dalila descubrió que estaba embarazada y fue muy feliz, recordando entonces aquel nombre que ella y Ágata habían pensado para su hija imaginaria. Bianca. Dalila llamo a su primera y única hija, Bianca.
A pesar de la buena vida que llevaba, no sentía amor por su marido, pero sí que sentía cierta simpatía hacia él, pero nada más. El sexo, no estaba mal, pero no se comparaba con la manera en que Ágata la amo y la acaricio. La forma en que ella tocaba el cielo sin necesidad de viajar hacia el espacio era única, pero lo había perdido, conformándose ahora con lo terrenal y normal. A veces cerraba los ojos y recordaba la forma en que Ágata se recreaba en ella, la manera en que su boca atrapaba sus senos y los mordía haciéndola retorcer de placer, la forma en que sus manos la acariciaban de arriba abajo y tocaban su sexo para llevarla a la cima del éxtasis en la que estallaba en mil pedazos y Ágata estaba allí, para volver a juntar en pequeñas motas de polvo estelar en la que la había convertido.

Solamente una vezWhere stories live. Discover now